Historias del fandango
Una división ¿superada? en el cante flamenco
Festival Flamenco Ciudad de Huelva
Huelva/Y llegó el final. Terminó. Tocó ayer a su fin con El Higueral, la Peña Flamenca de Huelva y Antonia Contreras, la semana en que los propios, los extraños, los flamencos, los ajenos, y muchos que pasaban por allí, hacían su paraita en la plaza al amparo de un fandango.
Dicen que a todo se le coge gusto, y ya comenzaba yo a gustarme en el entorno de niños jugando a la pelota, abuelos con síndrome postpandemia, palomas al aire y templete aposento de algún que otro guiri, tratando de hacer infructuoso compás. Quedan sonidos, y aún a falta de ellos, muchas imágenes. Las imágenes de Mario Garrido mirando al mismo templete, como diciendo “¿esos niños no tienen padre?”. Las del sempiterno Ramón Arroyo acomodando su cámara -otra vez el templete-, tomando la mejor perspectiva para grabar su vídeo. Las del incansable Andi poniendo orden entre sillas de enea, micros y cables, ofreciendo botellitas de agua a diestro y siniestro. Las de las niñas de Amparo Correa, jugando por tanguillos entre los bancos de la Plaza. Las del viejo peñista, que quiere y sabe estar arriba, con su flauta tamboril. Las idas y venidas al kiosco de hamburguesas...
Se acaban las peñas pero sigue el Festival. Con la Peña Flamenca de Huelva entra en juego la petenera. Ese cante tan hermoso que, dicen, trae tan mal bajío. Unos tangos canasteros y el recuerdo a Rancapino después. Los tangos de La Marelu y fandangos para ir cerrando. Saliéndose un poco del plato, la jotilla de Aroche.
La Peña Flamenca El Higueral interpreta bamberas para el baile, la caña, cantiñas y un final dedicado al emblemático bar Quitasueños, esa taberna ubicada junto al muelle en la vieja pescadería, que desde mediados del siglo pasado se convirtió en emblema del cante flamenco de nuestra ciudad.
La cantaora malagueña Antonia Contreras se sitúa justo en el extremo opuesto del cierre de la jornada que vivimos el día anterior. Si aquella fue una jornada de garra y bravura sin parangón, Contreras lleva lo melodioso a límites exasperantes, en aras de una musicalidad que luego imposibilita la ejecución de muchos palos. Con Juan Ramón Caro a la guitarra, comienza con farruca, sigue por cantiñas de La niña de los peines, malagueña de la Trini y rondeña, guajiras, para agradecer más tarde en público el calor de la Peña Femenina con cantes por Huelva (Mirando a la Magdalena / Jesús le dijo al gentío / decidme por qué no es buena / qué delito ha cometío).
Las Monjas se queda vacía pero están los ecos del Turry llamando a Don Enrique de Graná. La Filo se desgañita por bulerías y seguiriyas, y luego más cante y cante. Y en la soleá de mis noches sin luna, busco los luceros de tus ojos verdes...mi pelo negro, mi pelo, ¿pa qué lo quiero, serrano?, si ya no tengo el consuelo de la seda de tus manos. Y luego hablarán, que si el cante gitano y el cante payo. Que si patatín y patatán. Que hablen y digan.
También te puede interesar
Historias del fandango
Una división ¿superada? en el cante flamenco
Nunca te sueltes | Crítica
No te sueltes cuando el mal acecha
Lo último
Tribuna Económica
Carmen Pérez
Un bitcoin institucionalizado
El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
La ciudad y los días
Carlos Colón
¿Guerra en Europa?
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La semana ‘horribilis’ de Sánchez