Cero en conducta
Lo del título, Cero en conducta, es el de la famosa película de culto de Jean Vigo realizada en 1933. En la consideración de Teniente corrupto, film que hoy nos ocupa, en cierto modo la adscribo a la actitud del protagonista y en cierto modo a las intenciones de la realización. Puede ser sólo una estimación personal. Pero el título creo que sirve.
Antes del análisis es necesario contemplar tres aspectos. Primero la reiteración de las nuevas versiones tan recurrente en el cine de Hollywood. Segundo la obligada referencia a la película de Abel Ferrara del mismo título realizada en 1992 y considerada obra señera del prestigioso realizador neoyorkino - aunque yo adore especialmente El funeral (1996) -. Y el tercero la gran personalidad del director que hoy nos ocupa, Werner Herzog (también notable escritor), uno de los artífices con Johannes Schaaf, Wolker Schlöndorff, Alexander Kluge, Peter Fleischmann, Peter Schamoni y algún otro del denominado Nuevo Cine alemán de los años sesenta-setenta, que, con el llamado "espíritu de Oberhausen", revolucionaron la cinematografía tudesca.
Sin embargo, salvo el hilo narrativo, nada tiene que ver la película de Abel Ferrara con ésta que ahora vemos de Werner Herzog. El relato nos sitúa en la siempre fascinante Nueva Orleans tras la tragedia del huracán Katrina. Cinco miembros de una familia de senegaleses, incluidos dos niños, han sido asesinados. De por medio un asunto de drogas del que va a ocuparse un teniente de la policía, Terence McDonagh, que trata de aliviar sus fuertes dolores de espalda consumiendo estupefacientes a veces en dosis excesivas. Mantiene una intensa relación con una prostituta llamada Frankie.
Si en la película de Abel Ferrara se nos invitara a una reflexión sobre la culpa y la redención, en el film de Werner Herzog hay una clara inmersión en el fondo abisal de la degeneración del protagonista, sobre cuya posición el realizador carga las tintas de la condenación a través de una corrosiva visión de las situaciones y las actitudes. Y para ello incide intencionadamente en esa expresión visual definitivamente fiel al más personal estilo del director alemán. Lo cual promueve y abunda en pasajes de gran brillantez narrativa de notable impacto visual.
Es curioso que Herzog, que ha confesado no conocer la película de Abel Ferrara, haya pasado de una época del documental al de la ficción, optando por una especie de thriller, que tiene mucho de relato alucinante y comedia negra, que el imprevisible director reconduce a su propio ámbito de creación en el entorno de una población desolada por la catástrofe y la tragedia, donde la tribulación y el mal, por lo que se refiere a la historia, puede acechar desde las instancias más insólitas y aparentemente benefactoras como pueden serlo las fuerzas del orden. De aquí que Werner Herzog abunde en secuencias de fuerte conmoción propias de su cine y de su propensión al desvarío de la imagen al que se llega en ocasiones.
Digamos entonces que tal actitud coincide con esa aparente sobreactuación a la que tan propenso es el protagonista, Nicolas Cage, pero que en este caso es una perfecta adaptación, casi ectoplasmática, del actor. Es su visión del personaje como lo es la muy personal y a veces desquiciante del director - esas iguanas inquietantes, esos cocodrilos invadiendo las carreteras en un Nueva Orleans tras el devastador paso del Katrina -, que forma parte de sus conceptos cinematográficos y de una versión sarcástica del tema y de situaciones de intensa entidad dramática. Hasta el supuesto final feliz es todo un sarcasmo.
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