La casa de la autenticidad

donde habita el arte

Felahmengu II El único tablao de la provincia lleva abierto dos años en El Rompido con una labor de difusión del flamenco entre el turismo y la honestidad del arte puro para todos

Interior del tablao, con el escenario al fondo, donde dos veces a la semana se celebran espectáculos. Las pinturas de las paredes son de Nuria Walls. / Fotos: Jordi Landero
Javier Ronchel

10 de junio 2018 - 01:45

Fue Arcángel, a finales de 2015, quien quiso dedicar un disco completo a los tablaos para reivindicar su aportación al flamenco. Era su homenaje a esos escenarios y a sus artistas, defensores de los auténtico, profesionales y honestos como pocos, en su condición de artistas totales. Para ellos no es más que la gloria de cada noche, que es, probablemente, la mayor a la que se puede aspirar en estas lides. Porque quien sale al escenario sin más protección que la de su propio arte sabe que la recompensa la encuentra en ese monumento colectivo que con cada espectáculo se levanta en los tablaos.

Tenía aquel Tablao del cantaor onubense una paradoja en forma de espina molesta y dañina. Porque en tiempos de aquel homenaje, que hicieron propio los aficionados de toda España, no había local de esas características en toda la provincia de Huelva. La única en Andalucía ajena a estos escenarios guardianes naturales de la autenticidad flamenca. Hasta julio de 2016, justo dos años atrás ahora, cuando Felahmengu II abrió sus puertas en El Rompido. El primero onubense, aseguran sus propietarios, al menos en los últimos veinte años. El único todavía. Aunque quizá lo más importante está en ser un exponente de la concepción, más que clásica, real, de un tablao.

Hay mucho ganado cuando el punto de partida lo marcan dos artistas que saben bien en lo que andan, tras años de escenarios, giras y tablaos de medio mundo. El bailaor Antonio Delgado y la cantaora Nuria Walls, matrimonio, sevillano él, onubense ella, artistas ambos de esa estirpe sin foco propio en la que el flamenco va incorporado al ser, convertido en forma de vida, sentimiento y tajo diario desde el que ganarse el pan con honradez, dignidad y mucha profesionalidad.

Puede que de ahí venga ese rescate de las raíces andalusíes para adoptar nombre arábigo. También porque ese apéndice cardinal romano recuerda que fueron ellos quienes regentaron aquella recordada sala de la plaza de toros de La Merced. Ésta, ahora, quince años detrás, llega como segunda parte que atesora la experiencia vivida en los años intermedios y la ilusión por el proyecto soñado, esta vez sí, en forma de tablao.

Porque no conviene confundir conceptos y escenarios. En Felahmengu II no se encontrará el público fusión ni sevillanas; tampoco esperpentos folclóricos para mayor confusión de turistas. No es sala de fiestas ni bar de copas con espectáculo. El tablao es su condición y el flamenco, su razón de ser. El auténtico, el puro, el de cante, baile y toque. El que se siente en el escenario y emociona en frente.

No es antojo que se encuentre en la costa, en El Rompido, como tampoco que la mayor parte de su clientela sean turistas y extranjeros. Hay una ligazón incuestionable entre tablao y turismo, en esa labor impagable de difusión del arte flamenco a quienes se acercan de otras culturas tratando de conocer y comprender. Por eso, aseguran, el reto es mayor. Y la responsabilidad. No valen amagos ni medias tintas. De ahí que la dignidad sea omnipresente. En el propio arte y entre los artistas.

Cuentan con orgullo que los dos espectáculos programados cada semana se mantienen contra viento y marea en la crudeza del invierno. Aunque sólo haya entre el público dos personas, como así ha ocurrido en alguna ocasión contada. Una muestra de ese sentido responsable del artista, que es el que termina propiciando las mayores satisfacciones.

Porque no hay mayor alegría que un espectador del norte de Europa, de cualquier rincón del mundo, se les acerque al final con lágrimas por haber sentido el pellizco. O que españoles, andaluces u onubenses, algunos llegados con recelo, hayan encontrado una dimensión en el flamenco que nunca antes tuvieron a su alcance.

Aquí no hay grandes figuras ni grandes escenarios. No hay más que sonido ambiente y aforo reducido para brindar por ese flamenco de distancias cortas que desnuda el cante, los acordes entre trastes y esa trabajada respiración en los zapateados. Es el tablao de artistas unidos para cada ocasión, esencia de la fluidez natural del arte y del quejío. Porque no hay espectáculo igual, y de eso se encargan Nuria y Antonio, para que la experiencia de cada noche sea única, en fiel traslado de la realidad.

Sólo hay una condición insalvable para los artistas y sus repertorios: el fandango debe estar siempre, como raíz flamenca que brota en Huelva. No se puede perder la referencia, como tampoco en esas catas que se ofrecen en la bodega del sótano, con vino del Condado y vermut de Moguer. Como esas cenas sólo con productos de la tierra, que para eso gran riqueza hay y responsabilidad también de ser escaparate onubense. Y sin ayuda pública de ningún tipo; sólo con la convicción de hacer lo que creen que deben, que es lo que desean.

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