Carnicerito de Huelva, saetero único
Historias del fandango
Carnicerito de Huelva fue uno de los mejores cantaores de saetas que se han conocido, según la opinión de quienes le escucharon
Huelva/Manuel Gómez García, Carnicerito de Huelva (1903-1979), nació en la capital , donde sus padres gestionaban una carnicería; de ahí y de su afición a los toros le vino el nombre artístico. Comenzó a cantar como profesional cuando tenía solo 16 años. Debutó en el Gran Teatro participando en una obra teatral, y tanto gustó al público su actuación que se tuvo que repetir la función al día siguiente. Cobró por cada actuación la nada despreciable cantidad de sesenta pesetas, cuando el sueldo de un obrero rondaba alrededor de las seis pesetas diarias.
Aficionado al toreo
Lo que aportaron Joselito y Belmonte al toreo en las primeras décadas del siglo XX supuso una verdadera revolución que llegó a toda la sociedad y hasta a los juegos de los chiquillos en la calle; influido por ello, Manuel pasó del toreo de salón a saltar a la plaza como espontáneo en una novillada en la que toreaba Marcial Lalanda. Atrevimiento que le sirvió para convencerse de que su futuro no estaba en el toreo y se dedicó al cante flamenco [2]. Siendo aún muy joven, ya cantiñeaba el fandango y se vislumbraba que llegaría a ser de los mejores.
Esta era una de sus letras:
Viniendo de contrabando
Me perdí en la serranía
Seguí alegre cantando
Y a mí me sirvió de guía
el eco de mi fandango.
Lo motivaron tanto sus facultades canoras como la cercanía a los ambientes flamencos: en el coso de La Merced escuchó por primera vez cantar a Manolo Caracol (Caracolito entonces), que con trece años participó como gran figura en el famoso Concurso de Cante Jondo de 1923. Y en el mundillo del arte pasaría toda su vida. Se relacionó con lo más granado del cante de su época y fue un personaje muy apreciado en los círculos flamencos. Actuó principalmente en Huelva y en Sevilla, alternó entre aficionado y profesional y no llegó a grabar discos.
Marchenero
Fue un cantaor largo, que, además de las saetas, sobresalió también por soleares, seguiriyas, bulerías por soleá y fandangos. Y por las malagueñas de El Mellizo, que aprendió de su hijo Enrique Hermosilla durante su estancia en Cádiz, al lado de artistas como Pericón y Aurelio Sellés. Pero, sobre todo, fue un seguidor de los cantes de Pepe Marchena, al que imitaba con gran brillantez; hasta el punto de que, según el aprecio de sus seguidores, cuando Marchena pasaba por Huelva se aseguraba de que su amigo Carnicerito no estuviera presente, para que no le hiciera sombra.
Después de Cádiz, se unió a la troupe flamenca del guitarrista cartayero Antonio Hernández, y más tarde lo contrató una temporada Manuel Vallejo para su espectáculo Ópera flamenca.
Apreciaba el fandango de los intérpretes huelvanos: de Rengel como creador, de Paco Isidro su fandango campero, de Rebollo con su fandango tan de la tierra, de El Comía, Herrerito, los hermanos Pipa, Paco Maestre, Pepe Azuaga… Y de El Muela, que se hizo un notable cantaor en Huelva también.
Brillante saetero
Quienes le escucharon lo valoraban como uno de los mejores cantaores de saetas que han existido. Él creó una manera muy personal de interpretarlas que gustaba mucho a la gente. Desde que tenía nueve años, cuando le cantó a la Virgen y al Cristo de la Cofradía de San Francisco cumpliendo una promesa, agradecido por haberle curado unas fiebres, la saeta fue el cante emblemático de su carrera. Aquella actuación despertó en el niño la afición al cante. Coincidió con todos los grandes saeteros de Huelva en los años en que el referente era Manuel Centeno. Tenía sus discusiones con su hermana, Dolores La Pera, también una gran saetera, a cuenta de cómo interpretar este palo.
Cuando empezó a cantarle a las imágenes de la Hermandad de San Francisco, que se recogía a las tres de la madrugada, retenían la entrada en la iglesia del paso de la Virgen para que Manuel siguiera cantándole. Un año, contaba su amigo el periodista José Calero, le cogieron a hombros cerca de la iglesia y así tuvo que cantar tres saetas con aquella voz fina, potente y clara que tenía antes de la recogida de la imagen [3].
Hay un pasaje que revela la relación entre ambos; es cuando el gobernador civil de la provincia da unos premios al cante por saetas, concurso que se celebraría en la famosa Cervecería Viena, en cuya trastienda se solían reunir los flamencos. El premio no era muy cuantioso, pero se presentaron muchos aficionados buscando el interés económico en aquellos tiempos en que el hambre era mucha. Una de las que se presentó para cantar fue su hermana Dolores, pero Carnicerito le impidió que cantara allí, no consintió que cantara una mujer, algo que no estaba bien visto, y que además le haría competencia. Cuando se repartieron los premios, a La Pera le dieron solo unas flores, a lo que ella reaccionó subiendo hasta el balcón de una sombrerería que había enfrente de la cervecería y desde allí cantó. El desafío culminó con Carnicerito subiendo al mismo balcón y ambos hermanos llegaron a cantar hasta una docena de saetas a un mismo paso, momento culmen que quedó para la leyenda saetera de los aficionados de Huelva. Más tarde, los dos compartieron balcones en muchas Semanas Santas.
Actuaciones
En 1926 le encontramos en una extensa nómina de cantaores huelvanos en un festival para recaudar fondos con los que erigir un monumento al malogrado torero Manuel Báez Litri. Fue una ocasión en la que toda la Huelva flamenca se sumó en el Teatro Mora con esa finalidad: El Comía, José Rebollo, Antonio Rengel, Paco Isidro, el Niño de la Barra, el Niño del Parque, Antonio Barberán El Feo y otros con las guitarras de Rafael Rofa y Montellano [4].
Eran tiempos del cine todavía mudo, cuando se proyectaban películas por partes y después actuaban en directo los cantaores. Tras una de las sesiones en el Ideal Cinema actuaron, en el verano de 1926, Carnicerito, José Rebollo y Antonio Rengel, acompañados por el guitarrista Montellano.
Otras veces eran sesiones de teatro, como una velada de la Agrupación Benavente en 1933, en la que Carnicerito y Carlos Montero cantaron tras la puesta en escena de una pieza dramática y un final de baile con orquesta. La gente se divertía con espectáculos de variedades que incluían al flamenco como una propuesta habitual.
Sus últimos cantes
Ya mayor, su salud quebró y se vio impedido para seguir imitando aquellos gorjeos que caracterizaban al cante de Pepe Marchena; una enfermedad le impidió hacer esfuerzos con la garganta. Hospitalizado por un infarto y poco antes de fallecer, en 1979, le cantaba por bulerías, soleares y fandangos al personal sanitario.
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