Sánchez Menéndez hace balance: desviste su poesía a golpe de hondura e ironía

El poeta, ensayista y editor publica 'El baile del diablo', un puñado de versos escritos en los últimos doce años, al descubrir que la luz y la sombra no eran más que conceptos cambiados

Javier Sánchez Menéndez, acompañado por Enrique Zumalabe, ayer, en la Biblioteca Provincial. / Alberto ´Domínguez
Elena Llompart

09 de junio 2017 - 02:12

Huelva/Lo tiene claro. Javier Sánchez Menéndez asegura que el pasado no existe. Al menos, tal y como nos lo han enseñado. El poeta gaditano le hace un quiebro a los embaucadores "conceptos y términos a asumir por narices" -como eso de que esto es bueno y aquello es malo- y es consciente de que el pasado "ya no es". Es por eso que éste no le interesa como tal, sino como una revisión de lo vivido en el presente.

Tampoco cree el escritor que haya que seguir el consejo de que hay que quedarse en la luz o diferenciar entre el bien y el mal. Porque resulta que "el prín cipe de la luz es Belcebú" y que en realidad "la pureza está en la noche". Los conceptos estaban y están cambiados y, al escarbar en esta sustantividad, nacieron los poemas desnudos, los más difíciles de crear.

Están en El baile del diablo, una obra editada por Renacimiento y que echó a andar hace doce años, cuando el poeta, ensayista y editor llegó a la barrera de los 40 años. Todo lo que pretendió salió solo. La pérdida de sus padres hizo que afloraran recuerdos, como los de la infancia y la adolescencia, así como otros momentos y experiencias vitales que le hicieron ejercitar un desnudo (literario) integral que ayer compartió con quienes asistieron a la presentación de su libro en la Biblioteca provincial, donde el colaborador de Huelva Información estuvo acompañado por Enrique Zumalabe.

Sánchez Menéndez, al frente de La Isla de Siltolá, leyó un puñado de poemas de su libro, dividido en tres partes: Las cartas por jugar, Obras terrenales y La verdad de las cosas. Esa partida de cartas que es la vida y que se juega cada día, un sentido homenaje a Pablo García Baena, el amor, su visión del mundo y del destino, el valor central de la humildad o la muerte que se impone están presentes -a golpe de hondura y de ironía, que ya escribió Ángel González que mancha la tinta tanto como el semen- en esta obra confesional con la que el autor deja claro que ahora respira y hay aroma a romero, o que también vivir precisa de epitafio. Así lo narra en estos asentados poemas con los que da cuenta de su vida y de su itinerario por el mundo.

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