Juan Tallón: “En cada libro me enfrento a la novela que no sé escribir”

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El narrador gallego regresa tras la celebrada ‘Obra maestra’ con ‘El mejor del mundo’ (Anagrama), una ficción sobre el extrañamiento y la vulnerabilidad que encierra toda existencia

El dedo en la llaga

Juan Tallón, fotografiado este mes en una visita a Sevilla. / Isaac Fernández
Braulio Ortiz

25 de febrero 2025 - 06:30

“Quizá Hombre de negocios resuma todo lo que quiere que ponga en su lápida cuando se muera, si se muere, claro. Hoy ve su muerte como una circunstancia inviable. ¿Habrá algo tan excitante, embriagador, bello como firmar un contrato de venta, ganar mucho dinero, advertir cómo te alcanza el secreto resplandor del sueño de una vida?”. Antonio, el protagonista de El mejor del mundo, la nueva novela de Juan Tallón, ha presentado en México un modelo de ataúd, el Apolo, “demasiado hermoso y a la vez escalofriante”, que se gana la admiración de todos, y percibe su suerte como una venganza contra su padre, al que aborrece. Pero tras regresar a España, el empresario asiste con espanto a un prodigio inexplicable: ya no es la misma persona, aunque comparta el nombre con su yo del pasado, y sus seres queridos e incluso los acontecimientos que han conformado la Historia son distintos. Tallón, que sigue dispuesto a sorprender a los lectores tras el fenómeno de Obra maestra y que visitó hace unos días Sevilla y Huelva con el Centro Andaluz de las Letras, se sirve de esa realidad distorsionada para preguntarse quiénes somos y retratar ese paseo alucinado que es la vida.

Pregunta.–Utiliza como cita una frase de El Rey Lear, “¿quién me puede decir quién soy yo?”.

Respuesta.–Lo que se plantea, en este argumento que yo construyo, es un debate sobre la identidad. ¿Qué hace que seamos de determinada manera? ¿Somos de determinada manera, o más bien de determinadas maneras? Mi personaje, en un momento dado, empieza a advertir que ya nada es como era, que el mundo ha cambiado de repente al regreso de un viaje. No sólo el mundo, lo macro; también lo micro, lo doméstico, y él ya no es la persona que creía que era. Tiene ahora otra historia personal, y tiene que averiguarla. De ahí esa cita de Shakespeare, quién me puede decir quién soy. ¿Hay algo esencial, inmutable, que se mantiene a lo largo de tu vida, y eso es la identidad? O por el contrario las diferentes etapas que vives van haciendo de ti una persona nueva. Es un misterio.

P.–Lo que cuenta parece una fantasía, pero es un terror muy básico de todo ser humano. La vida que construimos, que creemos tan firme, es en realidad muy frágil.

R.–El libro trata el terror a que las cosas cambien de un modo imprevisto, y para mal. Esto es algo que yo trabajé en una novela anterior, Rewind, donde un accidente destruía la juventud de los protagonistas. En El mejor del mundo, la historia es muy distinta pero queda demostrado de nuevo que somos extraordinariamente vulnerables. El personaje se cree por encima del bien y del mal, ha alcanzado el éxito, y de pronto nada de lo que parecía sólido lo es.

P.–En un pasaje de la novela, el protagonista descubre que el rencor puede ser un motor para la vida...

R.–Se menciona poco, el rencor. Solemos citar el amor como el gran motor de la vida, y no digo yo que no lo sea, no niego la importancia de los afectos. Querer a alguien ayuda a que nos levantemos por la mañana con cierto entusiasmo pese a lo mal que está el mundo. Pero también creo que en otros momentos del día hay otros sentimientos más tóxicos que, inevitablemente, tienen un efecto en nosotros. Los celos, las envidias, el espíritu de revancha también pueden ser estímulos. En Antonio, el aborrecimiento que siente hacia su padre, precedido del aborrecimiento que el padre siente por el hijo, son dos hechos que marcan su vida y que siempre están presentes en ella. Sí, al personaje también lo mueve el odio.

P.–Antonio pertenece a un linaje de hombres que se aborrecen, compiten entre sí, adoran las pertenencias. Quería preguntarle si habría sido igual el libro si lo hubiesen protagonizado mujeres.

R.–Supongo que no. Antonio y su padre representan lo más tóxico del hombre contemporáneo, ansioso de poder, de controlar, de defender su estatus. Amancio ha creado de la nada una empresa de ataúdes que gestiona con mano dura, su hijo aspira a sucederlo, y para ello está dispuesto a pagar el precio que haga falta. Yo creo que eso son comportamientos muy masculinizados, sí.

P.–La historia arranca en una feria funeraria, un escenario peculiar que usted conoció en su trabajo como periodista.

R.–Orense es una provincia carente de industria, con mucho funcionario y mucho jubilado, y dentro de las pequeñas economías de la provincia destaca curiosamente la fabricación de ataúdes, hay una docena de empresas que se dedican a ello en la zona. Se celebra una feria de carácter bianual, internacional, sobre productos y servicios funerarios, que yo cubrí cuando me dedicaba a la prensa local. Ese ataúd que yo llamo Apolo en la novela, bañado en oro y cubierto de terciopelo azul, se presentó en una de las convocatorias. En el libro he trasladado Funergal, la cita gallega, a México y le he dado una escala mucho más grande.

P.–En los agradecimientos dice que “nunca hay que perder la oportunidad de complicarse la vida”. Usted lo ha hecho aquí...

R.–Cuando me planteé trabajar en esta historia, cuyo núcleo era una radical experiencia con la extrañeza, me parecía muy estimulante lanzar a mi personaje a una situación tan disparatada. No pensé que después había que salir de esa situación, no calibré las consecuencias. Debía recolocar, reconstruirlo todo, ofrecer al lector una salida al argumento. Ahí es donde yo vi que me había metido en un berenjenal importante, pero creo que es en la dificultad donde la literatura resulta fascinante. Si haces un libro que sabes escribir de antemano, resulta muy aburrido. Tienes que ponerte con la novela que no sabes escribir, eso es lo emocionante. Hay autores que son fieles a un universo narrativo, pero yo necesito que cada novela sea un mundo aislado.

P.–Apellida a su protagonista Hitler, y, según parece, quería titular el libro así.

R.–Sí, Hitler. Quería reforzar con eso la experiencia de la extrañeza en la que se ve involucrado el personaje. Un empresario gallego, relativamente joven, que tuviese un apellido extranjero añadía una capa más de extrañeza. Ahora bien, qué apellido. Manejé varios. Me pregunté cuál es el más extemporáneo, el auténtico despropósito, y era que el hombre se llamara Antonio Hitler Ferreiro. Pero eso necesitaba una explicación histórica, no podía ser una provocación gratuita. Le puse un abuelo alemán que había llegado a España para extraer wolframio. Al llamarlo así se generaban unos efectos muy interesantes desde el punto de vista narrativo: cuando el lector ve por primera vez el nombre completo en las páginas, porque evitamos dar ese detalle en la contraportada, se espanta, se desconcierta, y le surgen las preguntas. ¿Quién es este tipo? ¿Por qué se llama así? El lector necesita seguir avanzando en la novela, y eso es lo que busco.

P.–Su Antonio Hitler “cree en pocas cosas, pero el pulpo es una de ellas”.

R.–[Ríe] El pulpo, el comerlo de determinada manera, es algo profundamente gallego y era un modo de explicar de dónde procedía el personaje. Es la primera vez que sitúo una novela en Orense, una ciudad en la que vivo desde 2009. Ha tenido que pasar una década y media para que se acabe filtrando la ciudad en mi narrativa, con su urbanismo, sus espacios, sus personajes habituales, que algún día desaparecerán. Yo he querido fijarlos en esta novela.

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