De cante grande y cante chico

Historias del fandango

José Carlos de Luna fue uno de los escritores de flamenco más influyentes desde los años 20 a los 50 del pasado siglo

Su obra De cante grande y cante chico marcó opinión durante varias décadas

Historias del fandango:

Caricatura de Antonio López Sancho sobre el Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922.
Miguel Á. Fernández Borrero

15 de noviembre 2024 - 04:00

José Carlos de Luna (1890-1964) era malagueño. Hijo de una familia acomodada, ingeniero industrial de profesión estudiada en Deusto y Madrid. En sus tiempos de vacación, pasaba cortas temporadas en el campo con su familia, tiempo en el que absorbió con gusto la cultura agraria (el caballo, la garrocha, la hacienda, las faenas y el modo de vivir). En los años de la República fue designado gobernador civil de Badajoz; posteriormente lo sería de Sevilla. Colaboró con la prensa del Movimiento. 

Es conocido, principalmente, como escritor y poeta, autor de una literatura entre popular y costumbrista, de influencias lorquianas, y sobresaliente en lo tocante a lo flamenco y el ambiente andaluz. Preocupado por el estudio del cante, en el Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922 se interesó por la creación de un conservatorio o academia de cante jondo donde se pudiera aprender, un proyecto que contó con el apoyo de los duques de Alba y Medinaceli pero que no llegó a cuajar. 

La división de los cantes

De cante grande y cante chico, escrita y leída en sus conferencias en 1925 por José Carlos de Luna, se publicó por primera vez en 1926 y es una de las obras que más influencia tuvo en la literatura flamenca del pasado siglo. Se trata de un ensayo escrito con prosa brillante y poética, generoso en adjetivos y en el hábil manejo de los tópicos andaluces, desde una visión costumbrista de la cultura rural y agraria de nuestra región. El libro está profusamente salpicado de letras populares para los diferentes cantes, gran parte de las cuales son de su propia creación. 

Un recorrido por los estilos

El autor hace un recorrido por los palos del cante (soleares, peteneras, seguiriyas, saetas, martinete, debla, descendientes de la caña, tangos caracoles, guajiras y bulerías en la Andalucía la baja, serranas, caleseras, cantes de trilla, temporeras, fandango y fandanguillo, cantes de las minas, tarantas, cartageneras, malagueñas, granaínas, roas y alborás). Faltan algunos, que se habrían perdido o se incorporarían después; se desconoce si en las sucesivas ediciones de esta obra no quiso actualizar el texto o simplemente no le dio valor a las nuevas aportaciones y lo dejó como estaba en el original.  

José Carlos de Luna. / Foto: Ayuntamiento de Málaga.

El chico, hijo del grande

La idea de dividir el cante en dos categorías, grande y chico, no fue original suya, sino que ya circulaba entre los aficionados y los artistas cuando José Carlos de Luna teorizó sobre el tema. Pero fue la suya la obra que entronizó esta división.

Sus criterios y sus libros de temática flamenca tuvieron gran predicamento durante varias décadas; hasta los años 50, cuando surgieron otros estudiosos del flamenco, esta obra fue de consulta obligada. Si acaso, la diferencia estriba en que los clásicos que le precedieron en esa compartimentación consideraban que cante grande y cante chico no tenían nada que ver, que eran dos castas sin conexión alguna, en tanto que De Luna valoró como errónea tal separación: “ Yo niego rotundamente este aserto. Digo más: el cante chico es hijo del cante grande”. 

Pero, atención, porque la división no era mero ordenamiento, sino que categorizaba y evaluaba dando alta dignidad a los considerados jondos y subestimando a los otros. De Luna señaló a “los enterados”, que estimaban que “el cante grande es el único digno de tenerse en cuenta y consideran el cante chico patrimonio de gritadores y profesionales de pocos recursos; formando dos castas o clases que nada tienen que ver una con la otra”.

Portada del libro ‘De cante grande y cante chico’, 3ª edición, 1945.

El transcurso del tiempo ha ido diluyendo lo que otrora apareció como compartimentos separables –jondo, flamenco, andaluz, canto regional–, hasta concebirlos como un gran contenedor genérico conocido como “flamenco”, en el que hay quienes incluyen, por familiaridad, hasta la copla, pues todo desciende de la cultura musical popular andaluza.

La labor de ecumenismo, impulsada básicamente desde lo popular, ha conseguido una identificación ya hoy mayoritaria, pero el debate nunca se ha cerrado: muchos aficionados e investigadores mantienen la diferenciación entre lo jondo, lo flamenco y lo andaluz; que una cosa es la percepción popular y otra el estudio a fondo de los orígenes y procedencias de los cantes. 

Dicho todo lo cual, no hay más que leer sus publicaciones –libros de ensayo, novelas, artículos, poesía– para constatar que José Carlos de Luna conocía bien el flamenco, a sus artistas y sus ambientes. Fue uno de los escasos autores que escribió con conocimientos y criterio sobre el tema flamenco hasta los años 50 del siglo pasado. Lo que no obsta para que, con la perspectiva ampliada que da el paso del tiempo, reparemos hoy en sus excesos descriptivos y magnificentes. 

(Continuará)

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