Javier Gallego: “El 15-M demostró que no éramos tan dóciles como pensábamos”

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El responsable del pódcast ‘Carne Cruda’ debuta en la novela con ‘La caída del imperio’, una historia sobre el desencanto y “la pérdida de la inmortalidad que supone abandonar la juventud”

Entrevista con Eduardo Jordá

El periodista, músico y escritor Javier Gallego, fotografiado en una visita de promoción de ‘La caída del imperio’. / Juan Carlos Muñoz
Braulio Ortiz

14 de agosto 2024 - 06:30

“El final de las fiestas se parece al final de las batallas. Es siempre el escenario de una derrota porque no hay batalla que se gane, solo batallas que no se pierden. Y aún entonces, queda un cuadro de cadáveres. Cuerpos desparramados, despojos de vino y rosas, restos de la jauría cuando acaban los ladridos”. El periodista y músico Javier Gallego, que ya había publicado varios poemarios y un libro de artículos, debuta en la novela con La caída del imperio (Random House). El responsable del pódcast Carne cruda sigue la estela de su admirado Francis Scott Fitzgerald –citado en esta obra varias veces– y coloca a sus personajes en una fiesta tras la que asoman la perplejidad de estar vivos y el desencanto que originó el 15-M. Una certera reflexión sobre la pérdida de la juventud y la conmoción de sabernos mortales, aplicable también a un país que bailaba ufano sin advertir el hundimiento.  

–Una novela que habla de precariedad laboral, de crisis, de desencanto tenía que ser un relato coral, una polifonía.

–Yo pretendía poner a dialogar la crisis social, económica y política que se vivía en ese momento, una crisis que se sigue manteniendo en el tiempo, con la crisis personal y colectiva de un grupo de amigos. Me interesaba explorar cómo lo que ocurre en el exterior afecta al interior, cómo nuestra vida está condicionada por el entorno en el que nos movemos. Ellos están en crisis porque se les acaba la juventud, porque no han conseguido llevar a cabo sus sueños, porque no saben cuál va a ser su futuro, y al país le sucede lo mismo: esa fiesta de la democracia se agota, y tampoco tiene claro su porvenir. Ha abierto el regalo, y está lleno de defectos. 

–Uno de los personajes le reprocha a su padre socialista que en su partido “han convertido [España] en una sucursal bancaria (...)” y que gracias a su gestión los jóvenes vivirán peor que sus progenitores...

–Habría que hacer un matiz ahí: será la primera generación que viva peor que sus padres económicamente. Es importante la conquista de derechos y de avances sociales, evidentemente nosotros tenemos muchas más libertades de las que disfrutaron nuestros padres y nuestros abuelos. Pero sí se ha quebrado la lógica que dictaba que tú ibas a ascender con respecto a tus antepasados. Éramos la generación más preparada de la Historia, a los jóvenes se nos decía que si estudiábamos lograríamos aquello a lo que aspirábamos, pero todo naufragó y para colmo se nos reprochó que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades... 

Javier Gallego. / Juan Carlos Muñoz

–En el libro se compara la situación de España con Grecia, pero mientras allí salen a la calle “a quemar el país”, aquí nos quedamos en casa a ver una serie o nos vamos de bares...

–Hay una frase que dice, creo recordar: “En Grecia arde Troya, y aquí sólo arden las Fallas”. 

–“Allí el pueblo es el coro de una tragedia mientras por aquí andamos zarzueleando”.

–[Ríe]. Sí, también se dice eso. Bueno, al final los ciudadanos no éramos tan dóciles. Yo reflejo un momento en el que estábamos adormecidos y despertamos. España ha tenido tradición de levantamientos populares, y el 15-M tuvo algo de ese espíritu de la calle es nuestra, tomemos la palabra, la democracia. Pero otra tradición nuestra consiste en que cada vez que el pueblo intenta avanzar, las fuerzas vivas, como se las llama, nos hacen retroceder. El libro retrata un tiempo en que parece que estamos obnubilados, pero se está fraguando un malestar, un descontento que acaba estallando. 

–Su ficción se centra en los primeros días del 15-M y por tanto no puede hacer valoraciones de lo que supuso aquello. Pero, en persona, su balance es positivo.

–Isaac Rosa definió muy bien La caída del imperio en la presentación en Sevilla: es una novela sobre el 15-M que no habla del 15-M. Está como telón de fondo, fuera del marco. Yo reflejo las circunstancias que llevaron a eso. Creo que se ha hecho una lectura muy negativa de aquello. Lo que pasó es que se trata de un movimiento mayoritariamente juvenil, y ocurre que los jóvenes aspiran a lo absoluto, y la realidad sólo concede logros relativos. Por ahí puede explicarse la decepción con que se percibe. Yo lo veo como un terremoto con muchas réplicas, que ha generado enormes avances en derechos sociales, en leyes concretas, que ha dado lugar a los llamados gobiernos del cambio en ayuntamientos y autonomías, y a dos coaliciones de izquierdas en el Gobierno central que han aprobado leyes de libertad sexual o de eutanasia, que han subido el salario mínimo... Lo que planteaba el 15-M era una enmienda a la totalidad: hay que deshacer todo esto y volver a hacerlo. Y la política institucional es una trituradora:muchos de los ideales acaban despedazados por la maquinaria del día a día. Sé que mucha gente que vivió con emoción aquello se ha visto defraudada, pero yo creo que el 15-M le dio al país una nueva vuelta de tuerca. Hay debates sobre feminismo o ecologismo, sobre temas fundamentales para el presente y el futuro, que cobraron fuerza entonces. De hecho, la reacción retrógrada, ultraconservadora, que estamos viendo en España no es sino una respuesta a eso. 

–Su libro describe la vida como “un dios siniestro” que nos va hiriendo con “una navaja pequeña”.

–Sí, a veces la vida nos apuñala con cuchillos grandes, pero es más habitual que te vaya dando punzaditas, y a veces esas punzadas que apenas sentimos nos acaban desangrando. La novela tiene un trasfondo social y político, pero sobre todo es una novela emocional sobre los afectos o la amistad, y el gran imperio que cae en este libro es una historia de amor entre dos de los protagonistas.

La política institucional es una trituradora que acaba con muchos ideales despedazados”

–Ambienta la novela en la noche, que es también un estado mental. 

–Absolutamente. En el día, con la rutina, el trabajo, los compromisos, desconectamos de nosotros mismos. Y por la noche conectamos con nuestras propias emociones, con el grupo, nos liberamos y nos quitamos las máscaras. En ciertos ambientes, en la noche, hay algo de excentricidad y de locura que creo que es muy sana, muy creativa. Es la hora en la que podemos salirnos del carril, aunque corramos el peligro de descarrilar...

–Sitúa la acción hace 13 años. ¿Ha escrito este libro con la añoranza de otros tiempos, cuando era más joven? 

–No es una novela nostálgica, y debo decir que yo sigo teniendo bastante noche [ríe], porque soy muy musiquero y voy a conciertos... Pero es cierto que he tardado muchos años en escribir este proyecto, y el paso del tiempo ha impregnado la obra de algún modo. Aunque la trama abarca apenas unos días, los personajes sienten que están envejeciendo. El tema fundamental del que quería hablar es la pérdida de la inmortalidad que supone abandonar la juventud. La novela habla de esa frustración, de esa incertidumbre, ese interrogante de si me he convertido en lo que soñaba o si simplemente soy lo que me dijeron que tenía que ser. Todos nos hemos hecho esa pregunta alguna vez. 

–Ha asegurado en alguna entrevista que como los personajes estaban de juerga quería que el lenguaje también fuera una fiesta.

–Sí, quería que el lenguaje fuera un juego. Que la prosa bailase como bailan los personajes, que experimentase como experimentan ellos, para que el lector hiciera el mismo viaje sensorial y emocional de los protagonistas. También pensaba que si la noche es una transgresión de las convenciones, que es donde nos desinhibimos, el lenguaje aquí tenía que liberarse igualmente. Por eso es muy descarnado, muy directo, bastante despreocupado en cuanto a las normas estilísticas.  

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