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Por el folclore a la música nacional

Historias del Fandango

Capítulo 4: Las censuras musicales de los Borbones se relajaron durante el reinado de Isabel II y los cantos regionales tomaron gran protagonismo, entre ellos la jota y todo lo que aportaba Andalucía en bailes, cantos y modas

[1 ] Lola Valencia y Mariano Camprubí con trajes regionales bailando la cachucha, 1830.
Miguel Á. Fernández Borrero

10 de mayo 2024 - 04:00

En las primeras décadas del reinado de Isabel II ganaron presencia las músicas, cantos y bailes regionales. El folclore español alcanzó claro protagonismo frente a las músicas extranjeras, en un movimiento que sería la base de la restauración de la música nacional de mediados del siglo XIX.

Con la muerte de Fernando VII, desapareció la censura de facto que su régimen había impuesto desde 1808 a la música procedente del romanticismo europeo y a toda la que no fuera italiana o francesa. La oleada de liberación que esto supuso llegó también a la popular, que comenzó a explorar nuevos públicos dentro y fuera del país. Dos parejas de boleros reconocidos (las señoras Dabiñón y Serral y los hermanos Camprubí) [1] se marcharon a Paris a probar fortuna con las alegres danzas nacionales, entre ellas el bolero, la cachucha, el zapateado y el fandango. Los asistentes al espectáculo en la Academia Real se quedaron fascinados con lo que vieron y les hicieron repetir, entusiasmados. ¡Las castañuelas, oh là là! La crotalogía invadió los conciertos y las academias parisinas en los años 30.

[1 ] Lola Valencia y Mariano Camprubí con trajes regionales bailando la cachucha, 1830.

La guerra carlista

Pero la sucesión al trono provocó una nueva guerra que se extendió desde 1833 a 1840. La de los carlistas causó estragos en la sociedad española, con gran número de muertos, gran destrucción de viviendas, talas indiscriminadas de bosques y exterminio de ganado, amén de un tremendo endeudamiento que afectó desde las arcas del Estado hasta los ayuntamientos. Pongamos el foco, por ejemplo, en San Sebastián, donde se embarcó un batallón de soldados en el vapor Isabel II. La joven reina española, una niña de seis años, y su prima la francesa María Amelia que la acompaña asisten al acto. Que no pare la música al zarpar [2]

[2] El Español, 25 mayo 1836.

Lo andaluz se pone de moda

Durante el verano, en la capital del reino se disfrutaba de las verbenas al aire libre. Músicos y danzantes con guitarras y gaitas animaban el ambiente. Diversión popular en la que no era raro encontrar a aristócratas mezclados con la juventud matritense en los bailes callejeros [4].

[4] El Jorobado, 5 julio 1836.

Por estos años, en la sociedad española se estaban poniendo de moda los cantos y bailes regionales, que coexistían produciendo una atractiva variedad; la diversión popular se tornaba escaparate de músicas autóctonas, en el que tomaba protagonismo la amplia gama de las andaluzas [5]

[5] Semanario Pintoresco, 15 abril 1838.
[5] Semanario Pintoresco, 15 abril 1838.

¡Que viva la jota!

Escritores franceses se mostraban sorprendidos de que la reina de España incluyera en los bailes de palacio al bolero y al fandango. Pero es que también en su país triunfaban nuestros bailes: en Burdeos, una compañía de danzas españolas se llevaba con la jota todos los aplausos en 1838. La razón era sencilla: los aragoneses representaban un espectáculo en el que los trajes, el baile, la música…, todo era auténtico. La jota era, por su fuerza expresiva y su puesta en escena, la música popular de la media España del norte; en Madrid, escaparate de síntesis de todo lo nacional, avanzada la década de los años treinta, ahora se bailaba menos el fandango. Pero lo andaluz siempre tuvo atractivos inmanentes como la gracia natural de una bailarina seductora, la andaluza Manuela que cautivaba al público [6].

[6] El Guardia Nacional, 3 marzo 1838.

La redención del fandango

Hay una estampa pintoresca y vistosa que revela aspectos interesantes sobre la evolución y el aprecio experimentados por el fandango. Si lo veníamos viendo durante décadas como un espectáculo circense, asociado a lo barriobajero y lo inmoral, no cabe duda de que, alcanzando la década de los años cuarenta del siglo XIX, este baile fue desprendiéndose de la obscenidad y la insolencia que le estigmatizaron en tiempos anteriores, hasta ser considerado como el baile más representativo del país, exhibido en los acontecimientos lúdicos de la corte y con influencias, al parecer, hasta en alguna demostración festiva de la iglesia, como los Seises de la catedral de Sevilla [7].

[7] El Correo Nacional, 8 junio 1839.
[8] Dibujo de mujeres sevillanas en traje regional andaluz, 1840.

El diario La Alhambra describía un ambiente cotidiano andaluz en el que la gente corriente bebía, algunos se emborrachaban en las tabernas, los solteros participaban en los bailes de candil, de castañuelas y alegría y, en general, todos disfrutaban del baile y del cante, porque –y aquí está el detalle- el fandango, tradicionalmente música de baile, aquí se baila y se canta. Comienza a ser habitual que el fandango se cante. Cien castañuelas… [9].

[9] La Alhambra, 16 agosto 1840.

Los hiperbólicos viajeros románticos

Entre los viajeros románticos europeos que visitaron nuestro país durante los siglos XVII, XVIII y XIX los hubo respetuosos que describieron con mesura las costumbres, paisajes y paisanajes españoles, y los hubo que fabularon sobre una imagen prejuiciosa que no se correspondía con la realidad de nuestro pueblo. Presenciar “una corrida de toros en la que murieron catorce hombres y cincuenta caballos…., de la olla podrida y las múltiples variaciones del fandango y la mantilla.., describiendo las dimensiones de la navaja que las señoras escondían en la liga para defenderse.., de un pueblo que no hace más que cantar y dormir”…, como escribió alguno de ellos, fueron tópicos y maledicencias. Esa deformidad del país que querían ver, ya está en el “Viaje por España” de Joseph Townsend, en 1787 [10].

[10] Fray Gerundio, 11 febrero 1842.

(Continuará)

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