El arte de quebrarse

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Marina Heredia hace en su cuarto disco, 'A mi tempo', grabado en directo, un minucioso y sentido recorrido por la historia del flamenco, que es la del convulso siglo XX español

La cantaora granadina Marina Heredia ha firmado su mejor disco.
Juan Vergillos

24 de junio 2013 - 05:00

Es una de las grandes voces del flamenco actual. Voz profunda, oscura, plena de color y de matices. Marina Heredia Ríos (Granada, 1980), la hija de Parrón, es dulce y dolorida, sensual y distante. Abre A mi tempo una milonga, cante estrella de los años 20 y 30 y hoy reducido a un fósil. Heredia ha rescatado uno de aquellos cantes de temática sentimental y llorona que incluso dieron lugar a algunas de las primeras películas de temática flamenca en la República. La guitarra metálica, tensa, brillante y sin embargo íntima, granadina, es la de Miguel Ángel Cortés. Con la apabullante introducción de Cortés ya hemos recorrido toda la épica pampera que del Cono Sur se trajo este cante, importado por Manuel Escacena. Es el espíritu campesino de espacios abiertos que en la ciudad, en el puerto, derivará al tango porteño. Sentimentalismo obvio, sencillez de intenciones y de recursos, melancolía y naturaleza. Heredia se lanza sin paracaídas en el melisma, que es el elemento único que alimenta este cante, libre de ritmo. Sin paracaídas, digo, porque el cante está grabado en directo, como el resto del disco. La cantaora ha rescatado la letra y la música del gran Corruco de Algeciras, estrella flamenca tempranamente desaparecida, en el frente del Ebro durante la contienda española.

Eso sí, con el cambio de género se produce algún desliz en la copla, trasformando la rima consonante del original en verso libre. Es el preludio, un remanso frente al turbión rítmico que vendrá. Los fandangos tremendos del Chocolate son el contrapunto de la arrasada posguerra frente al glamour de la cantaora. Por supuesto que Marina Heredia no se olvida de dónde venimos y este disco es una puesta al día de nuestra historia reciente porque el flamenco ha sido el testigo de excepción de los horrores y las alegrías de nuestro convulso siglo XX.

A mi tempo es también el tiempo de todos, nuestro presente entendido como actualización o evolución de un pasado. El pasado de los fandangos tremenditas ("Dios mío de mi alma") del Chocolate: mujeres de la vida, abusadas, abandonadas por sus hombres cuando estos marcharon a la guerra; hombres alcoholizados para olvidar el horror del día a día, niños que se hacen adultos a marchas forzadas, incomprensión en la pareja. De nuevo Heredia trasforma el género del protagonista de sus coplas en aras de lo políticamente correcto. Pero los fandangos no dejan de ser trallazos y su contenido desasosegante permanece intacto. José Quevedo El Bolita es, pues, el digno heredero del Niño Ricardo: ambos tensos, ambos nerviosos, ambos estilistas enormes de la emoción. Diego del Morao es el encargado de darle la réplica en los segundos fandangos.

El calor del directo le ha hecho mucho bien a esta obra pues, mientras otros discos de la cantaora son perfección formal embalsamada, aquí el acabado técnico no borra la intensidad emocional sino que la potencia. La guitarra nerviosa, jerezanísima, de Diego el del Morao, acompaña a Marina por seguiriyas. Íntima, enérgica, esencial y barroca. Heredia ofrece una interpretación muy adornada, desbordante, lujuriosa y sentimental, pasando de la exhibición vocal al intimismo en el mismo verso melódico. Del grito rabioso al gemido susurrado en un segundo. Y el del Morao escancia una falseta lenta, morosa, de enorme sabor. La seguiriya de cierre de Manuel Molina evoca, sin lugar a dudas, el cante poderoso y de ritmo vertiginoso de Manuel Vallejo, genio hispalense: un envite del que Heredia sale más que airosa. Los arreglos y el estilo de la caña nos recuerda a otro granadino ilustre, Morente, incluso en la elección de alguna letra, no acreditada, de Manuel Machado. El paseíllo coral, mixto, a la manera del siglo XIX, según nos cuenta Estébanez Calderón, es un prodigio de melodía y precisión rítmica. Es una deliciosa canción flamenca plena de ritmo, furia y emoción. Las percusiones de Paquito González disparan el carácter social de la obra y el ritmo prodigioso de los tres guitarristas. En la bulería por soleá, con buen criterio, son los dos guitarristas jerezanos los que acompañan a Marina para recordar los cantes del Gloria y La Moreno. Una nueva entrega airosa y pletórica. Toda una lección de cómo arrojar y recoger el cante.

La segunda parte es una explosión de los dos estilos festeros por excelencia de lo jondo, tangos y bulerías, en diferentes fórmulas. Cuatro cantes que son cuatro homenajes. Si en la primera parte de esta obra se acuerda Heredia del Corruco de Algeciras, La Moreno, Chocolate y Morente, en la recta final del disco los evocados son Adela la Chaqueta y Camarón en las bulerías y Bambino y Morente en los tangos. Es decir, los tablaos versus los festivales globales.

De Adela la Chaqueta, mítica cantaora de una de las estirpes con más compás de la historia del flamenco, estrella del tablao Los Canasteros, Heredia coge la forma de hacer el cuplé por bulerías. Los Mellis son un genuino y seguro metrónomo de la fiesta y Marina se deja llevar por los sentimientos a flor de piel del bolero y de la ranchera Que se me acabe la vida de José Alfredo Jiménez. De Camarón ofrece un ramillete de letras festeras que Antonio Humanes, Juan Antonio Salazar, Kiko Veneno y Pepe de Lucía compusieron para el genio isleño en los ochenta. Cantes ligados plenos de ritmo y de memoria. La copla de posguerra de sufrió en la voz tremenda del utrerano Bambino, estrella de Torres Bermejas y Los Canasteros, una versión luminosa y lúdica, canalla y noctámbula, desbordante, a ritmo de rumbas. De esta manera lo interpreta Marina Heredia con la temperamental Mónica Naranjo, con las congas y las guitarras ventilador. El último homenaje del disco es, de nuevo, para Morente con una selección de sus más populares melodías para textos de San Juan de la Cruz y Lorca.

Heredia ha elegido para su cuarto disco una obra grabada en directo y con el repertorio tradicional que mejor conoce. Una gran obra, sin duda la mejor suya. Entre Fernanda de Utrera y Mairena, entre la perfección formal y la pura entrega sentimental, a Heredia le sentará mejor, siempre, lo segundo. Lo primero ya viene de fábrica, no tiene que preocuparse por ello.

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