Ayamonte se gana a ley una Puerta Grande
Toros
Orta, Tirado, que corta un rabo, y Luna se marchan a hombros.
Orejas para Agustín Cruz y Juan Antonio Vázquez.
Enrique Toro sólo pudo saludar ante un novillo imposible
Ayamonte/La clase de Tirado, el arrojo, valentía y conocimiento de Luna y los detalles de personalidad torera que expresa Agustín Cruz son la parte sobresaliente de una gran tarde de toros en la que debe inscribirse con justicia el éxito de Adrián Orta y de Juan Antonio Vázquez en el cierre del festejo.
Ayamonte tiene un ídolo ahora mismo. Un ídolo en plena evolución que es capaz de dejar callada la plaza cuando apareció a hacer su quite en el tercero y al que se entregó sin remilgos ni complejos cuando el ayamontino con esa parsimonia con la que se anda delante del toro le plantó una soberbia faena al cuarto de la tarde, un buen novillo de vuelta al ruedo al que Tirado elevó a mejor.
Cuando Tirado enterró el acero en lo alto del morrillo al tendido le faltó un comino para tirarse al ruedo. Detrás del acero, Ayamonte saltó como un resorte. En esa explosión a la que le había dado argumentos un torero cuya cabaeza funciona de escándalo.
El ayamontino había elevado a brillante el juego del eral de Millares. A la cuarta serie le había dejado calma a la nerviosa condición del animal. A las tres series aquello engarzaba y encajaba a las mil maravillas. Gustaba el toreo y gustaba el marco donde esos oles rotundos y unificados le ponían un marco imponente a la tarde de toros ayamontina.
La tarde soñada para hacer retornar el toreo a esta plaza. Recreada en el éxito de esas dos orejas con las que Orta premió la entrega de sus paisanos.
Tirado engarzaba el toreo con esa paciencia que ha mostrado desde sus principios. Sabiendo ya que el eral tenía poca fuerza y buena clase fue acomodando ese temple hasta firmar una de las más rotundas faenas de la tarde. Faena de dos y rabo y ningún resquicio de duda de que lo que Ayamonte fue a ver, Tirado se lo enseñó.
La respuesta a la brillante labor del ayamontino se la puso su compañero en la escuela sevillana de La Algaba.
Lo del triguereño Luna fue un compendio de colocación, valor y técnica. El trípode desde el que explicar esa rotunda faena que el novillero protagonizó frente al quinto de la tarde, un eral lleno de nobleza y que cuando acometía el viaje dejaba expresar el mejor temple de cuantos animales habían saltado al ruedo ayamontino.
Luna se lo llevaba hasta el final y en eso el animal fue cobrando confianza en que esa muleta era el objetivo a seguir cada vez que el torero se ponía en ese sitio que es incapaz de renunciar a los orígenes e influencias familiares. Pases cambiados, terrenos de cercanías pero también cabeza para expresar un valor que toma consistencia a cada paseíllo que hace.
Las dos orejas son justa expresión del mérito con el que el de Trigueros se anduvo manejando una tarde en campo visitante.
Una tarde que había llenado de cosas interesantes la pasión con la que Adrián Orta protagonizaba el primer acto de una tarde muy especial también para él. Por ser su tierra, por la competencia y desde luego por el pundonor que se guarda ante el novillo. No fue el suyo de lo más brillante del encierro.
Animoso y con entrega en el capote vino a confiarse en esa embestida rebrincadita que tuvo éste que abrió plaza. Por ambos pitones, el ayamontino le corrió la mano con cierta prestancia y gusto en el embroque.
Tuvo más entrega el eral por el pitón izquierdo y es ahí por donde Orta fundamentó lo importante de su actuación.
Lo de Enrique Toro clama al cielo. Clama al cielo del colmo de quedarte desarmado en la competencia de la tarde cuando enfrente tienes un novillo desabrido, sin clase, sin argumentos para ponerte y confiarte. Medio viaje que a poco fue convirtiéndose en imposible fue lo que la déspota fortuna le dejo a un novillero que se había ido a esa pelea de ponerse a portagayola y que por tierra mar y aire intentaría faena ante ese garbanzo negro que tuvo enfrente. Tampoco la demora de la espada añadió virtudes al acto así que el torero tuvo que conformarse con el cariño y el respeto que Ayamonte le dejó ayer en forma de ovación cuando salió a saludar.
Echó sabor y pomporitas la faena que el aljaraqueño Agustín Cruz le dejó a otro buen eral de Millares. Tuvo la mácula de la flojedad pero también la de nobleza y fijeza para emplearse ante una muleta que aun bisoña deja cosas bonitas en la tarde ayamontina. De menos a más fue fraguando sobre la buena condición del animal una faena que deja un apetitoso matiz de personalidad. Es diferente en muchos conceptos de virtudes y de carencia de oficio. Mas enseña verdad delante de eral y un sentido del temple que gusta encontrar. Cicatero estuvo el palco con él para negar esa segunda oreja que en otro momento concedió sin prejuicios. Bueno está.
Con la revolución de claveles en pleno ruedo a Juan Antonio Vázquez le toco cerrar la cantina con un novillo mermado de poder y corto el viaje pero con bravura como para exigirle al de Cortegana que no se descuidara. Estuvo valiente el torero. Y entregado en un acto donde se asomó desde el principio un toreo puro y de buena concepción.
Por el pitón izquierdo le llegaría a la tarde lo más cuajado y vibrante del toreo de Vázquez que también se llevo una oreja en buena lid.
Orejas; trofeos; más ayer me queda la certeza de que más que todo eso hay un triunfo general de la Fiesta por encima de todo. Que siga el baile.
FICHA TÉCNICA
PLAZA DE TOROS DE AYAMONTE
GANADERÍA: Seis erales de Manuel Ángel Millares de variada presencia y juego. Premiados con aplausos tercero y quinto; al cuarto se le dio la vuelta al ruedo.
TOREROS: Adrián Orta: dos orejas. Enrique Toro: saludos. Agustín Cruz: oreja y petición de la segunda. Carlos Tirado: dos orejas y rabo. Guillermo Luna: dos orejas. Juan Antonio Vázquez: oreja.
INCIDENCIAS: la plaza registró un lleno en sus tendidos colocándose en taquillas el cartel de ‘No hay billetes’.
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