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cRITICA DE MÚSICA

Un momento de la representación de 'Rigoletto' en La Rábida.
Marco Antonio Molín Ruiz

09 de agosto 2012 - 05:00

Rigoletto, de Verdi. Golub, Uliaj, Zlakoman, Meladze, Carrillo, Anastasov, Matieva, Uzun, Dudar, Paulyk y Regrut. Compañía de ópera internacional Concerlírica, en colaboración con la Ópera Nacional de Odessa. Foro iberoamericano de La Rábida. 7 de agosto de 2012. Diez y media de la noche.

Título como Rigoletto es un aliciente para el gran público. Si esto se ofrece, además, en un auditorio al aire libre que aprovecha el tiempo favorable del verano, ideal. Sin embargo, a veces se cruza en el camino adversidades que se podrían haber evitado, adversidades que caracterizan a nuestros tiempos. Concerlírica y la Ópera Nacional de Odessa se dieron de cara en La Rábida con un equipo de sonido que desfiguró la célebre obra de Giuseppe Verdi: chasquidos y siseos interfirieron durante el ochenta por ciento de la representación. Los cantantes solistas quedaron deslucidos en un timbre opaco, y alguno, a través de los micrófonos, producía ruidos semejantes a las inconfundibles frituras de un disco de vinilo. Además, las voces perdían naturalidad en un sonido metálico, patente en los finales de frase. Teniendo en cuenta la persistencia del defecto, ¿por qué no se prescindió de la megafonía para escuchar todo al natural?

Afortunadamente, la buena calidad del reparto compensaba el referido incordio: artistas cuyas voces y dramatismo movieron satisfactoriamente la trama. El papel de Rigoletto fue uno de los más conseguidos, gracias a la habilidad de aglutinar toda la pasión y el anhelo, el arrebato y la ternura que iban poniéndose en escena. Gilda contó con las prestaciones de una soprano ágil, que haría las delicias del público en su Caro nome, remate a una interpretación vocal notable. El Conde Monterone y Sparafucile fueron cantantes muy lucidos, excelencia técnica que buscaría su sitio fuera de los ruidos de megafonia. Por su lado, el Duque de Mantua llegó apabullando con una voz robusta y espléndida que pronto revelaría grandes carencias en el registro agudo; al comienzo del segundo acto su estilo se tornó inconsistente en frases y portamentos frágiles; aun así, aplaudimos su perspicacia, que le llevó a arriesgarse en los ataques finales (La donna è mobile se coronó con un agudo bien afinado pero brevísimo). Los condes Ceprano tuvieron sendas caracterizaciones en voces muy cuidadas que realzaron la calidad musical de algunas escenas. Dentro de los concertantes vocales, como Un di, se ben rammentomi, bella figlia dell´amore, hubo descompensaciones de volumen en voces agudas que taparon a las graves, pese a que con el espeso contrapunto se obtuviese una alfombra armónica que contrastó la psicología de cada personaje.

El cuerpo de actores aportó colorido y elegancia a las escenas festivas y también daba tensión a los pasajes más encrespados, donde el conflicto de los personajes se fundía en el argumento. En lo que se refiere a la orquesta, tutti aceptables con un buen equilibrio de las familias instrumentales; particularmente, hemos de elogiar al viento-madera en la escena segunda del primer acto (presentimiento de toda la intriga con texturas penumbrosas) y una eficaz intervención del violín secundando a la voz solista. El director sacó mucho partido a la flexibilidad del discurso, con un gusto dramático que alcanzó la cumbre en los recitativos y donde los accelerandi y ritardandi expresaban fielmente la realidad escénica.

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