El libertino tímido

El torbellino Kant | Crítica

Norbert Bilbeny se esfuerza en este meritorio librito introductorio por redimir al pensador alemán

El filósofo Immanuel Kant (1724-1804). / D. S.
Luis Manuel Ruiz

28 de julio 2024 - 06:00

La ficha

'El torbellino Kant'. Norbert Bilbeny. Editorial Ariel. 288 páginas. 19,85 euros

Aparte de la Eurocopa y los Juegos Olímpicos, este año nos trae también a Kant: se cumplen trescientos años de la llegada al mundo de este señor enjuto, de piel ocre, que en los retratos presenta el aspecto alarmante de un viejo pervertido o de un vampiro. Motivo suficiente para que las editoriales más comprometidas con la filosofía emprendan la reedición de algunos de sus clásicos más despampanantes, desempolven las biografías que andaban fuera de catálogo o, incluso, encarguen otras nuevas. Por cierto que esta tarea, la de biografiar a Kant, debe ser emprendida por quien la intente con una combinación de paciencia y de arrojo: pues hace falta algo más que talento para interesar al lector con la peripecia vital de alguien que sólo una vez se alejó a más de cien kilómetros de su propia ciudad, y cuyo mayor revés de fortuna fue que eligieran a otro para ocupar la cátedra universitaria que él codiciaba durante años.

En fin, según sucede con las viejas glorias (y más si uno tiene fama de filósofo profundo y espeso), el pobre Kant es víctima de su personaje. Norbert Bilbeny, que enseña diversas ramas de la filosofía en la Universidad de Barcelona, se esfuerza en este meritorio librito introductorio por redimir al pensador alemán y, sacudiéndole esa atmósfera de cenizo y aguafiestas que le rodea, darle una apostura de revolucionario adolescente: de ahí el título, El torbellino Kant. Lo del torbellino viene motivado (no sé si disculpado) por el mundo de las ideas: y es cierto que este hombrecito de endeble aspecto puso patas arriba el panorama del pensamiento de su tiempo hasta el punto de que nada volvió a ser como antes de él lo fue. Lo de convertirle en un revoltoso avant la lettre, en un libertino tímido, en un bohemio con fachada de funcionario, no sé yo si es ya cargar las tintas: Bilbeny pone todo su empeño en entresacar ese perfil de la anodina hoja de servicios de un profesor de universidad.

Porque a eso se reduce básicamente la biografía de Kant. Platón tuvo sus naufragios y su escapatoria dramática de Siracusa, Descartes se fue a la guerra igual que Mambrú, y a Wittgenstein (después también de la guerra) le dio el avenate de extraviarse en las montañas austríacas. Pero en el caso de Kant todo se reduce (y en fin, ¿qué más queremos?) al cliché: un individuo que pasó la mayor parte de su vida sentado frente a un escritorio o en la tarima del aula, que no soportaba el ruido que produce una mosca (cambió varias veces de domicilio por lo mismo), que se levantaba, desayunaba, trabajaba, almorzaba, estudiaba y salía a pasear siempre a la misma hora, obedeciendo una agenda de acero que sólo la toma de la Bastilla (cuenta una leyenda sin refrendar) logró alterar un día, que ocupó cargos polvorientos en la administración prusiana sin enemistarse realmente nunca con nadie, y al que en la más distante vejez, ya apagadas las luces, atormentó el demonio de la chochez. No hay mucho más aquí. O sí, sí lo hay: del lado, naturalmente, que no interesa a la biografía.  

Lo más importante de Kant (de todo filósofo, en realidad) no está en lo que vivió, sino en lo que hizo con ese material de derribo. Consciente de ello, Bilbeny se arroja en algunas páginas a intentar una leve exposición de sus doctrinas, sin meterse en más berenjenales de los estrictamente necesarios. De la complicación de la labor dan idea líneas como las que encabezan un párrafo del capítulo quinto, dedicado (ahí es nada) a resumir la Crítica de la Razón Pura: “El lector o la lectora ya deben saber que la Crítica no es un libro fácil. ¿Cuándo lo ha sido la filosofía? El lenguaje de la filosofía es abstracto y trata de ideas generales y casi intemporales. Exige razonar lo que se lee; por lo tanto, leer despacio y sin distraerse. Pide un esfuerzo”. Y esto con el gazpacho y la Eurocopa.  

Pero hay que decir que sale con bien de la dificultad. Aunque los apartados dedicados a los grandes episodios de la filosofía crítica (la gnoseología, la ética, la estética) resultan forzosamente breves y esquemáticos, el autor sabe alcanzar una capacidad de síntesis que permitirá al profano hacerse una idea general de las innovaciones de Kant, que es al fin y al cabo de lo que se trata. Y así, el libro se convierte mayormente en una exposición de las principales contribuciones del genio de Könisberg, en los diversos ámbitos del pensamiento, tanto en el filosófico como en el científico o el político, adobado con pequeñas anécdotas biográficas que vuelven más sabroso el bocado: cada capítulo, centrado en cuestiones más o menos abstractas, se abre con un pequeño prólogo narrativo en que asistimos a una escena relevante de la existencia del protagonista, sus clases, sus entrevistas con hombres de postín, sus peleas con su criado, sus editores. Sin necesidad de recurrir a torbellinos ni galernas (y a pesar del rostro que nos transmiten los retratos y que en esta portada ha sido pudorosamente reemplazado por el del también filósofo Friedrich Heinrich Jacobi, que da mejor en las fotos), Kant tiene mucho que ofrecernos, con lo que distraer y apasionar: siempre que, como reconoce Bilbeny, uno le dedique un poquito de esfuerzo.

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