André Aciman y la luz de lo humano

Libros

El autor de ‘Llámame por tu nombre’ publica ‘Mi año romano’ (Alfaguara), una obra que presenta esta semana en Andalucía y en la que vuelve a la extranjería de la adolescencia

En esta gran época

El escritor ítaloestadounidense André Aciman, fotografiado ayer en Sevilla.
El escritor ítaloestadounidense André Aciman, fotografiado ayer en Sevilla. / Isaac Fernández
Braulio Ortiz

18 de febrero 2025 - 06:30

Al comienzo de Mi año romano, el libro con el que André Aciman (Alejandría, 1951) recuerda cómo su familia dejó atrás el que había sido su hogar en Egipto para probar suerte en Italia, una pasajera del barco en el que venían le ofrece al adolescente protagonista un caramelo con sabor a papaya procedente de la tierra que han abandonado. Y el muchacho se sorprende al observar el envoltorio de esa golosina: frente a lo que había fantaseado, aún puede leer árabe. “Tenía la impresión de que, una vez que llegara a Italia, se me borraría todo. Olvidaría quién era o lo que había aprendido en Egipto”, evoca el narrador, entonces un chaval que se adentraba en la vida y al que la realidad enseñó entonces que “nada había cambiado al cruzar de una orilla a la otra del Mediterráneo. Yo seguía siendo yo y la persona que había sido unos días antes no se había volatilizado”.

Aciman, que presenta estos días su nueva obra, editada por Alfaguara, de la mano del Centro Andaluz de las Letras –ayer estuvo en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla, acompañado del escritor Pepe Pérez-Muelas, y este martes estará en Córdoba, en la Filmoteca de Andalucía, con Pablo García Casado–, sabe por experiencia propia que “no podemos dejar atrás a quien fuimos, siempre llevamos con nosotros a la persona que hemos sido”, asegura en una entrevista con este periódico. El autor de Llámame por tu nombre y su secuela Encuéntrame, ya septuagenario, contempla hoy Roma con amor, pero en el desconcierto de aquella extranjería primera se le antojó, cuenta en las páginas del libro, “una ciudad deslucida, malhumorada y miserable en la que nos habían arrumbado cual desgraciada basura”. El majestuoso imaginario que ha visto en el cine no tiene cabida en el paisaje monocromo de la rutina: “Yo quería la Roma de las películas, la de los grandes monumentos, las mujeres hermosas que volvían la cara para sonreír a muchachos de mi edad, pero esa Roma no estaba en ninguna parte, quizás nunca había existido”.

La madre y los dos hijos se instalan en un barrio obrero, en un piso que antes había sido un burdel (y que sigue recibiendo la llamada de clientes deseosos de compañía) en la via Clelia. “Yo me encontré con la vida real, con calles que no pertenecían al itinerario que recorren los turistas. Mi Roma estaba, ¿cómo decirlo?, llena de mugre”, expone el novelista, que en esos meses se encerró en su habitación y en sí mismo. “Yo cerré la ventana y leí libros alumbrado por el sol que se colaba por la persiana. Mi hermano hizo amigos, e incluso mi madre, que era sorda, se ganó el cariño de la gente cuando iba al mercado. Ellos eran más expansivos”, dice Aciman, que en su charla se muestra tan cálido y amable como es su literatura.

Como su admirado Marcel Proust, al que ha dedicado ensayos y publicaciones, el estadounidense describe en Mi año romano el impacto emocional que causan los sabores: el tío Claude, un tipo cínico y amoral, se derrumbará y se definirá arrepentido como un mal hijo cuando pruebe unas alcachofas cocinadas con el cariño y la sabiduría de las recetas ancestrales; a Aciman el aroma de la almendra verde le “transporta” siempre, da igual los años que transcurran, “a aquellas tardes en Via Clelia”. “Hay algo sagrado en la comida, en la memoria de los alimentos”, reflexiona este profesor que ha dado clases en el Bard College y en Princeton. “Incluso cuando vuelves en tu pensamiento a una etapa dolorosa, si recuerdas algún plato, de alguna manera esa memoria se vuelve agradable”, opina el creador, que ya relató su infancia en Lejos de Egipto.

La Roma que yo conocí, la Roma real y no la que aparece en las películas, era una ciudad sucia, llena de mugre”

El joven Aciman se siente desubicado –“yo era de otro lugar, pero no sabía de dónde”– en un tiempo en el que se decide su futuro: el chaval experimenta la confusión por el deseo y los primeros amores, y los parientes discuten si debe estudiar una ingeniería, la solución práctica, o responder a su interés por los clásicos, la alternativa más idealista. “Ese debate, por desgracia, sigue estando vigente. Las humanidades se están empequeñeciendo en los planes de estudio, en la importancia que le concede la sociedad”, lamenta este autor que explora en este relato los sentimientos ambiguos que le provocaba en la adolescencia su familia. “Uno podía querer a alguien y, a la vez, desear que se muriera”, anota Aciman en esta obra, y matiza esa afirmación en la entrevista: “Es natural y lógico pensar algo así, pero es verdad que queda extraño al ponerlo por escrito”.

Aciman no olvida un consejo que le dio su tía Flora cuando supo que aspiraba a ser escritor: que “buscara lo humano. Es algo que he tenido siempre en cuenta: lo que le da el alma a una narración es lo que les pasa a los hombres y las mujeres. Si no te centras en eso, corres el peligro de ser abstracto”, defiende este descendiente de judíos sefardíes que vive con emoción su visita a Sevilla y Córdoba estos días. “He venido muchas veces a España, y cada vez que viajo hasta aquí me parece muy simbólico, porque vuelvo al lugar donde vivían mis antepasados hace 500, 600 años”.

“En el cine, uno no piensa, no se preocupa, está del todo protegido”, asegura Aciman, que recuerda en Mi año romano las sesiones continuas donde ese joven entraba en las proyecciones empezadas y asistía a los finales de las películas. “Desde entonces no me preocupan los spoilers. El argumento no es exactamente lo que más me interesa de una obra”, declara este creador al que una adaptación a la gran pantalla –Call me by your name, dirigida por Luca Guadagnino y escrita por James Ivory– le proporcionó una renovada popularidad. Ahora, el actor Jeremy Allen White (The Bear) prepara con Netflix una serie basada en sus Variaciones Enigma. “Mi agente me ha dicho que todo está muy bien, pero que no me haga ilusiones. Que en un proyecto así, hasta que no se empiece a grabar, no hay nada seguro. Y yo le hago caso”, concluye, encogiéndose de hombros.

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