Memoria de Saltés

Libros

La librería de la calle Ciudad de Aracena celebra su 50 aniversario con renovada imagen pero con la misma esencia que la ha hecho insustituible

"La librería Saltés aglutinó a políticos y sindicalistas con ganas de cambio"

Luto en la cultura onubense por el fallecimiento de Miguel Ángel Rubira

Interior de la librería Saltés, con estantes y mesas atiborrados de libros: el paraíso para cualquier lector. / Josué Correa
José Juan Díaz Trillo

24 de marzo 2022 - 06:08

En el frágil ecosistema del comercio tradicional o de proximidad, una tienda, un almacén, un sencillo quiosco, resultan imprescindibles para que el tejido social de los centros urbanos goce de buena salud. Pasear para ver, entrar para comprar o curiosear, forman parte de la ruta de cualquier turista. También de nuestro simple ocio cotidiano o de la urgencia por encontrar más cómodamente lo necesario. Suelen ser además lugares de la ciudad, o del barrio, donde se consolida el patrimonio mobiliario y monumental más valioso. Por su secuencia de trato colectivo y sin interrupciones –salvo, ay, su cierre– con el tiempo de las calles a las que siempre dan un valor añadido. Son claro testimonio, con mayor o menor valor estético, de su pequeña gran historia.

Por distintas razones y avatares, no luce Huelva un gran casco histórico. Sus más notables monumentos yacen, a mi entender, bajo tierra y son testigo de uno de los enclaves civilizatorios más antiguos y pródigos del oeste de Europa. Sin embargo, sí poseen nuestras calles, desde el antiguo castillo de San Pedro hasta las riberas del Tinto y del Odiel, un aire sencillo y tan amable de antigua población de mineros y marineros. Cuando en los años setenta del siglo pasado ponen sus promotores el nombre de Saltés a la librería, quizás pensaron que convenía profundizar en su historia y su cultura como palancas de un proyecto que, más allá del comercio de libros, pretendía mayor espacio para el pensamiento, y presentía la llegada de la Democracia.

Así Saltés se convirtió de inmediato en un lugar de referencia de la Libertad –“sin ira” llegará a cantarla Jarcha, que nacía por las mismas fechas y con el mismo espíritu– y foco, tan arriesgado como clandestino entonces, del debate político y de la agitación por la Cultura. Catedral de ella, la han llamado con justicia al cumplir ahora sus primeros cincuenta años y resistir, justo antes de la pandemia, a una posible desaparición. El coraje de su nueva gestora, Estrella Villalba, y la fidelidad y diligencia de Luisa y Álvaro, han hecho posible que la librería no sólo mantenga intacta su memoria –desde la que recordamos a María José Zafra y a Miguel Ángel Rubira y Pilar–, sino la calidad y abundancia de los buenos libros. Que se resisten a ser arrinconados por otros productos de papelería o juguetería con los que muchas otras librerías, de barrio o pueblo, sobre todo, intentan sortear su posible naufragio.

Celebra, pues, nuestra veterana librería sus cinco décadas con nuevo logotipo, color azul del cielo de la sabiduría, mejores canales de difusión y el mismo empeño y trato –cercano, amable, inteligente– de siempre. Nos proponen además estos días un programa literario diseñado para todos los públicos. Asaltando incluso la Poesía, y recordándome que hace casi cuarenta años esa librería, a la que yo me acercaba con veneración adolescente, me editaba, junto al pintor Buly, un libro, baraja de veinticuatro poemas y dibujos, que convocaba, desde el decidido color rojo de su estuche y la advocación de don Luis de Góngora, el paso de las horas. Bien cumplidas las observo en la Memoria de este entrañable comercio de la calle Ciudad de Aracena y que –como testigo mayor, y mejor, de este medio siglo– se enfrenta al futuro con la inspiración diaria de las Buenas Letras: para leer la vida y vivir los libros.

José Juan Díaz Trillo es escritor y poeta.

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