La extraña pareja

Un matrimonio epistolar | Crítica

Elba publica el ensayo de Caterina Cardona donde se analiza la singular correspondencia entre Giuseppe Tomasi di Lampedusa y su mujer la baronesa Alessandra Wolff von Stomersee

Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957).
Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957).

La ficha

Un matrimonio epistolar. Caterina Cardona. Traducción de José Ramón Monreal. Epílogo de Giorgio Manganelli. Elba. Barcelona, 2025. 168 páginas. 21 euros

Una única novela, tres relatos, las breves anotaciones reunidas en sus Recuerdos de infancia y las Lecciones sobre Stendhal, entre otras referidas a los autores franceses o ingleses sobre los que disertaba ante un reducido grupo de jóvenes discípulos, conforman la escasa obra completa de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, universalmente conocida tras el insospechado éxito de El Gatopardo (1958). El tardío autor palermitano había empezado a escribir poco antes de morir a los sesenta años tras una vida consagrada a la lectura y la bibliofilia, las dos grandes pasiones de un hombre indolente y felizmente instalado en las rutinas de su señorío venido a menos. Como señalaba David Gilmour en su valiosa biografía de Lampedusa, El último Gatopardo (Siruela), no deja de ser sorprendente, aunque comprensible por el clima de ortodoxia que había impuesto la intelligentsia italiana de posguerra, el escaso entusiasmo crítico con el que fue inicialmente acogida –con la notable excepción de Eugenio Montale– la publicación póstuma de su novela, rechazada por Einaudi y Mondadori antes de que Giorgio Bassani lograra incorporarla al catálogo de Feltrinelli. Entre el público, sin embargo, luego reforzado por la también espléndida versión cinematográfica de Visconti, el reconocimiento fue inmediato y ha llevado a sus incondicionales –Aragon o Forster lo fueron desde el principio– a devorar todo lo que tenga que ver con la figura de un autor tan parco como fascinante, aunque no llevara ni mucho menos una vida aventurera.

Si el escritor palermitano fue un gran personaje, su mujer, llamada Licy, no le iba a la zaga

El indirecto reflejo que proyectó en la novela –el protagonista don Fabrizio no es un autorretrato y en ciertos aspectos se aleja mucho, pero comparte rasgos y juicios con su creador– ha estimulado el interés que despierta cualquier pista relacionada con Lampedusa y en este sentido el libro de Caterina Cardona, Un matrimonio epistolar, publicado por Elba en traducción de José Ramón Monreal, en un volumen que incluye a modo de epílogo la reseña que Giorgio Manganelli dedicó a la primera edición original de 1987, aporta datos interesantes sobre la peculiar relación que lo unió a su esposa. Si el XI príncipe de Lampedusa y XII duque de Palma di Montechiaro fue un gran personaje, su mujer, la baronesa Alessandra Wolff von Stomersee, llamada Licy, de nacionalidad letona y origen germánico, no le iba a la zaga e incluso puede que lo superara en extravagancia. Se habían conocido en Londres, en 1925, cuando ella aún estaba unida a su primer marido, y se casaron por sorpresa siete años después. Poco antes había empezado una correspondencia, formada por cerca de doscientas cartas escritas en francés, que abarca más de dos décadas. Admiradora de Freud y psicoanalista de profesión, la aristócrata tenía un mundo propio y profundamente religado a sus raíces. Dado el apego de ambos a las respectivas casas solariegas, de las que no podían vivir separados por mucho tiempo, la suya fue durante esos años una relación en buena medida a distancia, basada menos en la atracción física que en la complicidad intelectual. Muy unido a su madre, que previsiblemente no había visto con buenos ojos el matrimonio, Giuseppe no se planteaba dejar el Palazzo Lampedusa, en gran parte arrendado, hasta que quedó casi destruido por los bombardeos aliados. Y Licy, que al contrario que su marido tenía un carácter fuerte y más bien autoritario, tampoco se mostraba dispuesta a abandonar su castillo de Stomersee, cerca de Riga. De hecho no lo hizo hasta que no tuvo más remedio, cuando se vio obligada por la segunda ocupación soviética de las naciones bálticas.

La reconstrucción de Cardona no carece, como apuntó Manganelli, de gracia maliciosa

La bien urdida reconstrucción de Cardona bebe directamente de esa correspondencia para trazar un retrato conjunto que no carece, como apuntó Manganelli, de gracia maliciosa, lo que parece inevitable si atendemos a la personalidad de los cónyuges –el noble siciliano, “culto, negligente, sentimental, goloso, políglota y aficionado a los perros”, y la distinguida dama, “una especie de reina boreal” que rebaja a su marido a la condición de secundario– y al propio contenido de las cartas, caracterizadas por una “afectuosa inanidad” que constituye su mayor encanto. Es el fondo banal del epistolario, pródigo en informes triviales, lo que le da sustancia a una evocación en la que aparecen pocas expresiones no convencionales de cariño, aunque sin duda los esposos se querían a su modo. No es todavía el escritor, pues aún no se había aplicado a serlo, quien comparece en un itinerario que sin embargo, hacia el final, revela algo de su prehistoria. Fue por un creciente sentimiento de melancolía, derivado de la pérdida del patrimonio de la familia y de la sensación de una vida malgastada, por lo que Lampedusa se consagró a la tarea para encontrar lo que Gilmour llama el “consuelo de la literatura”. Como último descendiente de su linaje, un verdadero fin de raza, estaba acaso predestinado y lograría al cabo que su nombre, el de la pequeña y antigua isla mediterránea, se vinculara para siempre al ocaso de la vieja nobleza.

Giuseppe y Licy en los jardines del castillo de Stomersee.
Giuseppe y Licy en los jardines del castillo de Stomersee.

Un Pickwick deslenguado

En la bienhumorada semblanza que dedicó a Lampedusa, recogida en sus estupendas Vidas escritas (1992), ya se refería Javier Marías a esta correspondencia que seguramente conoció a través de la biografía de Gilmour, por entonces aún inédita entre nosotros. Gracias a Acantilado, hemos podido leer después, hace sólo unos años, la otra gran muestra de la escritura epistolar del príncipe, a través de unas cartas –editadas por Gioacchino Lanza Tomasi y Salvatore Silvano Nigro con el título de Viaggio in Europa– que documentan la época poco conocida (1925-1930) en la que el futuro escritor pasaba estancias periódicas en Inglaterra, sobre todo, aprovechando que su tío ocupaba la embajada en Londres, pero también en Francia, Austria o Alemania. El grueso de ese epistolario lo forman las impagables misivas dirigidas a sus primos los Piccolo –el pintor Casimiro y el poeta, músico y medio astrónomo Lucio, excéntricos habitantes de la villa mágica de Capo d’Orlando, en la costa norte de Sicilia– con los que Lampedusa mantuvo una relación ya entonces muy estrecha, sustentada en confabulaciones, confidencias y bromas privadas. En sus reportes el Monstruo, como se califica a sí mismo, comparte con sus íntimos parientes impresiones de viaje, notas eruditas, bocetos, chismorreos o chistes escatológicos, en un tono que oscila entre la elegante frivolidad y la sátira descarada: el bien conocido turista de Stendhal, como apuntaba Silvano, pasado por el humor de un Chesterton o un Mister Pickwick –la novela de Dickens era uno de sus libros predilectos– especialmente deslenguado.

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