El Abalario: un mundo desestimado

Crítica de libros

Águeda Villa ofrece un acercamiento desde la Geografía a las tierras al oeste de la mítica Doñana, al oeste del Edén, que fueron siempre un espacio invisible, habitado por lo anónimo

Carboneras en primer término, en una vista general del complejo lagunar de El Abalario, al oeste de Doñana.
Carboneras en primer término, en una vista general del complejo lagunar de El Abalario, al oeste de Doñana. / Espínola/Archivo
Juan Villa

08 de febrero 2025 - 03:15

'Donde habita el olvido. El Abalario, un paisaje de Doñana'

Águeda Villa Díaz.

Diputación de Huelva. Colección Divulgación. Huelva, 2024.

297 páginas. 10 euros.

En el orbe cristiano, el nuestro, al no bautizado se le considera de alguna manera un nonato, un ser sin futuro posible, sin esperanza. Y es precisamente con el bautismo con el que se adquiere todo ello y, lo más determinante, un nombre.

Donde habita el olvido. El Abalario, un paisaje de Doñana viene con la intención, entre otras, de remediar ese nonatismo, esa marginación que el lugar ha venido padeciendo a lo largo de la Historia. Las tierras al oeste de la mítica Doñana, al oeste del Edén de tanto cazador y nombre rimbombante de reyes, nobles, viajeros románticos, célebres ornitólogos… fueron siempre un espacio tomado por la neblina, invisible, habitado por lo anónimo, por gente que nunca dejó huella ni memoria, ni lo pretendió. Se desarrolló en él solo eso que Unamuno llamó intrahistoria o historia de los seres sin prosapia, sin siquiera nombre.

Antaño se conocía por El Abalario una zona muy concreta, una zona que, a pesar de sus escasos cuarenta metros sobre el nivel del mar, suponía un espacio de privilegio en un territorio inundado a lo largo de casi todo el año. Existe un documento del siglo XVII en el que se le concede su uso para asiento de colmenas a un tal Abad Larios, de ahí parece derivar el topónimo.

Pasados los siglos vendría a asentarse en él un cuartel de carabineros, un sólido edificio de arquitectura popular que hace poco se encargó de destruir la sañuda, insaciable e insensible Administración, esa cosa abstracta a la que tan bien se le da eso de lavarse las manos.

En los años cuarenta del siglo pasado se construyeron allí las primeras instalaciones del Patrimonio Forestal, germen de un universo de plantaciones y poblados que, provocándole la muerte –querían desecarlo– pretendían dar vida al lugar: Cabezudos, Bodegones, La Matilla, Gato… nacieron y murieron a lo largo de aquellos años. Luego los geólogos tomarían el topónimo para denominar los mantos eólicos de la zona, así que se ha ido extendiendo poco a poco hasta ser reivindicado hoy como denominación general de las tierras al oeste de Doñana y este libro de Águeda Villa viene, como decía más arriba, a cristianarlo.

Es en principio un acercamiento desde una disciplina muy concreta, la Geografía, pero la visión se ensancha conforme avanzan sus páginas para hacer confluir en ellas múltiples visiones desde las humanidades al arte, el cine o la literatura.

El libro se estructura en dos bloques. El primero, más técnico, más geográfico, nos habla de la naturaleza del lugar, su historia y las distintas miradas que lo han ido dibujando. El segundo nos invita a un paseo desde los ruedos de Almonte hasta el mar, contándonos su trayectoria vital a través de ocho de sus múltiples paisajes.

Portada del libro 'Donde habita el olvido. El Abalario, un paisaje de Doñana'.
Portada del libro 'Donde habita el olvido. El Abalario, un paisaje de Doñana'.

En un primer tramo se hallaría el espacio entre el Alto de los Reyes hasta la Rocina, cubierto hoy de pinos casi en su totalidad y por el que se transita desde la vida en los pueblos del Condado, con Almonte como ejemplo, hasta las huellas más patentes de lo que fue el Patrimonio Forestal con las ruinas del poblado de Cabezudos y el arboreto del Villar.

El segundo tramo, de La Rocina al médano, sería la parte central del territorio estudiado y probablemente la más peculiar e interesante del conjunto, son sus arenas más bajas, salpicadas de lagunas y sorpresivas nieblas que revelan lugares insólitos en la misma Rocina, Ribetehilo o Las Poleosas.

La parte final se centra en el médano del Asperillo y la playa, una banda estrecha con dos caras muy distintas, por una parte, el alto farallón del mar de pinos y la laguna del Jaral, que evita la vista del mar; y, por otra, la limpia y abierta presencia del océano Atlántico desde las casitas de Bonares, ese epílogo del veraneo tradicional de muchos pueblos onubenses.

Se cierra el libro con un epílogo, con una reflexión final a manera de conclusión, de subrayado de la serie de consideraciones que se plantean a lo largo del mismo que servirán al lector para saber mirar un espacio hasta ahora invisible, nonnato, una nueva manera de entrar en Doñana: su flanco oeste; con una prosa cuidada y fluida que más que en un ensayo parece que estuviéramos leyendo una novela. De alguna manera, la aparición de este libro supone un antes y un después en la estimación de El Abalario.

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