En esta gran época

El destino de la palabra | Crítica

El nuevo libro del traductor, narrador y ensayista Adan Kovacsics, en la estela de su admirado Karl Kraus, aborda la degeneración de la lengua en el tiempo de la información permanente

Adan Kovacsics (Santiago de Chile, 1953).
Adan Kovacsics (Santiago de Chile, 1953).

La ficha

El destino de la palabra. Adan Kovacsics. Ediciones del Subsuelo. Barcelona, 2025. 96 páginas. 13 euros

Nacido de padres húngaros en Santiago de Chile y residente desde los ochenta en Barcelona, Adan Kovacsics es uno de esos autores que de forma discreta y concienzuda, al margen de los focos que no necesitan quienes se dedican a lo suyo por genuina convicción, dan solidez a los fundamentos de una cultura. A través de su excelente trabajo como traductor, reconocido con los premios más prestigiosos, hemos leído a autores ineludibles como el combativo Karl Kraus, el popular Stefan Zweig o su amigo el narrador y cronista Joseph Roth, el Nobel Imre Kertész o el menos conocido –y extraordinario– Béla Hamvas, entre otros muchos que dan cuenta de su profunda familiaridad con las literaturas austriaca y húngara. En calidad de autor, le debemos el muy valioso Guerra y lenguaje (Acantilado, 2008), donde ya practicaba la mezcla de ensayo y narración que es parte de su sello, y otro libro de lectura obligada para los interesados en uno de sus escritores de cabecera, Karl Kraus en los últimos días de la humanidad (Universidad Diego Portales, 2015), de quien Kovacsics tradujo el memorable drama parafraseado en su título (Tusquets, 1991) y editó una antología de artículos –extraídos de la voluminosa serie que el bohemio publicó en La Antorcha, la mítica cabecera vienesa– fundamentales para comprender el panorama intelectual y periodístico de las primeras décadas del siglo pasado.

Las glosas o vislumbres adquieren un sentido mayor si se enmarcan en el conjunto

A ellos se sumaron los relatos de El vuelo de Europa (2016) y Las leyes de extranjería (2019), independientes pero unidos por sutiles conexiones y una misma sustancia meditativa, expresada en la prosa lúcida y transparente que define su estilo. La misma editorial que los acogió, Ediciones del Subsuelo, da a conocer ahora El destino de la palabra, donde reencontramos sus preocupaciones en forma de breves párrafos o aforismos –la fragmentariedad como exponente de un “tiempo de destrucción”– a los que se añade un poderoso relato alegórico, en la línea de la escuela centroeuropea a la que remite toda su obra. Son los de Kovacsics libros hechos de anotaciones como fogonazos, vale decir de glosas o vislumbres, tomados al hilo de sus lecturas y de las ideas vertebradoras de su discurso, que como ocurre en su admirado Kraus –también afecto al procedimiento de las citas engarzadas– adquieren un sentido mayor cuando son enmarcados en el conjunto. No hay un preliminar que los contextualice, porque no hace falta, basta el paratexto de contracubierta que en este caso alude a la cualidad aniquiladora del orden capitalista en el ámbito del lenguaje, convertido en un producto comercial o ideológico que reduce a mercancía lo que en origen fue vehículo de lo sagrado, el pensamiento o la poesía.

Para Kovacsics, las palabras pierden su significado cuando pasan a ser significantes vacíos

La primera de las secciones de El destino de la palabra, titulada como el libro, es definida en el subtítulo como Un aviso teológico-político, de un modo que avanza la naturaleza oracular y el doble ámbito en el que se mueven sus dicta. La serie se abre con un episodio revelador que dice mucho de lo que la actualidad puede mostrar al observador atento: lo protagonizó el presidente Bush hijo cuando afirmó no saber, en relación con la Convención de Ginebra, qué era eso de la “dignidad humana”. No es que fingiera, apunta Kovacsics, es que en verdad no lo sabía, hasta tal punto pueden perder las palabras su significado cuando pasan a ser significantes vacíos. Se ha estudiado la perversión del lenguaje en las sociedades totalitarias, terreno en el que brillaron el gran filólogo Victor Klemperer –su magistral LTI. La lengua del Tercer Reich (Minúscula, 2021, 2024) fue traducido por Kovacsics– o George Orwell, pero el poder corruptor de la ideología se extiende asimismo –sobran los ejemplos en la atribulada hora presente– a las que llamamos libres. “La palabra es encantamiento, es revelación”, dice uno de los aforismos, pero la trascendencia ha desaparecido en nuestro mundo dominado por los publicistas.

El poder corruptor de la ideología se extiende a las sociedades que llamamos libres

En la segunda sección, El lenguaje de la información, el autor acopia frases tomadas de los medios o las redes sociales, escuetos y enfadosos tópicos –“según los expertos”– o afirmaciones que refieren a porcentajes y reflejan esa característica ligereza que hace de la demoscopia, hija corrompida de la estadística, una seudociencia manejada por augures o empleados a sueldo de intereses particulares, no siempre expresos y a veces inconfesables. La tercera y última, el relato El Tiempo, incluye una colección de sentencias que anteceden a la narración propiamente dicha, relativa a la difícil relación y el imposible reencuentro entre un padre y su hijo, cierre áspero e imprevisto que trata de la incomunicación de otra manera, creando un efecto de complementariedad y extrañeza, como el de una incrustación que resaltara el valor de la piedra. En esta gran época, diríamos, con las irónicas palabras de Kraus, necesitamos la perspectiva y el referente ético que aportan autores casi secretos como Adan Kovacsics, custodios del sentido primordial, familiar e íntimo de las palabras en una sociedad arrasada por la propaganda.

Karl Kraus (Gitschin, Bohemia, 1874-Viena, 1936).
Karl Kraus (Gitschin, Bohemia, 1874-Viena, 1936).

Crítica del lenguaje

“Ella, la lengua, se mantuvo sin perderse, sí, a pesar de todo. Pero hubo de pasar por sus propias faltas de respuesta, pasar por un terrible mutismo, pasar por miles de tinieblas de un discurso mortífero”. Las palabras de Paul Celan que abrían Guerra y lenguaje siguen siendo inspiradoras para Kovacsics, que ya invocaba allí, junto al de Kraus, los nombres de otros autores asociados a la llamada “crisis del lenguaje”, Hoffmansthal, Rilke, Musil, Wittgenstein o Benjamin, más tarde el mismo Celan o Ingeborg Bachmann, para ejemplificar una ruptura que acaso se ha agravado en nuestro tiempo. La degeneración de la lengua es a la vez causa y consecuencia, detonante y síntoma. En la monografía que dedicó a Kraus, a propósito de su estilo fulminante, decía su intérprete y heredero: “Donde no hay idea no hay palabra, y donde no hay palabra no hay idea: he aquí lo esencial”. Y eso, el fundamento mismo, es lo que se pierde cuando la banalidad se generaliza, por efecto de la presión de las llamadas identidades colectivas, la prevalencia de la información sobre el conocimiento o los burdos mecanismos de manipulación que condicionan la cultura de masas. Ajenas a la pulsión nacionalista, las reflexiones de Kovacsics sobre la memoria, la identidad y el lenguaje entroncan con la tradición que nos enseñó a desconfiar del poder y sigue siendo hoy, cuando los instrumentos de que se vale han alcanzado una capacidad casi monstruosa para proyectar su influjo, un baluarte seguro desde el que ofrecer resistencia.

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