Fernando el de Triana
Historias del Fandango
En sus últimos años vivía en una pequeña venta de Camas con las paredes llenas de carteles, estampas y recuerdos de toda su vida de artista
![Fernando el de Triana, ya anciano, en la puerta de su taberna La Sonanta.](https://static.grupojoly.com/clip/4ebd5338-10c4-4916-a131-971cea09b369_source-aspect-ratio_1600w_0.jpg)
Como los cantaores antiguos, conservaba la costumbre de acompañarse con una varita con la que se hacía compás tocando el suelo. No había nacido en Triana, pero allí se crió desde chiquillo y ‘vendió’ ese nombre como tipismo flamenco. Conoció todos los cantes, creó una malagueña y fue un gran intérprete de los fandangos. Tenía una voz varonil y poderosa. En el flamenco lo hizo casi todo: cantaor, guitarrista, letrista, conferenciante, miembro de jurados, asesor…
Se había iniciado en el cante en 1877, siendo un niño de diez años, en el Café de las Flores, de Cádiz, cuando estos establecimientos estaban de moda y gozaban de prestigio artístico. Los cafés cantantes serían su vida a partir de entonces. Por eso los conocía tan bien; por su información sabemos, por ejemplo, que el primero abierto en Sevilla fue Los Lombardos, donde bailaba Juana la Macarrona, ya en 1842. En Madrid estuvo cantando dos años seguidos, entre el 84 y el 86, en el Café Imparcial, luego en otros de la villa y corte. Decía él que el doctorado lo hizo en el Café del Burrero, de Sevilla, que era la compartida Meca del flamenco, junto con el de Silverio, cantando sus propias letras, como hizo siempre. Su despedida como cantaor profesional fue en el Café Universal de Melilla, en 1913.
Contaba historias de sus letras
Cualquier acontecimiento le podía inspirar una letra. Contaba que una vez, delante de él, “un flamenco muy hombre mató a otro ‘mala lengua’ por ofender a una mujer” y que aquella noche compuso y cantó:
La ofendieron y vengué
El crimen de aquella ofensa.
Del infame me hice juez;
No le valió la defensa
Y a muerte lo sentencié.
Otra noche, en un café de Cartagena, año de 1895, estaba cantando por soleares cuando le dieron un telegrama que anunciaba que su madre había muerto. Apoyado en la guitarra y derrotado por la pena, firmó el papel de la misiva, anunció al público la triste noticia y remató aquellas soleares con el público que lo escuchaba llorando.
En 1905 cantó en el Café de las Siete Revueltas y en el de Chinitas, de Málaga. Ese día se enteró de que la Audiencia había absuelto a un padre criminal que había matado a su hijo y compuso esta letra que cantó por tangos:
Porque al padre que a su hijo
Le arrebató la existencia,
Si no lo mata el verdugo
Lo matará su conciencia
Y a los pocos días de cantarla, aquel padre apareció ahorcado en un árbol. “Aquella vez sí que quedé bien como profeta, y no ha sido la única”, se ufanaba.
Viejos recuerdos
De sus tiempos como cantaor profesional, recordaba en una entrevista en el periódico La Libertad, cuando presentó su libro en 1935, que “hoy se cante de otra manera” .
Fernando conoció y cantó con los mejores porque vivió la edad de oro del cante durante la segunda mitad del siglo XIX y primera década del XX. Pero le decepcionó el derrotero que tomó el flamenco tras el cierre de los cafés cantantes, en la segunda década del siglo pasado, cuando los espectáculos de ‘ópera flamenca’ fueron sustituyendo a los cantes jondos por otros de menor entidad y por los cuplés.
Los artistas en su antología
En su libro “Arte y artistas flamencos” describe a los artistas con tal precisión y riqueza de lenguaje que resalta sus características genuinas como un estilista del verbo. De Silverio Franconetti, que volvió a España desde América tres años antes de él nacer y al que, por tanto, conoció siendo muy joven, dice que fue “el único cantaor que todo, absolutamente todo, lo cantó extraordinariamente bien… con una gallardía faraónica, que no había quien lo escuchara sin estremecerse, y al noventa y nueve por ciento les asomaban las lágrimas de los ojos. Este era Silverio, con su voz afilada, ronca pero dulce como la miel de la Alcarria”.
Tuvo un bar en Tánger y, al volver a España, primero vivió y regentó una taberna en Coria del Río, donde servía manzanilla que le traían por el río desde Sanlúcar de Barrameda, pero aquel negocio no cuajó y se marchó a vivir a Camas; allí abrió una taberna, La Sonanta, y allí falleció, a los setenta y tres años y en la miseria, el que fue considerado como Decano del Cante Jondo. (En el próximo capítulo destacaré la defensa que Fernando el de Triana hizo de los fandangos de Huelva).
La próxima entrega: El defensor del fandango.
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