Una división ¿superada? en el cante flamenco
Historias del fandango
La división cante grande-cante chico se ha ido matizando, por discurso del tiempo, atendiendo más a la ejecución de los intérpretes que a la mera división conceptual establecida
De cante grande y cante chico
Huelva/Frente a la establecida por José Carlos de Luna en De cante grande y cante chico [1], hay otras, como la de Domingo Manfredi Cano, quien, al corregir su primera teoría sobre el cante, concluyó que “un cantaor grande hará grande a todos los cantes que se arranque del alma. Un cantaor chico, liviano, menudo, donde ponga la mano lo hará todo arrope y no miel, y en su garganta la seguiriya gitana sonará a cantecito de arriero ronco de más allá de la linde. Los cantes han de ser clasificados de otro modo. A mi juicio: cantes íntimos, cantes de trabajo, cantes de fiesta o de diversión. O sea: los que se arrancan en carne viva a quienes sufren; los que ayudan a la tarea de cada día; los de la romería y el corral, cuando todo el mundo está contento” (ABC de Sevilla, 20 agosto 1974).
Y, citando un ejemplo más cercano, la reflexión del guitarrista Manolo Sanlúcar, que en una tertulia de Onofre López en los años 90, en la que se comentaba el cante por fandangos de Paco Toronjo, afirmó que es el artista con su interpretación el que da la dimensión al cante.
Fandangos y fandanguillos
El capítulo del libro dedicado al fandango comienza (des)calificándolo como “la más populachera de las canciones andaluzas”, una manera despectiva de llamarlo ordinario, vulgar, populista (DRAE dixit). Ni siquiera le reconoce categoría flamenca –“canciones andaluzas”–. De Luna parte de la mala fama que el fandango arrastra desde tiempos anteriores, pero no repara en el fandango NUEVO [2], que estaba ganando presencia y afición en el territorio flamenco en los años 20.
En el capítulo que le dedica al “fandango-fandanguillo” se desmarca de quienes lo desconocen y los que “no pudiendo con las gallardías de los tercios dificultosos se vienen abajo al cantarlos y crear esa amalgama que clasifican llamándola fandango por malagueñas, por levante, por tarantas, por milongas… Nosotros –afirma– analizaremos el fandango por fandango, sin habilidades; llamando al pan, pan, y al vino, vino. Es un cante de fiesta, para bailarse… Todos los fandangos clásicos son nietos del cante grande… El más antiguo, el más bonito, el de mayor sencillez –aquí le sale la pasión por su Málaga– es el que tiene por cuna el “partido de los verdiales”, en los montes malagueños… La falseta de este fandango, que se llama verdiales, es divina, juncal, alegre; voltea llena de gracia melodiosa alrededor de un solo tema picante y zumbón”, haciendo referencia a Juan Breva y al fandango averdialao de una zona de Córdoba.
¿Y el fandango en Huelva?
Los de Huelva los deja para lo último: “Entra Huelva en turno con el suyo, que no es fandango, ni de Huelva, sino fandanguillo y del Alosno. No tiene otra pretensión que acompañar el baile, y es tan llanote y tan sencillo que permite a la concurrencia tomar parte, coreando la final repetición del tercio de entrada”. Que dan ganas de preguntar: pero, ¿qué fandangos son los que había escuchado este hombre?
Y, a renglón seguido, hace una parada y colma de halagos y florituras verbales al que atribuye a Pérez de Guzmán [3]: “¡Que Dios te tenga en su gloria, Pepe Pérez de Guzmán! Hiciste del fandanguillo chiquitín del Alosno (?) un fandangazo grande, lleno de retadora gallardía…”, y sigue con la ampulosa y grandilocuente descripción de cada uno de sus tercios para cerrar categórico: “¡Y este cante lo creaste tú, Pepe! Nadie se acuerda de Huelva ni del Alosno. Con razón lleva tu nombre y apellidos. ¡Profesionales que guardais, sin duda, un tesoro en vuestras gargantas, que teneis cada uno vuestro estilo grande por fandangos! ¿Por qué no cantais el de Pepe Pérez de Guzmán? ¡Cómo se alegrarían en el cielo escuchándote!”.
Bien; pues ese mantra de que su amigo José Pérez de Guzmán hizo “del fandanguillo chiquitín del Alosno un fandangazo grande, lleno de retadora gallardía” es el que lleva un siglo repitiéndose, por parte de algunos aficionados y estudiosos, como dogma de fe fandanguera, cuando la realidad es que no hay ni hubo nada en los cantes alosneros que los vincule con el fandango de Pérez de Guzmán. (Dicho sea sin otro ánimo que el de referirme su origen y su creación, y no al indiscutible valor flamenco del citado fandango ni a la decisiva influencia del aristócrata pacense en la difusión y el reconocimiento del fandango en general).
Cierra el capítulo dedicado al fandango en Huelva comentando que “en la famosísima romería de El Rocío, el fandanguillo de Alosno –¡qué poco, qué nada le gusta a los alosneros que llamen al suyo fandanguillo!– tercia con las sevillanas y hasta las lleva el pulso”.
En fin, estos comentarios, hiperbólicos, subjetivos y parcialmente erróneos, son todo lo relativo al fandango en Huelva que merece su atención. A fuer de indulgentes, se podría admitir su falta de información al respecto en la primera edición del libro, pero no en las siguientes, cuando el fandango huelvano había culminado dos décadas de pleno esplendor y triunfo entre los aficionados como cante flamenco.
(Continuará)
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