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El extraordinario origen del fandango, el "baile lascivo" del siglo XVIII

Historias del Fandango

Iniciamos una serie de artículos en los que se contará, de manera breve y tomando como base las publicaciones de prensa y libros de la época, aspectos destacados de la historia del fandango

[5] Dibujo de un cartel anunciando “bayles de gitanos”, 1781.
Miguel Á. Fernández Borrero

19 de abril 2024 - 03:00

Para situarnos en la historia del fandango necesitamos ubicarnos en una época determinada, porque hay uno que va desde un origen indeterminado hasta la segunda mitad del siglo XIX, que es el folclórico y bailable, y otro que es el que imita al cante flamenco y sigue su mismo camino a partir de aquel periodo hasta convertirse en el que se conoce y se practica actualmente, caracterizado por ser cantable, acompañado de guitarra y que prescindió del baile. En su estructura y composición, estaríamos hablando del mismo origen, pero en su musicalidad y su estética se trata de dos modelos distanciados.

Como todo hecho cuyo origen no se conoce con seguridad, la historia del fandango es objeto de especulaciones que alimentan las más diversas teorías: que si surgió, o ya estaba, en tiempos de los romanos, o si proviene de la música de los árabes en tiempos de Al-Andalus, o de los esclavos africanos que lo trajeron con sus danzas rituales entre el siglo XVI y el XIX; que si procedente de las colonias americanas, o de las antiguas fiestas campesinas de los bailes de candil [1] en las tierras extremeñas y andaluzas… Lo cierto es que no parece haber hipótesis que no sea rebatible por otra, ni base suficientemente sólida y probada como para dejar de investigar sus orígenes.

[1] “El baile de candíl”, de Mesonero Romanos.

Hay viajeros ilustrados extranjeros que ya refieren haber encontrado boleros, seguidillas y fandangos en nuestro país en el siglo XVII. Así, pues, acogiéndonos a la literatura existente, que abunda más en el siglo XVIII, vamos a partir de ahí para hacer un seguimiento somero y selectivo de su recorrido.

Este relato, que expondré en una serie, ayudará a formar una visión de conjunto de lo que ha llegado a ser el palo flamenco más grabado, el baile nacional por excelencia y el que más polémicas y diatribas ha generado en la música popular de los últimos trescientos y pico de años.

Lascivo, procaz, indecente…

Un documento del deán del cabildo de Alicante de 1712 describe al fandango como una danza de movimientos voluptuosos muy seguida por la gente.

El Diccionario de Autoridades de 1730 lo define como “baile introducido por los que han estado en el reino de Indias que se hace al son de un tañido muy alegre y festivo. Por ampliación, fandango designa a cualquier función o banquete con festejo u holgura a que concurren muchas personas”. Pero conviene relativizar esa descripción, porque el Diccionario de la Lengua española de 1843 borra toda relación con esa procedencia y lo define como “cierto baile alegre muy antiguo y común en España. Llámase también así el tañido o son con que se baila”.

El escritor francés Beaumarchais lo tildó de “baile obsceno” en su visita a Madrid en 1764. “Yo, que no soy hombre púdico, me sonrojo al verlo bailar”, escribió.

[2] Giacomo Casanova.

Lo cierto es que el fandango ha llamado la atención siempre, sin bien que asociado a sexo, a obscenidad, a indecencia… Cuando visitó España el veneciano Giacomo Casanova [2], en 1767, se quedó fascinado, calificándolo como “el baile más seductor y sensual de todos… la pareja hace gestos de una lascivia que no admite comparación… Todo está representado, desde el inicio del deseo hasta el éxtasis”.

El escritor e hispanista inglés Henry Swinburne describió en 1775, en sus relatos Travel through Spain, un baile en el que unos gitanos danzaron el fandango y el manguindoy, “una danza tan lasciva e indecente que está prohibida bajos los castigos más severos. La melodía es muy simple: apenas la repetición constante de las mismas notas. Como el fandango, se dice que ha sido importado de La Habana y que las dos son de procedencia negra (africana)”.

Del manguindoy ya habíamos tenido noticias treinta años antes, en 1746, cuando el cerreño Jacinto Márquez, regente de la Audiencia de Sevilla y aficionado a las danzas picantes, invitaba a su casa, a las afueras de la ciudad, a gitanos y negros para participar en fiestas privadas más heterodoxas de lo que de su cargo cabría esperar [3].

[3] “Libro de la Gitanería de Triana de los años 1740 a 1750 que escribió el Bachiller Reboltoso para que no se imprimiera”.

… pero seductor y atractivo

El literato italiano Giuseppe Baretti escribe en 1770, desde una manifiesta simpatía hacia los comportamientos de nuestra sociedad, que cualquier incomodidad se compensa con el placer “de conocer y charlar con la gente (de nuestro país) y de verles bailar fandangos”. Esta costumbre de bailarlo en plena calle se extenderá hasta bien avanzado el siglo XVIII, cuando el fandango se pondrá de moda en todas partes, corte incluida. El folclorista Joaquín Díaz indica que “tras la difusión del fandango arábigo/andaluz, surgen en Andalucía los de cada lugar, con leve influencia flamenca, ya tallados en el propio folklore de los pueblos” En esa época comienzan a cuajar en Huelva los de Alosno, Almonaster y otros pueblos, que se conocerán como “fandanguillos”.

El que fue embajador francés en Madrid, Jean-François de Bourgoing, describe en 1780 la impresión que le produjo “la sensualidad que emanaba del fandango”.

(Continuará)

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