‘Animales pequeños’: el derecho a ser imperfectos

Libros

Mercedes Duque Espiau publica con Tusquets una novela sobre el duelo de las amistades que se terminan y el lastre de los “afectos rudimentarios”.

Eternidad

La escritora Mercedes Duque Espiau. / José Ángel García
Braulio Ortiz

20 de enero 2025 - 06:30

“Hiciste del patio un confesionario, del árbol una celosía, y allí escupiste los pecados de tus padres. Eran muchos y pesaban. (...) Tú quisiste contarme quién eras en el fondo y quisiste saber quién era yo. Atamos raíces allí mismo”. Rita y Lis son amigas desde la secundaria, pero años después, cuando las dos comparten piso en Londres, la calidez de ese vínculo que parecía inquebrantable ha desembocado en una dolorosa frialdad. Lis, atrapada por la depresión, apenas se levanta de la cama, y Rita se ha convertido en otro espectro, perdida en el recuerdo de los tiempos felices: “Me pregunto qué aspecto tendríamos Lis y yo si nos hicieran esta foto ahora (...). En qué postura nos pondríamos, si sonreiríamos o no, o si se nos notaría más maduras, con las caras menos redondas, algo menos brillantes”.

Mercedes Duque Espiau (Sevilla, 1996) explora en Animales pequeños (Tusquets), su primera novela tras el celebrado libro de cuentos Los días breves, el luto por una amistad que termina y la perplejidad que provoca esa separación. “No tenemos herramientas para manejar ese duelo. ¿Tienes derecho a estar tan triste como cuando te deja tu novio o tu novia? Cuando se te resquebraja tu identidad, porque parte de ella ha estado asociada a esa persona, ¿qué haces? Lis decide romper y Rita siente que se queda coja, no entiende qué ha pasado”, explica Duque, que se rebela contra esa creencia extendida “que dice que las amistades son para siempre, que no hace falta cuidarlas como sí tienes que trabajarte las relaciones de pareja. Si no tratas a alguien como se merece, lo normal es que esa persona se canse”.

Animales pequeños se detiene, también a través de un tercer vértice de la historia, Eva, la hermana de Rita, en los “afectos rudimentarios” que nos ligan a los otros, en la torpeza con que nos manejanos “en la expresión emocional”. “No nos han enseñado tampoco a conversar abierta y honestamente con los que nos rodean”, opina Duque. “En mi generación estamos aprendiendo a hablar de lo que nos ocurre, a compartir cómo nos afecta el mundo, lo que sentimos o lo que nos sucede en el terreno laboral”, advierte la narradora.

No nos han enseñado a conversar abiertamente con los que nos rodean, a explicar lo que sentimos”, dice la autora

Duque plasma además las “historias impuestas” que vienen de la mano de la familia. “Quería tratar cómo te condiciona lo que te dicen tus padres sobre cómo eres y cómo vas a ser, me interesa cómo aquello permea y efectivamente acaba formando parte de ti, forja tu carácter. Seguramente, Rita habría sido muy distinta si no la hubiesen etiquetado en su casa como la hermana desastre. Cuando su amiga cae en una depresión, ella no sabe cómo cuidarla porque nunca hasta entonces ha desempeñado ese papel: a ella le habían adjudicado otro”.

En esa encrucijada, la protagonista de la novela lidiará con su egoísmo, “un rasgo del que es consciente pero que no quiere terminar de asumir”. Porque Animales pequeños dota a sus personajes de una humanidad defectuosa, insatisfecha y en búsqueda que se parece mucho a la vida. “La sociedad nos exige que seamos perfectos, y más si eres mujer. No sólo debes estar en forma y ajustarte a un modelo de belleza, también tienes que ser la más agradable, inteligente, divertida... Yo quería que Rita, Lis, Eva fueran imperfectas. Me gustaba la idea de defender el derecho a no responder a los cánones ni a las expectativas”, asegura Duque.

La narradora ambienta su obra en Londres, una ciudad en la que estudió Antropología y Sociología y a la que perfila como una metrópoli extrañamente silenciosa, un enclave impasible con las almas erráticas que demandan cariño. “Yo no voy a ponerla en mal lugar, porque allí conocí a gente maravillosa y tuve experiencias fantásticas, pero es verdad que si no tienes una red de gente que te apoye puede ser un lugar muy duro para vivir. Y lo del silencio es algo que me sorprendió: en el autobús todos los viajeros van callados, a mí me llegaron a mirar con cierto escándalo porque iba con una amiga y me reí. Ese silencio puede ser muy solitario”.

Otro rasgo personal que Duque ha trasladado a su protagonista, además de su percepción de Londres, es la costumbre de comparar a las personas con animales. “No entiendo a los seres humanos si no los asocio con otras criaturas. Si estoy conociendo a alguien, pronto le encuentro un parecido. Y no se trata del aspecto físico, también puede ser por esa inteligencia intuitiva que tienen los animales. Supongo que me influyó mi infancia algo salvaje en El Puerto de Santa María, en Fuentebravía, donde los niños nos movíamos como nos daba la gana, y había gatos callejeros, perros, lagartijas, insectos, pájaros y camaleones”.

Mercedes Duque Espiau. / José Ángel García

Duque adorna ese mundo inestable que retrata con destellos de lirismo: las palomas, en la mirada de la autora, son “animales simples, antiguos. Los globos oculares negros, negrísimos, como de seres anteriores a la memoria, a cualquier tipo de orden; como de corazón primitivo”. “Me gustan los libros bellamente escritos, y busco lograr eso como autora. Mastico las frases y hasta que no les encuentro el orden exacto no las dejo libres”, confiesa la sevillana. “Me suelen decir que mi prosa es muy visual, y yo creo que mi cabeza funciona así: tengo los recuerdos grabados a modo de fotografías, lo que hago es describir esas imágenes que se me quedaron almacenadas”.

Los personajes de Animales pequeños vuelven a películas y series que ya habían visto, y encuentran en la seguridad de esa ficción conocida un refugio frente a la confusión de los días. “Admito que yo hago lo mismo: me pongo dramones y cintas de terror para ver cómo a esa gente le pasa de todo y poder decirme: Bueno, en realidad yo no estoy tan mal”, afirma entre risas. “Yo no sé si llamarlo refugio, pero a mí la ficción me acompañó. Era una niña tímida que leía y leía, y sentía que los protagonistas eran mis amigos. Recuerdo, creo que tenía 17 años cuando lo leí por primera vez, que terminé Los detectives salvajes, de Bolaño, con mucha pena, pero me puse contentísima al saber que esos personajes aparecían también en otros libros. Iban a seguir estando conmigo”.

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