En busca del 'poverello' de Asís
Entre el cuaderno de viaje y el halo del arte y la mística, Vicente Valero sigue el rastro de San Francisco por los paisajes de la Umbría
![El escritor Vicente Valero (Ibiza, 1962).](https://static.grupojoly.com/clip/59c4dc25-e109-4439-88b6-27412dec9830_source-aspect-ratio_1600w_0.jpg)
La ficha
'El tiempo de los lirios'. Vicente Valero. Periférica. 224 páginas. 19 euros
Dice con razón Sergio del Molino que Vicente Valero (Ibiza, 1963) escribe como si susurrara. De ahí sus libros, entre híbridos y como extraños, líricos pero contenidos, lo que convierte a sus lectores en cómplices y, en cierta manera, en susurrantes también de un estilo y una peculiarísima manera de entender la literatura.
Pequeño grand tour personal, El tiempo de los lirios recrea un viaje por la región italiana de la Umbría, cuna de San Francisco de Asís. Valero va en su busca a través del arte, la espiritualidad, la historia y la literatura, lo que no quita para que ciertos pasajes sean también un paréntesis alegre y mundano a través de los vinos y manjares de aquellos pagos. Nuestro autor, poeta en origen, ha practicado ya en algún que otro libro anterior el ensayismo literario de corte viajero (El arte de la fuga, Breviario provenzal o Walter Benjamin en Ibiza).
El tiempo de los lirios nos sitúa –de ahí el título del volumen– en el tiempo ni oscurantista ni ténebre del Medievo, en los siglos XII y XIII mayormente, cuando el cristianismo en Europa parecía refundarse sobre una misma idea reparadora de justicia y bondad para con el prójimo. De ahí el aumento, por aquel lejano entonces, de las comunidades contemplativas o de figuras insólitas, luego universales, como las de San Francisco, el poverello d’Assisi, aquel hombre feúcho y bajito.
Bajo el capricho de una incierta primavera (ora sol, ora lluvia), Vicente Valero recorre la cuna medieval italiana a través de la Umbría franciscana (Asís, Gubbio, Perusa, Todi, Cannara, Campello sul Clitunno), para acabar en la capital de Italia, evocando de paso a Goethe en su camino a Roma de 1783. Pero no es este un libro repleto de aguafuertes y lienzos sobre el paisaje. El marco, que percibimos sensorialmente con sus tonos marrones (como si tocáramos la aspereza del hábito franciscano), es descrito entre apuntes variados y confluyentes sobre pintura, filosofía, arquitectura y mística. El resultado es como una suerte de peregrinación franciscana, pero contada a través de las notas de un diario personal.
Tras Cristo Jesús y María, la de San Francisco es la figura religiosa más icónica y representada en las artes. Dice Vicente Valero que el poverello acabó convertido en lo que en el fondo no era, mezcla de predicador laico y monje urbano, de mendigo y apóstol. Santo milagrero como fue, el príncipe de los pobres nacido de rica cuna, no padeció el martirio que quizá anhelaba cual alther Christus (pese a los estigmas con los que tantas veces fue pintado); igual que resultó ser un viajero poco ducho y frustrado en sus intenciones (viajes por Egipto y Jerusalén, como también parece ser que por España). La apropiación de San Francisco nos lo ha mostrado por lo que tampoco fue. Su amor por la naturaleza no lo llevó a ensalzar la orla de la Madre Naturaleza (Chesterton ya lo observó con su acendrado humor). Amigo de los animales, en particular de los pájaros, tampoco fue el precursor del ecologismo animalista que hoy se estila con sus ridículos excesos. Ni tampoco fue, pese a su defensa espiritual y carnal de la pobreza (sus discípulos se dividirán en conventuales y radicales zelenti), ese primer referente político del anticapitalismo por renunciar a las riquezas que le ofrecía la familia de mercaderes en la que nació (su legado inspiró muchas de las movilizaciones del ya pétreo Mayo del 68)
El periplo de Vicente Valero nos lleva de visita por iglesias, capillas, museos, oratorios y pequeñas villas y ciudadelas encastradas sobre el color terroso del paisaje umbro. Los cuadros sobre San Francisco nos permiten seguir la pista de artistas y pintores de toda época (de Giotto, Cimaue, Lo Spagna, Benozzo Gozzoli, el Perugino y Rafael, a la inglesa Hermandad Prerrafaelita del XIX y los nazarenos alemanes de la Hermandad de San Lucas, quienes acudieron a Asís en busca de pureza y observación y acabaron, caso de Friedrich Overbeck, convertidos al catolicismo y alejados de la Protesta luterana).
El tiempo de los lirios cita también a aquellos escritores y artistas que sintieron a su modo el llamado franciscano. Admirador de San Francisco fue Chateaubriand, como se refleja en sus Memorias de ultratumba. Igual que el pintor Giorgio de Chirico o Simone Weil, quien quizá buscara ser, como apunta Valero, otra Clara de Asís (llegó a decir la autora que en Asís y en su entorno todo era franciscano menos aquello que se había hecho en honor de San Francisco, a excepción de los frescos del Giotto). El citado Chesterton escribió su biografía sobre el icono de la pobreza, como también Julien Green y la Pardo Bazán, autora de dos eruditos volúmenes. Inspirado en la Vida de San Francisco de Asís, obra del pastor calvinista Paul Sabatier, Herman Hesse pergeñó su propio apunte en La infancia de San Francisco. Y el griego Nikos Kanzantzakis le hará decir al santo en su novela El pobre de Asís: “La menor pieza de oro pesa sobre el alma, le impide volar”. De igual modo, el cine inspirará también gran número de cintas, entre ellas Francisco, juglar de Dios, de Rossellini, sin olvido de otras aproximaciones al cantor de la alegría por parte de Pier Paolo Pasolini, Michael Curtiz, Franco Zeffirelli o la olvidada Liliana Cavani.
El turismo masivo todo lo estropea y emputece. Aún así, El tiempo en los lirios invita al viaje a la Umbría, con el Canto a las criaturas del pobre de entre los pobres en mente.
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