Memoria y baluarte
Sólo la esperanza calma el dolor | Crítica
Publicado en el LXXX aniversario de la liberación de los campos de la muerte, el testimonio hasta ahora inédito de Simone Veil evoca una vez más el horror de la Shoah
La ficha
Sólo la esperanza calma el dolor. Simone Veil. Trad. Lydia Vázquez. Lumen. Barcelona, 2025. 176 páginas. 19,90 euros
Drancy, Auschwitz-Birkenau, Bobrek, Bergen-Belsen, las etapas de Simone Jacob por el infierno concentracionario no se diferencian de las que recorrieron otros deportados que en el caso de Francia partían siempre del campo de internamiento de las inmediaciones de París, sólo que ella sobrevivió y se convertiría con el tiempo, ya con el apellido de su marido Antoine Veil, en una influyente magistrada, política y académica cuyo nombre figura con letras de honor en la historia de la Quinta República, siendo además una de las personalidades representativas del espíritu de concordia que hizo posible el renacimiento europeo tras la Segunda Guerra Mundial. Tenía dieciséis años cuando fue prendida por la Gestapo y casi ochenta cuando confió los recuerdos recogidos en Sólo la esperanza calma el dolor, traducidos por Lydia Vázquez para Lumen en una edición que conmemora el aniversario de la liberación de Auschwitz. Su emocionante testimonio seguía inédito en volumen hasta que fue publicado por Flammarion en 2022, pero de hecho es anterior al expresado en otros libros autobiográficos como Una vida (disponible en la versión española de Clave Intelectual, 2011) o el recopilatorio Amanecer en Birkenau (Pre-Textos, 2022), editado por el director y guionista de cine David Teboul que ya había filmado, fascinado por la personalidad de la autora, el documental Simone Veil, une histoire française en 2004.
El tono íntimo de la evocación de Veil se caracteriza por la desnudez y la intensidad emocional
Como explican sus hijos Jean y Pierre-François en el prefacio, el libro tiene su origen en una serie de entrevistas mantenidas en el marco del proyecto Memorias de la Shoah, impulsado por la Fondation pour la Mémoire de la Shoah y dirigido por la editora e historiadora Dominique Missika, que reunió más de cien grabaciones después de localizar a los entrevistados entre los escasos 2.500 supervivientes de una deportación que afectó a 76.000 judíos de la comunidad francesa, a la que pertenecían refugiados de muy variada procedencia, añadiendo a la muestra a algunos de sus herederos y a otras personas involucradas, como las que por haber ayudado a los perseguidos –véase el ensayo de Gabriele Nissim o su reportaje La bondad insensata, publicado entre nosotros por Siruela– reciben la calificación de Justos entre las Naciones. Lo que ofrece la edición, introducida por Missika, es la transcripción de la entrevista realizada a Veil en 2006 por la escritora y realizadora Catherine Bernstein, autora de una película dedicada a su propia tía asesinada en Auschwitz, que supo propiciar el tono íntimo, como de confidencia en voz baja, que transmite una evocación caracterizada por la desnudez y la intensidad emocional. De este modo nada enfático, la mujer se impone al personaje público –una distinguida anciana, venerada por la mayoría de sus compatriotas– para conectar con la adolescente que fue, revivida en el diálogo frente a la cámara y después sin interferencias, pero conservando la inmediatez oral, en el relato escrito, articulado en una sucesión de breves monólogos independientes.
Los judíos retornados recibieron un trato distinto al dispensado a los héroes de la Resistencia
El itinerario abarca no sólo el recuento de lo incontable, con discretas alusiones a episodios poco divulgados como la competencia derivada de la lucha por la vida, el tabú de las relaciones venales o incluso el canibalismo en los campos, sino también el de la plácida vida anterior a la detención de la joven nizarda el 30 de marzo de 1944, como hija menor de una familia judía no practicante, de clase media plenamente integrada, que pese a los rumores no podía imaginar el terrible destino que le esperaba. Y el de la posterior cuando a su regreso, devastada por la experiencia –la temida deportación, el inenarrable cautiverio, el siniestro epílogo de las “marchas de la muerte”, el incomprensible abandono tras la huida de los verdugos– y después de haber perdido a sus padres, a su hermano y otros parientes, la muchacha se enfrenta a reacciones que oscilan entre el desdén y la indiferencia, recibiendo un trato muy distinto al dispensado a los héroes de la Resistencia entre los que se encontraba su hermana Denise. Veil deja ver la forma en que el conocimiento del horror se proyecta en su vida profesional o en sus ideas, que la llevaron a erigirse en firme defensora de la reconciliación franco-alemana y de la unidad europea, e insiste en la necesidad de mantener viva la memoria –las víctimas de la Shoah, como bien apunta, tardaron mucho en ser escuchadas– cuando desaparezcan los testigos directos. A ello se dedicó en los últimos años, con el mismo ejemplar coraje que puso en todo, y es ese propósito el que alienta en unos recuerdos que se ofrecen como baluarte frente a la banalización y el olvido.
Una voz de referencia
El auge de la corriente impugnadora del wokismo, que si miramos a los Estados Unidos, pero también a este lado del océano, parece alentada por fanáticos de signo inverso, tan agresivos e intransigentes como los predicadores a los que pretenden sustituir, conlleva el peligro de que no sólo se combatan los evidentes excesos de una doctrina reciente y notoriamente contraria a los ideales de la Ilustración, sino también presupuestos muy anteriores que no pueden meterse en el mismo saco de los desvaríos identitarios. Si lo que nos va a traer la reacción antipuritana es el regreso del integrismo, por la ley del péndulo de las batallas culturales, hay que volver a defender todo lo que merece ser defendido de la tradición europeísta, que por mucho que la ridiculicen los chulescos campeones de la soberanía ha hecho de nuestras sociedades –gracias a los cuestionados acuerdos de la posguerra, con la participación conjunta de socialdemócratas, liberales y conservadores– las más avanzadas del mundo en materia de derechos y libertades. Objeto de ataques brutales que llegaron a comparar su actuación con la de los genocidas nazis, Veil promovió en los setenta, siendo ministra de Sanidad bajo la presidencia de Giscard, el acceso a los anticonceptivos y la despenalización del aborto, y ejerció después como primera presidenta del Parlamento Europeo. Su compromiso con los valores de la Unión se revela hoy, cuando estos son asediados por demagogos de todos los colores, más valioso e ineludible que nunca.
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