"Parece que estuviéramos obligados siempre a pasar la boina y pedir perdón"

Ismael Serrano. Cantautor

El madrileño habla de trovadores, de política y de la sociedad actual en su regreso a la capital onubense.

Ismael Serrano (Madrid, 1974), en una imagen promocional para su último disco, 'La llamada'.
Javier Ronchel Huelva

19 de octubre 2016 - 05:00

Hace 19 años que sacó su primer disco, y algunos más que empezó a buscar su oportunidad entre garitos madrileños con canciones propias, guitarra en mano. Hoy regresa a Huelva con su último disco, La llamada, de 2014, pero con una vuelta a los orígenes, al básico, solo ante el público.

-Su último trabajo destaca por su colorido musical pero acaba su gira ahora en acústico y en solitario.

-Quería retomar ese hábito de subirme solo con la guitarra, que no hacía desde los comienzos. Me apetecía mucho enfrentarme al reto de defender las canciones yo solo, y más en un disco como éste.

-¿Quizá para que lleguen de forma más directa al público?

-No lo sé. Creo que llegan de ambas formas. Este disco tiene un cierto carácter de celebración, aun cuando retrato una realidad difícil, una llamada a huir de la resignación. Nos instalamos en el lamento pero uno se rebela ante esa actitud y para darle un carácter de celebración acudí a los ritmos tradicionales latinoamericanos. Pero hay otras formas de darle ese carácter a través de la guitarra.

-En el tema que titula el album dice "que no se olviden de tu alegría".

-Este disco tiene esa doble vocación: de llamada, de mirarnos los unos a los otros, que es tremendamente útil en un momento de adversidad; y de celebración, como ejercicio de rebeldía, de no caer en el lamento constante. Uno de los discursos que se manejan ante la crisis es hablar de ella como si fuese un fenómeno de la naturaleza, como si no pudiésemos hacer nada. Ante eso hay que levantar la mirada y ver que existen otros caminos en cuanto seamos capaces de agarrar las riendas de nuestras vidas, de hacernos protagonistas del tiempo en el que vivimos.

-¿Se capta esa llamada para unirse al "grito de los cansados"?

-No lo sé. No se trata tanto de remover conciencias como de generar espacios de encuentro. Saber que estás acompañado en ciertos sentimientos en una sociedad atomizada ayuda a tener vínculos, o al menos a recuperar una esencia de animales sociales que parecemos perder. Y apelar a esa sensibilidad siempre es positivo.

-¿Espacios de encuentro como el movimiento del 15-M o los nuevos partidos?

-Éste es un momento crucial. Toda la gente que ha depositado sus esperanzas en estas nuevas formaciones tiene que ver cómo se dan respuestas reales y eficaces a sus demandas. La demanda es una nueva sensibilidad, y en ese sentido es crucial porque el desencanto puede ser muy grande. Y, además, contagiaría no a los partidos políticos sino a la propia democracia con la sensación de que el voto no sirve de nada. Eso sería terrible, sobre todo para toda esa gente joven que se ha sumado al debate de las ideas cuando siempre lo había eludido.

-Y la situación actual parece que no ayuda, con la falta de Gobierno, cuando se habla de responsabilidad democrática para mantener el bipartidismo.

-Ya se verá cómo se desarrolla. Los últimos en caer en la cuenta de que el bipartidismo se ha roto son los dos partidos que se han alternado en el poder. La responsabilidad democrática va más allá de darle el Gobierno a Rajoy.

-¿Cree que está mal entendida la democracia?

-Una de las cosas que ha revelado la crisis es el déficit democrático en el que vivimos. Parece que el futuro de la gente está determinado por instancias políticas que escapan al control del ciudadano. Esa sensación es terrible. Y se ha puesto en evidencia en muchos lugares de Europa, donde hay un Gobierno de tecnócratas que ha usurpado la soberanía de la gente. Eso exactamente es lo que ha hecho que surjan nuevos liderazgos y esa exigencia de una nueva sensibilidad política, de la que parece que algunos no se dan por aludidos.

-Trump inquieta, a un paso del Gobierno más poderoso del mundo.

-Ese es el peligro de no darle cauces a esa exigencia de una nueva sensibilidad. Eso responde al desencanto de la democracia en sí misma. Es una consecuencia más de ese déficit y esos son los peligros a los que nos enfrentamos. No es ya el caso de Trump; también tiene que ver con el auge de la extrema derecha en toda Europa. Tiene que ver con el miedo, azuzado de manera irresponsable.

-En los años 40 Woody Guthrie mataba fascistas con su guitarra.

-Para mí es el pionero de lo que es el trovador moderno, alguien con una sensibilidad que le da a la canción popular una dimensión poética pero también política. Se siente comprometido con la realidad que le toca vivir y trata de componer también una banda sonora que acompañe al relato, no solo sentimental sino también social y político, del tiempo en el que vive. Pero se ha impuesto el escapismo en lo musical y no está del todo bien visto que uno se comprometa ideológicamente a través de sus canciones.

-Pero ahora Dylan se lleva el Nobel de Literatura.

-Sí, y ha generado una controversia un tanto extraña, que fundamentalmente se debe a que por primera vez le dan un premio Nobel a alguien del que hemos oído hablar.

-¿Entiende que se cuestione este premio?

-Entiendo que pueda haber gente que diga que el Nobel lo merece alguien que no pertenezca al mainstream. Puedo entender una cierta crítica. Lo que no entiendo es que se ponga en juicio la capacidad literaria de los textos de Dylan. Creo que tiene que ver con ese prejuicio en torno al cantautor. El trovador está en un lugar difícil: para los poetas es un poetastro que sólo puede defender sus versos con una guitarra, y para los músicos es un músico mediocre que tiene que dar un vuelo poético a las canciones para darles calidad. No ha sido una figura muy bien tratada por la crítica tradicional musical y tampoco por el gremio.

-¿Seguirá teniendo vigencia?

-Siempre la va a tener, más allá de que la crítica le trate bien o mal, porque siempre va a haber un público que se sienta identificado con la propuesta del trovador. Pero es verdad que la canción de autor no tiene todas las plataformas de difusión que tienen otros géneros y con un cantautor se es mucho más exigente. Es por el pudor que existe en este país a expresarse ideológicamente.

-El año que viene se cumplen 20 años de su estreno, Atrapados en azul. ¿Da vértigo?

-Sí que lo da porque el tiempo pasa muy rápido. Han pasado muchísimas cosas, he tenido la oportunidad de vivir cosas maravillosas. Da mucho vértigo sobre todo porque esto es una lucha constante y la vigencia es algo muy frágil. La precariedad en este trabajo está a la orden del día. Hay un momento de El viaje a ninguna parte en el que Pepe Sacristán le dice a la gente de un pueblo: "Nosotros vivimos de lo que os sobra", apelando a su solidaridad para que les dejaran trabajar para poder vivir. Hay una constante súplica porque la gente de la cultura somos también diana del resentimiento de ciertos sectores, sobre todo de la política: los titiriteros, los que viven de la subvención; una mentira que persiste. Es como si estuviéramos obligados a pasar la boina permanentemente, pedir perdón y permiso precisamente por eso.

-¿Qué queda de ese joven que empezó en el 97?

-Creo que mucho porque me siguen moviendo las mismas cosas. Para mí la música sigue siendo mi pasión. Sigue habiendo también un empeño por desviar mi mirada de mi propio ombligo, que es a lo que a veces tendemos los propios músicos, a volvernos más herméticos dentro de nuestro propio universo. Con el tiempo me he librado de algunos prejuicios, me he descargado de una cierta solemnidad a la hora de estar sobre el escenario, de componer, que me alejaba un poco de la realidad. Supongo que es una cuestión de aprendizaje.

-¿Preparará algo por ese vigésimo aniversario?

-Me gustaría hacer algo especial. Son veinte años y eso merece una celebración que rehuya de la nostalgia, para celebrar que estamos vivos y todo lo que nos queda por hacer, que es mucho.

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