Una catedral en la Sierra de Aracena

Patrimonio onubense

La reciente restauración del órgano de la Iglesia de la Asunción culmina la configuración de un extraordinario templo catedralicio que comenzó a construirse en 1522 y se finalizó en 2008

Vista general del interior de la Parroquia de la Asunción, en Aracena.
Manuel Jesús Carrasco Terriza

11 de julio 2024 - 06:00

Con la restauración del órgano de la iglesia de la Asunción de Aracena, podemos decir que Aracena tiene un templo catedralicio que ya lo quisiera para sí la capital de la Diócesis y provincia. Una historia constructiva de siglos, llena de dificultades, de carencias, y hasta de accidentes laborales, que hoy podemos gozar en todo su esplendor, incluso musical. 

Desde principios del siglo XVI, Aracena había soñado con una parroquia monumental, amplia y luminosa, más próxima al núcleo de población, evitando así a los fieles la incomodidad de tener que subir a la iglesia del Castillo, edificada en lo más alto del cerro. Por este motivo, se comenzó un nuevo templo, con unas trazas cuyo desarrollo completo no se pudo culminar hasta 2008, después de casi quinientos años de obras y de esperas. 

Una larga historia

La larga y bien conocida historia de esta iglesia comienza en 1522, cuando se concede licencia para hacer una nueva parroquia en el casco urbano, poniéndose la primera piedra en 1528. El primer arquitecto que interviene es Diego de Riaño, hacia 1531. En 1538, las obras, realizadas durante el pontificado del cardenal don Alonso Manrique de Lara, llegan a las columnas del presbiterio, y se terminan las portadas de la sacristía y de la reserva eucarística, fechada en 1558, que puede verse detrás del retablo del Cristo de la Plaza.

Interior de la Iglesia de la Asunción de Aracena restaurada.

Se paralizan las obras, por falta de recursos y por discrepancia entre los arquitectos. Intervienen Juan Bautista de Toledo, Paccioto y Juan de Herrera. Los trabajos se reanudan en 1562, momento en que se le confían las obras a Hernán Ruiz II. Finalmente, el 14 de agosto de 1570 se inauguró el templo parroquial, con el traslado del Santísimo. Corresponderían a este período la bóveda de casetones de la sacristía, del presbiterio y el primer tramo de las naves. En la bóveda central, aparecen los relieves de la Asunción de la Virgen, los doce Apóstoles y los cuatro Evangelistas.

Le sucede en la dirección de las obras Pedro Díaz de Palacios, en 1571 hasta 1597. Interviene entonces Vermondo Resta, a quien se debe la bóveda central, de media naranja, decorada con casetones formados por nervios radiales y círculos concéntricos. En el círculo central se colocó el trigrama IHS. En las pechinas puede leerse la inscripción “ave / ma / ria / 1603”. 

A lo largo del siglo XVII y del XVIII se suceden los intentos de continuar las obras, los informes y proyectos de los arquitectos del arzobispado Diego Antonio Díaz, Pedro de Silva, Antonio de Figueroa y José Álvarez. La gran dificultad estribaba en el elevado coste de las obras, y que en la población contaba ya con muchas iglesias, la del Castillo, las de los conventos de religiosos (El Carmen y Santo Domingo), las de las religiosas (Santa Catalina y Jesús y María), y las ermitas (San Pedro, Santa Lucía, San Roque y San Jerónimo). 

Imagen de la bóveda de la iglesia aracenense.

El 10 de agosto de 1936, el templo fue víctima del vandalismo anticristiano: colocaron algunas cargas de dinamita, e incendiaron los retablos y bienes muebles, pero no afectó a la estructura. Fue el ilustre hijo de Aracena, Florentino Pérez Embid (1918-1974), entonces director general de Bellas Artes, quien dio el paso más arriesgado: reemprender las obras de terminación del templo, tantos siglos interrumpidas. Fue preciso derribar la casa del párroco, construida en 1943. El arquitecto Rafael Manzano diseñó la prolongación del buque, en tres tramos más –el de los pies repartido entre el coro y el atrio–, conforme a aquella simetría de las bóvedas. Las obras comenzaron en 1972, pero desgraciadamente, los muros tan sólo llegaron a la altura de las cornisas. La iglesia quedó, una vez más, “en alberca”. 

La conclusión: la fe de un párroco, la pericia de un arquitecto y la decisión de un pueblo

Y así habría quedado si no hubiera sido por la fe del párroco, don Longinos Abengózar Muñoz, cuyo dinamismo fue capaz de aunar voluntades en un proyecto tantos siglos soñado. Fue decisivo el apoyo institucional del Ayuntamiento, presidido por su alcalde, don Manuel Guerra, que supo atraer financiación pública. Y, sin la menor duda, fue decisivo el proyecto de don Hilario Vázquez, que concibió una solución novedosa, artística, económica y práctica, es decir: una solución posible: cubrir con bóvedas de madera laminada, logrando una perfecta distinción entre lo nuevo y lo viejo, y al mismo tiempo, una admirable homogeneidad formal.

Además de alabar la acertada y delicada operación de apoyar lo antiguo sobre lo nuevo, es muy importante el espacio que se ha ganado para las celebraciones litúrgicas, y, no menos, la perspectiva que han conseguido las primitivas bóvedas, que han adquirido así un protagonismo, una fuerza y una grandiosidad inimaginable. A lo que añadimos la espléndida luminosidad que proporcionan los grandes ventanales, y la magnífica acústica, que ahora valoramos más una vez recompuesto el órgano en la nueva tribuna. La restauración del órgano de Juan Dourte ha sido obra de Federico Acitores, concluida el 3 de diciembre de 2022.

El 12 de septiembre de 2008, en un solemnísimo acto, con la asistencia de las autoridades, de todas las asociaciones de fieles, y del pueblo entero, el obispo de Huelva, mons. Vilaplana, consagró el templo. Con esta obra, Aracena ha hecho honor a su título de “muy culta ciudad”, dando por terminada una tarea que otros siglos no fueron capaces de llevar a cabo.

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