Cuidando gallos de pelea
Historias del fandango
Después de triunfar en Andalucía, Fosforito el viejo se trasladó a vivir a Madrid, que era a finales del siglo XIX la capital donde se ganaba fama y dinero
Fosforito el viejo, la voz de plata
ANTES de recalar en Madrid, cantó en giras por toda España. Pero tenía claro que Madrid era la ciudad donde se consagraban los grandes artistas, y allí pasó el resto de su vida. Llegó en 1891, recién fallecido el poderoso empresario teatral Felipe Ducazdal, que tanta relación mantuvo con el gremio de los flamencos, y recorrió actuando una media docena de sus principales cafés cantantes. Estos eran los establecimientos donde se desarrollaba el flamenco, aunque las remuneraciones de los artistas le parecían cortas a nuestro cantaor. “De mi época, nadie ganó para la vejez”, se quejaba en una entrevista cuando fue mayor [1].
El que más dinero ganó fue Antonio Chacón, pero no en los cafés cantantes sino en las fiestas privadas. Lo cierto es que los artistas flamencos, casi sin excepción, seguían el ejemplo de la cigarra y derrochaban el dinero sin hacer previsiones de futuro para los años de la vejez. En estos establecimientos, los cantaores tenían que someterse al programa establecido por los dueños, que los hacía intervenir con actuaciones cortas intermitentes, alternando con el baile, una fórmula que a Fosforito no le gustaba.
Homenaje en Cádiz
En 1899 volvió a su Cádiz natal, donde le tributaron un homenaje. La prensa local anunció que se sumaban artistas como Enrique Hermosilla, El Quiqui y Juan Gandulla Habichuela, y que Fosforito era el más esperado por los aficionados. El Diario de Cádiz destacó que sus coplas “… adquieren con el dulce timbre de voz del artista todo el encanto que admiran las generaciones venideras, como lo hacen las presentes y las pasadas” y que recibió “tantas ovaciones como coplas cantó”, según cita el blog Los fardos de Pericón.
Cuando las varietés
Gran intérprete seguiriyero como había sido cuando joven, Fosforito vivió la época de las varietés, en las dos primeras décadas del siglo XX, cuando el cante jondo decayó y estuvo en trance del olvido, y cuando prácticamente todos los cafés cantantes desaparecieron porque los públicos demandaban un flamenco menos intenso. Pero se acordaba de las seguiriyas, pasadas de moda en las primeras décadas del nuevo siglo, las que cantaban Manuel Torre y Tomás Pavón. Y también del baile de La Mejorana y El Estampío, que “a los aficionados no les llamaba la atención ya”. Memoria de su vida, recordada desde la nostalgia… Toda una época había quedado atrás.
Su despedida
Para él, la vida activa de un cantaor de cartel duraba entre veinte y veinticinco años. Él duró más, estuvo cantando 36 años; fue un artista de café cantante, y cuando éstos cerraron se despidió de las actuaciones profesionales. No llegó a participar en la ópera flamenca. Las últimas veces que cantó en público fueron en el Olimpia de Sevilla, en 1923, y después, en 1927, en un concierto organizado por Vallejo en el teatro Novedades para buscarle ayuda económica, en el que actuaron también Angelillo y Escacena. Eco artístico, que era una revista dedicada a informar de los espectáculos, dijo en una breve reseña de aquella actuación: “El cantador flamenco El Fosforito, muy gastado, quedándole solo el estilo”.
Todavía en 1934, siendo ya un anciano como todos los demás intervinientes, por iniciativa suya se organizó un festival benéfico de viejas glorias del flamenco en el café Magallanes, de Madrid; subieron al escenario las que habían sido amigas y compañeras como Rita la cantaora, La Coquinera y otros veteranos en parecidas situaciones personales de pobreza. Allí cantó, por última vez ante el público, las malagueñas que le hicieron tan famoso.
El fandango
No le gustaba el rumbo que había tomado el fandango. Consideraba que los cantaores “modernistas que sufrimos” –esto lo comentó en 1929- no lo interpretaban bien. “Han degenerado la copla. A falta de estilo –lo más delicado y difícil- recurren a las facultades, y ya veremos qué les va a quedar cuando se queden sin ellas”. No asumió el cambio revolucionario que el fandango había experimentado en la década de los años veinte, cuando este cante había trascendido la época folclórica. Decía que “El fandanguillo es, más que nada, un baile cantado que un prócer sevillano… [2].
Y describía, desde su imaginación, un cuadro de un tipismo decimonónico cargado de estereotipos, porque no hay constancia de que Fosforito el viejo visitara y conociera alguna vez los pueblos mineros de Huelva [3].
La decadencia
Siempre bien vestido, limpio y presentable, Fosforito pasó mal la vejez. Había sido un cantaor aclamado por el público; había ganado mucho dinero, pero cuando dejó de cantar por haber perdido aquellas facultades que le valieron el éxito, cayó en una extrema pobreza y en el olvido. Un reportaje de Antonio V. de la Villa, publicado por El Heraldo de Madrid en noviembre de 1929 [4] descubrió la delicada situación en que estaba. Vivía de la ayuda que le facilitaba el noble ganadero sevillano don Francisco Taviel Andrade por cuidar de sus gallos de pelea [5], y ejerciendo de portero en una casucha de la calle del Ventorrillo, de Madrid. Sumido en la pobreza, Manuel Lema Fosforito murió en una pensión madrileña en 1940.
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