Ética y estética de Francisco Ruano
Crítica literaria
‘Etica para Rafalito’ destaca por sus ventas en la última edición de la Feria del Libro, donde triunfó la bondad entre los lectores
Brilla el primor tipográfico en la edición de Versátiles
Ficha técnica
Ética para Rafalito
Francisco Ruano.
Versátiles Editorial. Huelva, 2019.
166 páginas. 15 euros.
Ética para Rafalito es un libro sobre el bien muy bien hecho. Sé que no está de moda –casi nunca estuvo– tratar de la bondad en la literatura. Suelen gustar más las historias de crímenes, cuanto más perversos y abundantes mejor, los personajes canallas y las narraciones donde la maldad ocupe muchas páginas. Así que saber que en la reciente Feria del Libro de Huelva –la más antigua de las andaluzas– el libro de Paco ha sido el más vendido me reconforta como ser humano y me anima, como lector y escritor; pues es en el terreno del bien, de la ética, por tanto, donde se hacen perdurables las mejores obras. Porque nuestro autor viene a poner al día aquella originaria Ética a Nicómaco donde Aristóteles, dirigiéndose a su hijo, persigue la virtud a través de la formación del carácter y el cultivo de la inteligencia. Muchos siglos después, y en tratados más sesudos, Kant, Nietzsche o –más moderna y existencialmente– Albert Camus, darán a la Ética un sentido más cabal. También nos remite este Rafalito al más reciente, 1991, Amador de Fernando Savater.
Y sí, de todo eso hay en un libro de apariencia tan ligera y lenguaje tan sencillo como exacto. Vienen los 109 capítulos o cuadros, además, editados con amor literario y primor tipográfico por la joven editorial Versátiles, que dirige el también escritor José Ángel Garrido Cárdeno. Un libro, pues, que desde su concisión, y “levedad” en los diálogos breves y aparentemente circunstanciales de padre e hijo, proyecta su profundidad sobre la justicia, la equidad o la templanza. Piedras (léase La piedra en página 28) angulares de un buen ensayo sobre ética. Pero, al modo de las fábulas clásicas con su correspondiente moraleja, nuestro Rafalito se resuelve entre la anécdota del paseo de padre e hijo, donde se dan las circunstancias propias de un chiquillo de apenas 10 años y de un tutor cuya instrucción –“yo soy del montón” declara en la página 15– viene sobre todo de la herencia del abuelo Vicente y de una sagaz y paciente observación de la realidad. Al hilo de un café (clave para entender este libro el episodio titulado El propósito en página 75), un helado, unas castañas o un paquete de patatas fritas, se despliega un fértil repertorio de consejos sobre la riqueza, la amistad, la cortesía, la prudencia, el amor o el olvido.
Es un libro de estampas o de “sentencias y donaires” que diría nuestro admirado, y tan actual, Juan de Mairena. Como si el autor quisiera revivir aquella soñada Escuela de Sabiduría Popular del maestro Abel Martín, otro apócrifo de Antonio Machado con el que despliega una tan sutil como necesaria pedagogía. No es que el libro de Ruano, también él profesor, pretenda ser tratado alguno sobre la educación o las buenas costumbres, pero sí que contiene una sabrosa y sabia visión sobre los comportamientos más adecuados. De ahí que sea éste un buen libro de cabecera para enfrentar la complejidad de una realidad que, llevada a su más elemental interpretación –la del tan manido como imprescindible sentido común–, nos ofrece su mejor enseñanza. Que es precisamente (véase El cristal, página 114, por ejemplo) la de lo más sencillo y duradero, pues se acopla al aprendizaje de los hábitos virtuosos que la ética persigue. “Lo bonito es querer saber”, le dice el padre en la página 156, casi al final del libro, indicando precisamente que la esencia de la buena educación (“sólo sé que no sé nada”) radica en la curiosidad ante la vida y el respeto al otro.
Volviendo al éxito inmediato de esta obra, aunque ya hubiera avanzado el autor varios episodios en su página de Facebook (una de las mejores que pueden hoy visitarse a mi entender), creo que buena parte de él se debe a su construcción literaria y al uso de un lenguaje tan directo como desnudo y preciso. Si, como sostenía Mallarmé, la literatura se hace con palabras y no con ideas, aquí hay un buen ejemplo de cómo la forma justa es capaz de trasladar una buena idea de justicia. Porque Ruano es autor ya de una obra hecha y derecha, con un dominio sobresaliente de la media y corta distancia de la prosa, ésa en la que el relato sólo se esboza pero que deja la impresión de haberlo dicho todo, al menos lo necesario. Y necesario me parece este compendio de sencilla sabiduría que ha obtenido tan pronto el aprecio de los lectores. Quizás porque ellos también lo estaban necesitando.
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