El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
No quiero homenajear a Malevich, ni a Fontana, adoradores del espacio y del juego visual intenso del negro sobre blanco y del blanco sobre blanco. Tampoco a Machín, ese cantante negro que suplicaba con dulzura celestial para que los blancos de pro (los hombres, se entiende) pintaran en las iglesias angelitos negros, los grandes ausentes de paredes, hornacinas y lienzos por culpa de esa inapetencia occidental, y cristiana, a dar pábulo al color (y menos al negro). Además, eso, al negro, del que obviamos por decoro que de él procedemos, partimos. Borremos el pasado, como sea. Blanco sobre blanco. Belleza celestial. Platón y Aristóteles pasados por Agustín y Tomás de Aquino.
País, diría el gran Forges. País y paisaje y paisanaje. Humanos somos y racionales actuamos, según se dice. Pero, en ese hermoso bolero de Antonio Machín, pese a su blandura y reclamo baldío, encontramos un pellizco de honda razón, por lo que no descarto, sino al contrario, tomar una de sus estrofas para guiar esta crónica artística de fines de año: "Pintor nacido en mi tierra con el pincel extranjero, pintor que sigues en el rumbo de tantos pintores viejos".
Si a Malevich y Fontana quiero puentear, sí, en cambio, rindo admiración a la exposición Angelitos Negros que se muestra en la Sala Siglo XXI del Museo de Huelva. Hace unos años, no muchos, me enamoré de la fuerza expresiva o expresionista de un joven talento de la pintura local, Emilio Fornieles (Lepe, provincia de Barcelona, que es también Huelva, 1975), un artista de adentros que desterró las aulas para internarse en el sentimiento caótico que provoca el orden moral que no existe en la vida. Ni en los humanos, probablemente la especie que peor lleva su condición y los valores éticos que se le supone, la de humana. Me enamoré de sus retratos, retratos de próceres que eran víctimas de los hijos de la calle, y me enamoré por 1º) hacía años que no veía tanta fuerza expresiva en un lienzo que parecía el armario de la abuela por la conjunción de fuerzas de ayer y de hoy; y 2º) porque en un fallo del conocido premio nacional, el jurado, según me cuentan, Fornieles, crucificado por uno de sus miembros, fue descartado de los primeros premios al creer, solo creer, ese entendido y democrático miembro que su obra no era pintura, que 'era otra cosa basada en elementos informáticos y fotográficos' y la razón, o bases, del certamen argumentaba que era Premio de Pintura.
Ah, Dios míos, no respetan ni a los angelitos negros, ni al gran Niño Miguel buscando sonidos en cuerdas de guitarra con su mirada. Recuerden, y aviven el seso, como cantara Jorge Manrique que "un cuadro, en pensamiento de Maurice Denis -antes de ser un caballo de batalla, una mujer desnuda, o cualquier anécdota-, es esencialmente una superficie plana cubierta de colores, aproximados en un cierto orden". Ni los más conservadores ni los más "modelnos" a menudo no saben qué hacer con aquello que es distinto, solo ligeramente distinto, a su manera de pensar o proceder. La expresión es la esencia del mensaje artístico. Fornieles es un enorme comunicador. La expresión es su grito. Con color o no color. Es su forma de decir.
Fornieles pinta con las manos, manchándose, y pinta con la fuerza del corazón, pringándose. Y se nota. Pinta con el icor de los dioses griegos, con una sinceridad tal que el clasicismo del orden heleno se convierte en el clasicismo de los expresionistas alemanes más brutales, y más sinceros en su crónica. Y se le nota. Pinta con dolor, y pare. Pinta con sangre, y escupe. Y alarma. Pinta con llanto, el de sus angelitos negros, y nos emociona, pues apunta a la verdad, al conocimiento, al sentimiento y no como esos pijos de procedimientos made coronel tapioca salvadores del Tercer Mundo que de tanta posar y performancear guardan más semejanza con la vena catódica de la Patiño que con el saber hacer de, por ejemplo, Teresa de Calcuta o de los millones de misioneros que exponen su vida por los demás.
No sé dónde he leído la siguiente frase, atribuida a Fornieles: "Parto del caos, de la mancha, para después crear orden". Y es cierto. La mancha, que es barroca por excelencia, se desnuda en movimiento en busca del chorreo, algunos le llaman dripping; la mancha, que es fuerza y poder, se alía con el vacío para ahondar más la herida de la denuncia, aquella que el pintor expresa cuando la mancha se encomienda al intelecto.
Emilio Fornieles es hoy distinto al resto pues pinta con el grito callejero. Y no es distinto por sus modos y formas, tanto personales como plásticas, sino por su temperamental y directo lenguaje, libre de prejuicio aunque, como en el bolero de Machín, siga el rumbo de tantos pintores viejos. Lo que cuenta y cómo lo cuenta son racimos de uvas de tantos años de reivindicaciones: Ahora bien, lo que me llama la atención es que su expresión se llena de tanta verdad que al recordad todo lo que almacena en sus angelitos negros se hace novedoso, sincero y veraz. Y esto, hoy por hoy, es meritorio.
Fornieles, y en Navidad más que nunca, es el mejor regalo de lucha contra la miseria, contra la desigualdad, contra la falsedad. En el Museo de Huelva tenemos la oportunidad de contribuir a hacer un mundo más feliz. No olvidemos que los angelitos negros tan bien los quiere Dios. ¿Tú también?
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