Fosforito el viejo, la voz de plata
Historias del fandango
Hoy recordamos a Francisco Lema Ullet, conocido en nuestro tiempo como “Fosforito el viejo”, (por diferenciarlo de Antonio Fernández Fosforito, llave de oro del cante
El Moreno de Paymogo
Huelva/Nació en Cádiz en 1869 y murió en Madrid en 1940. Le pusieron el mote de Fosforito por lo delgado y alto que era, que parecía un fósforo.
Fue un chiquillo pobre más de los que vivió en el último tercio del siglo XIX, que hubo de ayudar a su familia para mantenerla y que siendo “un junquillo pinturero”, como él recordaba, se aficionó al cante con tal intensidad que buscó las enseñanzas de Enrique el Mellizo, de quien aprendió uno de los cantes que más le llegarían a encumbrar, las malagueñas, y las seguiriyas, soleares y resto de los que hacía el maestro.
De esa escuela, en la que fue compañero, amigo y admirador de otro joven, el jerezano Antonio Chacón, salió con los cantes aprendidos y con un estilo personal consolidado [1].
Caminito de Jerez
Debutó cuando tenía catorce años. Según él contó, cogió camino de Jerez y actuó en el café del Palenque. Más tarde lo hizo en el café Vera-Cruz –emplazado en la zona que hoy ocupa el Teatro Villamarta–, propiedad del empresario y cantaor Juan Junquera y que por entonces era cita obligada del ambiente flamenco jerezano, donde se daban cita los grandes nombres de los primeros profesionales del flamenco: el mismo dueño, el Chato de Jerez, Diego El Marrurro y Javier Molina entre otros.
Para estar al nivel de estos artistas, hubo de esforzarse en su estreno: llevar letras nuevas (unas suyas y otras probablemente compuestas por su admirado Fernando el de Triana), cuidar de mantener bien su voz dulce y musical, poner energía y sentimiento en la entonación… Los asistentes aplaudieron con ganas sus malagueñas y el resto de los cantes que hizo, así que Fosforito se consideró bien pagado con el favor del público, con los 25 reales que ganó en aquella primera actuación profesional y con las cuarenta noches más que le valió el consiguiente contrato. Hizo de la malagueña su especialidad, un palo que cantó siempre en sus actuaciones y que comenzaba con estas letras [2].
La malagueña abandolá, enraizada en el folclore, había sido el cante emblemático de Juan Breva, pero la de El Mellizo era un cante claramente flamenco, sin compás, que dio lugar a numerosas variantes, entre ellas la del propio Fosforito.
De Jerez se marchó andando al Puerto de Santa María, donde estuvo un tiempo actuando. Y después recorrió otros pueblos, buscando los lugares donde había afición al flamenco.
Como era frecuente que a los cafés cantantes asistiera gente de malas pulgas, los dueños tomaban medidas para evitar a camorristas y provocadores. En cierta ocasión en que se anunció una actuación de Silverio Franconetti, los dos amigos, Fosforito y Chacón, que tenían dieciocho años y comenzaban a ser conocidos en el cante, fueron a verlo, pero en el café sospecharon que pudieran estar allí para hacer burla y un rufián a sueldo les largó sendos guantazos y hubieron de salir corriendo del local.
En Sevilla, a competir con Chacón
Del recorrido pueblerino pasó a Sevilla, donde estuvo nueve años cantando en el café del Burrero [3], ganando entre 25 y 50 reales, según asistencia de público al local. Actuando los dos en Sevilla, los aficionados crearon una rivalidad artística que hizo leyenda. Cantaba Fosforito en el café del Burrero y Chacón en el de Silverio, y tal competición protagonizaron que los dueños de los dos cafés hubieron de ponerse de acuerdo para no coincidir en los horarios de actuación de ambos, de manera que el público tuviera la oportunidad de escuchar primero a uno y después al otro en la misma noche. Los dos gozaron por aquellos años de parecida popularidad, en la que puede considerarse como la época esplendorosa del cante flamenco.
Lo que dijo de él Fernando el de Triana
El guitarrista, cantaor y compositor Fernando el de Triana era un artista muy admirado por Fosforito. En su libro Arte y artistas flamencos, Fernando nos aproxima a la personalidad de éste cuando llegó a Sevilla.
Cuenta una anécdota, cuando Fosforito, tan alto y delgado como un junco, una noche encendió un cigarrillo en una de las lámparas de gas, de las más altas del salón con que se iluminaba el café del Burrero. “Le preguntó Paco el Sevillano:
–. ¿Qué edad tienes, niño?
–. Dieciocho años –, respondió Fosforito.
–. ¿Dieciocho? ¡Po cuando tengas veinticinco vas a encendé en er só!
Las carcajadas se oían en la calle, siendo el primero en celebrar la gracia el propio Fosforito, que con sus dieciocho años y gaditano neto, no pensaba más que en la chufla hasta que llegaba el momento de cantar; entonces, variaba por completo la decoración, y en el momento en que el gran maestro Pérez marcaba los primeros compases de malagueñas quedaba el público como en misa, en espera de escuchar la voz de plata del sublime cantaor… Más que voz, lo que tenía Fosforito en su prodigiosa garganta era una piña de armónicos cascabeles… A los pocos días de su aparición en el café del Burrero no había taberna, ni fiesta ni bautizo donde no se cantara una copla por malagueñas suya… Cantaba de tal forma que daba lugar a discusiones con los chaconistas sobre cuál era el mejor”.
(Continuará)
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