Ese ser indomable

Hay quien dice que eso del amor no es más que un producto cultural, un contructo, algo así como la paella o la petanca; por contra, también están los que creen que es el amor el motor que sostiene y mueve el mundo, y otros, quizás la mayoría, que vaya usted a saber.

El caso es que el asunto le interesa –y le ha interesado a lo largo de la historia– tanto a Agamenón como a su porquero. Es algo que trasciende clase, raza, credo, formación, ideología, capacidades… que zarandea, por su presencia o su ausencia, a tirios y troyanos, hasta, como se puede apreciar en este libro, a los filósofos, esos hombres y mujeres que la tradición sitúa en la más alta exquisitez intelectual, en las taramitas de la agudeza y el buen sentido que se diría en mi pueblo.

Alude Safo al amor en uno de sus poemas a Atis como ese ser indomable. Dice la RAE de domar: Sujetar, amansar y hacer dócil al animal a fuerza de ejercicio y enseñanza, y, en su segunda acepción, “Sujetar, reprimir, especialmente en las pasiones y las conductas desordenadas”. Y es eso, con matices –y desdiciendo a Safo– lo que busca Manuel Cruz con su último ensayo Amo, luego existo, domar, pero no domar al amor, misión imposible, sino a su concepto a partir de un paseo por la historia del pensamiento, llevar al amor al terreno del matador, del amante, al nuestro.

El libro, más adelgazado, obtuvo el premio Espasa de Ensayo en 2010, lo publicó Alianza, y ahora lo vuelve a hacer RBA con varios capítulos añadidos. Arranca, claro, con Platón, inevitable en esto de los amores. Le sigue San Agustín que tuvo el hombre abundante trato tanto con el espíritu como con la carne, enredado tanto en divinos como en humanos amores. De Abelardo y Eloísa se nos cuenta su tormentosa historia de amor, de Spinoza que al parecer no se comió una rosca, continuando con las exageraciones de Nietzsche y Lou Andreas-Salomé, de los enredos de Freud, de las finas especulaciones de Ortega, de la vorágine amatoria de Sartre y Simone de Beuavoir, de la tormentosa Hannah Arent y Heidegger, para cerrar el paseo con los trotes de Foucault que, con sus excesos amatorios terminó el hombre por pagar el pato.

Es un espejo a lo largo del camino de nuestro pasado y nuestro presente

Si de verdad me quisieras… lleva por título el epílogo en el que el autor reflexiona sobre el perfil del amor en nuestros días, y apunta como seña de identidad del mismo la contingencia, nuestras prácticas amorosas parece que han perdido la cosa sublime de antaño, que de la idea del gran amor, de una mujer o un hombre para la eternidad, se ha pasado a la más discreta de los amores posibles, variados, obsolescentes, del usar y tirar que nos impone la sociedad de consumo, el amor es único mientras dure, mientras se gasta, y luego a buscar otro único amor.

Una reflexión sin prejuicios

Amo, luego existo es un espejo a lo largo del camino de nuestro pasado y nuestro presente, una reflexión sin prejuicios sobre lo que los unos y los otros anduvieron –y andamos– haciendo para gozar de ese ser indomable al que llamamos amor; con un tono ameno, una prosa fluida y un sentido del humor que no suelen ser muy frecuentes –por desgracia– en los lares de la Filosofía, sin perder en ningún momento la rigurosidad, y hasta diría que la brillantez, que a un pensador se le exige, un estilo natural en palabras de Pascal.

No recuerdo quien dijo que quien quiera casarse con el espíritu de su época muy pronto se quedará viudo, de eso nos viene a avisar Manuel Cruz.