Cristo Flagelado, atado a la columna
Patrimonio onubense
Dos de las obras más destacadas del patrimonio onubense, pintura y escultura, en Ayamonte e Hinojos, se centran en el misterio pascual, en la escena de la flagelación

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Manuel Jesús Carrasco Terriza
El misterio pascual de Cristo muerto y resucitado, misterio central del cristianismo, es también el tema central del arte cristiano. El artista pone ante nuestros ojos la entrega voluntaria y amorosa de Jesucristo, que ofrece su vida por la salvación de la Humanidad. El gran reto con que se enfrenta el artista es el de presentar al mismo tiempo los dolores más extremos con la belleza más sublime. Ciertamente, las heridas abiertas, crudamente presentadas, pueden conmover, pero conmueve aún más que no haya una mueca de rencor ni de rebeldía, sino un rostro de amor y de perdón.
Los cultos y procesiones de la Semana Santa ofrecen la sublimación de los actos redentores de Cristo y los corredentores de su Santísima Madre, por medio del arte de los escultores, músicos, tallistas, doradores y vestidores, con el fin de suscitar la fe y la devoción del pueblo.
Hoy nos fijaremos en la escena de la Flagelación, que se desarrolla en el patio del pretorio. Pilato mandó azotarlo y lo entregó para que lo crucificaran, como escuetamente relatan los evangelistas. La flagelación tenía como fin el infringir un escarmiento, y también el de debilitar al reo para acelerar su muerte en la cruz. De las obras artísticas de la provincia de Huelva, hemos seleccionado dos piezas señeras: la tabla de Van Hemessen, de Ayamonte, y el Cristo a la columna, de Hinojos. Ambas figuraron en la exposición Ave verum Corpus, de 2004.
Ayamonte
La Flagelación de Cristo es una de las mejores obras pictóricas del patrimonio artístico onubense, procedente del antiguo retablo del Salvador de Ayamonte, que hemos atribuido al pintor de Amberes Jan Sanders van Hemessen.
La acción punitiva se ubica en un patio poco profundo. Cristo, entre dos sayones, centra la escena, captada en el momento de mayor intensidad emocional. Los verdugos han comenzado a descargar sus golpes sobre Jesús, sobre cuya piel han comenzado a correr las primeras gotas de una sangre limpia y transparente. La figura de Cristo ha sido compuesta en un ritmo quebrado desde la cabeza hasta el talón. La belleza de la figura se ve potenciada por la pulcritud y blancura de la piel, en acusado contraste con la impresión sórdida de los fuertes colores de los ropajes y la piel tostada de los sayones. El rostro doliente de Cristo deja translucir un gesto de profunda oración redentora. Su fuerte anatomía acentúa la voluntariedad de la entrega.
Los sayones actúan con toda dureza. Uno agarra la cabeza de Cristo por el pelo, mientras levanta el brazo derecho, para descargar el golpe con un flagelo de espinos. El verdugo de la izquierda muestra una ferocidad rayana en la posesión diabólica: facciones grotescas, ojos desencajados, nariz gruesa, orejas anchas y deformes. En varios planos se sitúan los personajes secundarios, los fariseos, vestidos con turbantes y túnicas orientales. En un plano intermedio, dos figuras acompañan al Pretor que porta una vara, en actitud de ordenar el suplicio. Apenas saliendo del arco del fondo se sitúa otro grupo de personas que contemplan sobrecogidas el sangriento espectáculo. Las manchas cromáticas se distribuyen armónicamente en equilibrados contrastes.
Caracteriza a Jan van Hemessen un realismo rural –dignificado por estudiados escorzos y envuelto en un marco clásico–, que le sirve para expresar un sincero y llano sentimiento religioso.
Hinojos
El Cristo de Hinojos, en palabras de Juan Miguel González y de Roda Peña, hace gala del acabado naturalismo y acertado movimiento del pleno Barroco sevillano. El realismo es patente en el desnudo anatómico, parcialmente velado por el sudario, y en la interpretación de las heridas y traumatismos producidos por la flagelación, más feroces en la espalda y zona lateral izquierda del tronco, en especial la escalofriante escoriación que desgarra su hombro. La piel, de atinada encarnadura, queda manchada de sangre a causa de los múltiples latigazos, insistiendo en la nota cruenta de la tortura. Su desfallecida actitud expresa la humilde aceptación ante el sacrificio supremo.
La imagen, procedente del extinguido convento hispalense de Agustinos del Pópulo, fue concedida en 1892 por el arzobispo de Sevilla a la Hermandad de las Cigarreras. En 1916 fue sustituida por la nueva talla de Joaquín Bilbao. Entonces, gracias a la intervención de Juan Francisco Muñoz y Pabón, natural de Hinojos, el cardenal Almaraz ordenó el traslado de dicha efigie a la parroquial de dicha villa, donde recibe culto en la capilla sacramental. Es titular de la Hermandad Sacramental de Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna y Nuestra Señora de los Ángeles.
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