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El defensor del fandango

Historias del Fandango

Todos los aficionados a los fandangos de Huelva deben gratitud a Fernando el de Triana, que los defendió con ardor cuando era un cante denostado por buena parte de la flamencología

Miguel Ángel Fernández Borrero

19 de diciembre 2021 - 04:00

Portada del libro ‘Arte y artistas flamencos’.

Cuando los antiflamenquistas y algunos artistas y críticos le atizaban con todo género de invectivas y desprecios, ahí estuvo en la defensa del fandango de Huelva Fernando Rodríguez Gómez, Fernando el de Triana (1867-1940), un cantaor, guitarrista y conocedor del flamenco como pocos en los tiempos de su consolidación. En su libro 'Arte y artistas flamencos' (1935) se encuentra el más rotundo alegato que se había hecho hasta la fecha en defensa del legítimo fandango.

Su libro, antología flamenca

Tenía escrito su libro, una verdadera antología sobre los artistas del flamenco, pero no disponía de dinero suficiente para editarlo. Los aficionados que le conocieron esperaban las memorias de su vida, ricas en acontecimientos y en conocimientos del mundillo flamenco. La bailaora La Argentina viajó un día, ex profeso, desde París, donde estaba actuando, hasta Madrid para actuar en un festival cuya taquilla se destinaría a ese fin, cuando ya Fernando se encontraba viejo y decepcionado. A ella se lo dedicó. No le faltaron sus buenos amigos aquella noche: Manuel Machado, el bailaor Ángel Pericet, su amiga Antonia Mercé… Aquel dinero lo hizo posible y desde entonces es un manual de consulta imprescindible para cualquier aficionado, una obra fundamental para conocer a buena parte de los artistas del flamenco.

‘En defensa del legítimo fandango’

En este capítulo (pág. 261y sgtes.), Fernando expone su defensa de los cantes de Huelva, aunque influido, como se ve, por la división entre cantes grandes y cantes chicos. Afirma él que “siempre consideré que el fandango es de gran valor y de importancia suprema por su antigüedad y aire, muy difícil de ejecutar por cantaores extraños a los lugares donde tal cante tiene vida y desarrollo. Siempre me he manifestado contra la injusta postergación de los cantes grandes y la no menos injustificada desvirtuación de los cantes chicos, como el propio fandango, que a pesar de ser cante chico tuvo belleza y grandiosidad mientras se mantuvo sin contaminaciones”. Por sus vivencias y conocimientos de los fandangos, afirmaba que “los que menos pretensiones de cante grande tienen, a pesar de ser tan valientes, son los fandangos de Huelva y su provincia, razón por la cual son los fandangos más puros”.

Fue un celoso conservador de estos cantes. Ya cuando se celebró el segundo Concurso de Cante Jondo de Huelva, en 1924, Fernando el de Triana alertaba de que el auténtico fandango se estaba desvirtuando.

Refiriéndose a los de Alosno, pueblo que él visitaba con frecuencia como guitarrista, porque en el segundo sábado de cada mes cobraban “los mineros de Tharsis y en los días siguientes se tiraba el dinero como tierra en el pueblo alosnero”, describe un pasaje que es determinante para entender a los alosneros y a sus fandangos en el período de finales del siglo XIX y principios del XX.

Arte y artistas flamencos, págs..264 y sgtes.

(Lo de ser el primero que cantó los fandangos alosneros en el escenario también lo reclama para sí Rafael Pareja, pero lo que importa es el hecho de cantarlos y la época en que se produjo).

Se pregunta nuestro antólogo si “¿será posible que en otros pueblos que popularizaron su clásico fandango no quede (aparte de Alosno) un solo mantenedor que cultive o conserve el cante aquel…?... ¿No vivirá ni siquiera una pareja, cantador y guitarrista, que pueda demostrar que su fandango se hizo popular por el casticismo de sus coplas pueblerinas y la valentía de sus cantes machunos, de notas de pecho, sin juego de labios ni chabacanerías de historietas trágicas o fúnebres?... ¿Por qué los aficionados no emprenden esa patriótica y artística labor?”

Alaba los fandangos de Marcos Jiménez y “don Manuel Blanco Orta” (Manolillo el Acarmao): “¡Aquellos son fandangos puros, sin ratimagos ni adulteraciones!...”. El que los escucha “está oliendo a tomillo una semana después…”.

Y respecto a los cantaores de Huelva, donde “siempre se ha cantado y se canta bien”, ensalza a Rebollo y El Comía entre los ya ausentes y a Rengel, Isidro y el “mal administrado” Antonio Garrido, “tres ases de la baraja de cantadores onubenses”, entre los presentes.

En la agonía de Dolores La Parrala

Por entonces, Fernando vivía en la calle Puerto de la capital, en una casa en la que estaba recogida Dolores La Parrala, ya con setenta años y enferma. Según escribe, un día de 1915 fue a despedirse de ella, antes de efectuar uno de sus periódicos conciertos mensuales a Alosno, le llamó junto a la silla en la que estaba sentada “y me dijo: -Arrímate aquí, que voy a cantarte la última seguiriya de mi vida. Tú me cantarás la última malagueña que yo te oiré, porque el lunes cuando vuelvas, ¡óyelo bien!, ya habré muerto”. Cuenta Fernando que se deshizo en consuelos hacia Dolores, que se asfixiaba por momentos, y que después de cantarle la malagueña, haciendo un supremo esfuerzo, le bordó esta letra de seguiriya con inconfundible facilidad:

De estos malos ratitos

que yo estoy pasando

tiene la culpa mi compañerito

por quererlo tanto.

A su vuelta el lunes, la encontró en estado agónico, muriendo horas después “con su rostro en mi hombro izquierdo”, escribió Fernando el de Triana.

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