Lorenzo Silva: “La pandemia nos reconectó con capas olvidadas de nuestra humanidad”

El autor presenta ‘Las fuerzas contrarias’, la novela número 14 de Bevilacqua y Chamorro, una intriga ambientada en el arranque del Covid y con sus protagonistas en un estado más vulnerable

A la sombra de Flaubert

Lorenzo Silva (Madrid, 1966) posa con un ejemplar de ‘Las fuerzas contrarias’. / Carlos Ruiz B. K.
Braulio Ortiz

13 de marzo 2025 - 06:32

Han transcurrido cerca de tres décadas, 27 años, desde que El lejano país de los estanques abriera las investigaciones emprendidas por Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro. Los guardias civiles regresan ahora con Las fuerzas contrarias (Destino), una ficción ambientada en la pandemia en la que sus personajes, especialmente Vila, se muestran más reflexivos y vulnerables. “El mundo siempre es de los jóvenes, y los que ya no lo somos tenemos como obligación primera, nunca lo bastante asumida ni ponderada, la de ir desalojando y dejando lo más limpio posible el sitio que ocupamos”, cavila el subteniente en estas páginas. Lorenzo Silva explica en esta entrevista las claves de la novela número 14 de la serie.

Pregunta.–Todos vivimos la pandemia como pudimos, pero en la Guardia Civil continuaron en activo...

Respuesta.–Sí, y contagiándose. El primer conocido mío que murió por la pandemia, al que hago un homenaje en la novela, fue un teniente coronel, Jesús Gayoso, jefe del Grupo de Acción Rápida (GAR) de La Rioja. Y una escena del libro en que uno de los guardias civiles graba un vídeo para despedirse de la familia se inspira en algo que me contó otro amigo. Claro, es que si aparecía un cadáver llamaban a la Policía, y la Policía iba a ver ese cuerpo. Muchas de las personas que habían fallecido estaban infectadas, y el virus andaba por ese dormitorio estrecho que visitaban los agentes. Era fácil contagiarse.

P.–En la novela se recuerda el trato que dimos entonces a los ancianos: “Esta gente es la que nos crio, la que nos dio una educación”, asegura uno de los personajes, “y cuando viene una desgracia que se los lleva por cientos (...) los damos por muertos desde el portal”.

R.–Cuando empezó a difundirse la información de que el virus era más letal con las personas mayores, y parecía que era más inocuo con los jóvenes, empezó a oírse un discurso que a mí me resultaba estremecedor, eso de por qué nos tenemos que quedar en la casa, nos estamos perdiendo la juventud. La pandemia, que al principio pareció convocar los mejores impulsos y las fuerzas más constructivas, en seguida dejó paso a toda suerte de mezquindades.

P.–Lo apunta en su novela el coronel Hermoso: “La unidad de todos frente al virus es un espejismo; durará poco”.

R.–Pasaron cosas tremendas. En Barcelona la pandemia golpeó duro, como en todas las áreas metropolitanas, y el Gobierno autonómico catalán, que en ese momento era independentista, despreció hospitales de campaña que habían montado el Ejército y la Guardia Civil... Esa decisión de anteponer tu inquina hacia alguien, antes que las necesidades de los ciudadanos para los que gobiernas, sorprende un poco. No quiero abrumar con muchos ejemplos, pero diré que la Justicia ha condenado al Gobierno catalán por vacunar tarde a los guardias civiles y a los policías. ¿Qué hay que tener en el corazón y en la cabeza para marginar a una gente que está corriendo riesgos, porque esa gente no es de los tuyos?

La pandemia es un hueso duro de roer para un narrador, porque mucha gente no quiere recordarla”

P.–La pandemia agudizó un sentimiento de soledad en todos, y Bevilacqua y Chamorro no son una excepción...

R.–En ese trance descubren que en cierto modo son convivientes. No en sentido estricto porque no comparten domicilio, pero se pasan todo el día juntos. Bevilacqua va a cumplir una edad, y por una serie de circunstancias comprende que todos dependemos de la gente que tenemos alrededor. Chamorro no es su pareja sentimental, pero sí su compañera profesional, y siente que le ha aportado mucho. Que los personajes llegaran a tener conciencia de la compañía que se hacen, para mí, era una de las bazas de esta novela. La pandemia es un hueso duro de roer desde el punto de vista narrativo, porque mucha gente no quiere recordarla. Yo la afronté sin esquivar la parte amarga, pero quería demostrar también que sirvió para que reconectáramos con capas profundas de nuestra humanidad que tal vez teníamos un poco olvidadas.

P.–Uno de los asuntos que trata el libro es la reinserción. Se habla de España como un país de segundas oportunidades, pero también del estigma que acompaña a los presidiarios cuando salen...

R.–Yo creo que las dos cosas son ciertas, y que es interesante levantar acta de esas dos realidades contradictorias. Por un lado, estamos en un país con un Código Penal generoso. España no mata a nadie por cometer crímenes;si te condenan no te mandan a ningún lugar inhumano o degradante. La ley española está orientada a la reinserción, y además hay medios , no es una declaración retórica, el presupuesto de instituciones penitenciarias dedica millones de euros a educadores, orientadores, todo tipo de recursos para que una persona que se ha equivocado y ha hecho daño con sus actuaciones a los demás aprenda a vivir de otra manera. Pero al mismo tiempo, esa persona sufrirá los prejuicios de la sociedad. Una vez escribí un reportaje sobre un delincuente con una historia muy interesante, y me cabreé con el redactor jefe porque me cambiaron el titular por Carne de presidio. Fue la única vez que escribí al periódico para protestar, y me publicaron la carta. Hay hombres que lamentablemente con su camino acreditan que son irrecuperables, pero una sociedad civilizada tiene el deber, sin banalizar el crimen y sin dejar de dar una respuesta contundente, de ofrecer una oportunidad al delincuente.

Muchos jóvenes prefieren leer a descerebrados antes que adentrarse en el ‘Quijote’. Es un fracaso”

P.–Uno de los personajes, una profesora, asegura que el Quijote la salvó, y lamenta que no hayamos sabido compartir ese tesoro con los jóvenes.

R.–Siento no haberlo hecho con mis hijos mayores por falta de tiempo, pero leí el Quijote con mi hija pequeña, que ahora tiene 12 años. Yo lo había leído otras veces, pero nunca había llegado tan profundo como esta vez, teniendo que detenerme en las palabras, explicándole a mi hija lo que sucedía. Cuando yo era joven tenía que comprarme el Quijote en papel, que no era muy caro, pero ahora los jóvenes acceden gratis al libro en su móvil, en internet, en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. ¿Y qué leen, sin embargo? Idioteces escritas por descerebrados, desalmados, delincuentes, locos. Y en algunos casos pagan incluso. Qué fracaso, ¿no? Pero la culpa es nuestra, de los mayores, algo hemos hecho mal.

P.–En la banda sonora de Las fuerzas contrarias, entre las canciones que remueven a Bevilacqua está Abre la puerta, de Triana.

R.–A mí me gustaba muchísimo Triana, supe de ellos por unos primos mayores y me recuerdo con 14 o 15 años oyéndolos en bucle. Voy a hacer una afirmación de señor mayor, pero yo ahora pongo la radio y encuentro una distancia sideral entre lo que se hacía entonces y los temas que escuchan los adolescentes de hoy. A mí me gusta meter referencias en las novelas de Bevilacqua porque creo que esas canciones despiertan una emoción profunda, y, la verdad, no entiendo que alguien se conmueva con lo que suena hoy: la música es primaria y las letras son ramplonas... [Lo dice con una sonrisa de resignación] O tal vez yo estoy inhabilitado, por mis muchos años, para juzgar.

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