Del humano amor a la luz

El estadounidense Gore Vidal fallece a los 86 años · Contemporáneo de Mailer y Capote, el autor de 'Juliano el Apóstata' fue un gran escritor al que no le beneficiaron las polémicas en las que se vio envuelto

Fotografía de Gore Vidal tomada en octubre de 2006, en su casa de Los Ángeles.
Fotografía de Gore Vidal tomada en octubre de 2006, en su casa de Los Ángeles.
Ignacio F. Garmendia

02 de agosto 2012 - 05:00

Contemporáneo de Mailer y Capote, Gore Vidal compartía con ambos escritores el gusto por la provocación, la pose airada y una cierta megalomanía, además, claro, de la dedicación a la literatura que era para todos ellos no sólo un oficio y una pasión, sino también un escenario casi shakespeariano de odios, rivalidades y competencia a muerte. Era el típico intelectual demócrata, orgulloso de su origen patricio y de sus ideas radicales pero no populistas, inevitablemente enfrentadas a los valores estéticos, religiosos y morales de la América profunda. Residió largos años en Italia y tuvo siempre una relación de amor y odio con los Estados Unidos, siendo al mismo tiempo profundamente norteamericano. Nieto de senador y nacido nada menos que en West Point, hizo la guerra en el Pacífico, flirteó con el Camelot de los Kennedy y llegó a conocer como pocos de sus compatriotas la historia de su país, con cuya política se mostró toda su vida extremadamente crítico. Ya en una de sus primeras novelas, La ciudad y el pilar de sal, elevó la homosexualidad a un primer plano que entonces permanecía vedado y en su caso nunca lo estuvo, lo que contribuyó a alimentar el desprecio de los círculos conservadores. Pronto comprendieron que tenían enfrente a un adversario temible.

Muchos conocimos a Gore Vidal a través de su formidable Juliano el Apóstata, una de las novelas históricas más hermosas y conmovedoras del siglo. "La luz se fue con Juliano. Ahora no queda otra cosa que dejar que lleguen las tinieblas y esperar un nuevo sol y otro día, nacido del misterio del tiempo y del humano amor a la luz". Hubo quien le reprochó al autor, como se le reprochó a Robert Graves, que su relato contuviera inexactitudes y fuera excesivamente partidario, pero ni las novelas son libros de historia ni cabía esperar de Gore Vidal -a quien le habría gustado ser, con Verlaine o Kavafis, un emperador del tiempo de la decadencia- otra cosa que una exaltación del paganismo. El soberbio fresco histórico-filosófico de Creación, obra menos narrativa que discursiva, es otra lectura obligada para los amantes de la Antigüedad, que fue una de las grandes aficiones de Gore Vidal junto con el sexo desaforado, el mundo del cine, la vida social o el activismo político. Notable dramaturgo, trabajó durante años como guionista para los estudios de Hollywood, donde lo mismo cultivó el péplum homoerótico -ese pobre Heston convertido en objeto de culto gay- que colaboró con su amigo y luego enemigo Tennessee Williams, a quien llamaba el Pájaro.

Proverbialmente ácido, maledicente, bilioso e intempestivo, Gore Vidal fue un escritor indudablemente grande al que no le beneficiaron -aunque le dieran popularidad y una cierta posición de liderazgo entre los liberales- las airadas polémicas en las que se vio envuelto. Sus ensayos, declaraciones o sátiras lo convirtieron en una de las bestias negras de los republicanos, pero el estilo deslenguado, altivo y heterodoxo del escritor tampoco le aseguraba el apoyo de sus correligionarios. Unos y otros tuvieron que descubrirse, sin embargo, ante obras como su monumental Lincoln, donde queda clara su fidelidad a la memoria de lo mejor de la nación, o el resto de las novelas que forman la heptalogía del Imperio, como a él le gustaba llamarla. Respecto a sus propias memorias, no sólo no tienen desperdicio, sino que pueden ser consideradas uno de sus libros mayores. Publicadas en dos entregas, Palimpsesto. Una memoria (los responsables de la edición española prescindieron de la primera parte del título, tal vez temerosos de que sonara demasiado oscura) y Navegación a la vista, son una lectura imprescindible para cualquier interesado en la historia de la cultura norteamericana del siglo XX. La obra de Gore Vidal, en fin, divino y demasiado humano, deberá en adelante defenderse sola, lo que quizá, después de todo, acabe siendo una ventaja.

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