La enormidad de un genio: Niño Miguel
Miguel Vega de la Cruz nace en Huelva en 1952, pero su familia es oriunda de Almería. Es hijo de uno de los grandes guitarristas españoles de mitad de siglo XX, también llamado Miguel y apodado El Tomate, tío del guitarrista almeriense José Fernández Torres Tomatito. Aprendió a tocar junto a su padre y le acompañaba por tabernas y calles de Huelva. Cuentan la gente de la ciudad del Indalo que El Tomate huyó de la ciudad escapando de su mujer, y que llegó a Huelva para formar una nueva familia con su nuevo amor, la que sería la madre de Miguel. Este dato, tildado de cierta leyenda, no ha podido ser confirmado del todo, pero viste aun más si cabe de misticidad su vida incluso antes de nacer.
Empieza a despuntar a principios de la década de los setenta, obteniendo en 1973 el premio de honor del Concurso Nacional de Guitarra de la Peña Los Cernícalos de Jerez, galardón de gran prestigio. Supuso subir el primer peldaño para ser reconocido como una de las futuras figuras de la guitarra flamenca junto con Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía. Grabó dos discos con la discográfica ya desaparecida Philips, que llevaron por títulos La guitarra del Niño Miguel y Diferente. Universal lo reeditó en 1999 con la denominación de Grabaciones históricas. El flamenco es universal. Niño Miguel, actualmente descatalogado. Se puede entrever la mano de Paco de Lucía y de su hermano, que participo con él de segunda guitarra, así como de la producción del padre de ambos Antonio Sánchez Pecino, algo no totalmente constatado.
Existen varios programas de televisión y documentos gráficos donde se puede apreciar a un joven talento lleno de creatividad y viveza. Una carrera prometedora y con sensaciones de poder llegar a ser uno de los más grandes músicos de la historia del flamenco a nivel universal. Multitud de músicos y aficionados a lo largo de los años han rendido tributo y admiración por su genialidad, sabiendo a ciencia cierta que ha sido la influencia de cantidad de guitarristas actuales y contemporáneos a él.
Su forma de tocar, su técnica, viajaba por multitud de palos de diversas dificultades, destacando en sus dos grabaciones tanto a nivel rítmico como de falsetas. Reinventa el concepto de la soleá de concierto, de su idea tradicional en la farruca y en las alegrías, y nos enseña cómo se deben tocar con hermosura los fandangos de su tierra. Aunque la pieza que resalta por su originalidad y que se describe a caballo entre lo popular y lo más culto es El Vals Flamenco, obra que ha sido la referencia y puesta en común de todos los amantes de su música y por extensión del flamenco más presente.
Pero a veces las cosas no terminan siendo como se pretenden. Un importante inconveniente en forma de enfermedad hizo que poco a poco Miguel fuera desapareciendo de los escenarios, alejándose de lo que se espera de él. Entonces comenzaron años de deambular por las calles, de acercarse hasta numerosos bares y locales donde poder seguir demostrándonos su excelencia y generosidad, porque a pesar de los pesares, los onubenses hemos sido los únicos afortunados de poder escucharlo a lo largo de casi toda su vida. Sin que deje de ser menos cierto que brilló a gran altura para todos, los rincones de Huelva están poblados de sus pasos, de su música y de su grandeza.
Una personalidad con un tremendo carisma, asentado en la tradición del flamenco y de la guitarra, habita entre nosotros desde hace años. No existe nadie en Huelva que no pueda contar alguna vivencia sobre él, desde hacer sonar una guitarra con dos cuerdas hasta el cariño, admiración y orgullos que todos hemos sentido hacia él. Una seña de identidad, un músico genial y un artista de dimensiones por encima de lo humano. Miguel sigue y seguirá teniendo la estrella de los grandes genios y el poder de estar más cerca que los demás del cielo. Todo un patrimonio viviente que deberíamos conservar, poner en valor y hacerlo más grande si fuera posible.
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