Historias del fandango
No apreció las aportaciones huelvanas
Historias del fandango
POR los años veinte, era un hombre de treinta y tantos años, gran aficionado que frecuentó los ambientes flamencos que conoció bien en muchas ciudades: Málaga, Madrid, Cádiz, Sevilla, Jerez, Algeciras, Córdoba, Badajoz… No hubo feria en la que no estuviera (“siempre metido en ferias… yo era un feriante, casi por obligación como hijo de ganadero, y un juerguista consciente…”).
Es imposible que no estuviera al tanto de la evolución y de la consolidación de este cante. Además, hubo de revisar las siguientes ediciones de su libro De cante grande y cante chico, en 1935 y 1942, y hacerse eco de las novedades registradas en su época. Pero, desde una experiencia lejana, dio por sentado que el fandango se movía entre las veleidades de unos y el desconocimiento de la mayoría.
Cuando escribió esta obra, se habían celebrado ya los Concursos de Cante Jondo de Huelva de 1923 y 1924, en los que el fandango compitió con el resto de los cantes erigiéndose en el palo que cambiaría el paradigma del flamenco. Parece que no se aproximó a la variada e ingente obra por fandangos que se grabó en la década de los años 20 por parte de figuras tan relevantes como su paisano el Cojo de Málaga (que al tiempo que escribía el libro grabó una de sus letras al estilo de Pérez de Guzmán (Con cuatro jacas castañas, en 1925); la Niña de los Peines, Pepe Marchena, Vallejo, Centeno, Cepero, Tomás Pavón, Manuel Torre, José Rebollo, Isidro, Rengel…
Con el poema de El Piyayo, De Luna cometió un error, confundiendo al gitano Rafael Flores, El Piyayo (1864-1940) [1], con otro personaje popular malagueño llamado José Garvín, alias El Rabúo. Él no llegó conocer en persona a ninguno de los dos, escribió de oídas y confundió a los personajes. Ni en el físico ni en las circunstancias familiares coincidieron en nada El Rabúo y El Piyayo. Rafael no fue un borrachín ni vivió en el Altozano malagueño ni pedía limosna por las calles, como lo define el poema; fue un cantaor profesional al que no gustaron nada las licencias poéticas que De Luna se inventó, creando un personaje irreal. Pero lo cierto es que con la base de ese poema se construyó el argumento de la película que dirigió Luis Lucia en 1956 y así de falso quedó retratado para la posteridad.
Se interesó por el cante gitano y conoció bastante a esta etnia. Decía de ellos que “se adaptan a la parte material que les es más cercana de la religión; aman lo que la católica tiene de tragedia, de sufrimiento, de cosa torturante; … Les caracterizan el indiferentismo y el pavor a la muerte: el gitano tiene horror a la caja, a la lividez, a los cirios encendidos, al nicho frío, a la triste soledad sin descanso… Es al Cristo desmelenado, lleno de sangre y cargado con la cruz al que veneran…, a la Virgen de las Angustias con los siete puñales… necesitan el oscurantismo, la visión atormentada de la vida…”. Dos libros escribió dedicados a ellos: El Cristo de los gitanos y Los gitanos de la Bética.
Asociaba la palabra “flamenco” a la manera despectiva de llamar a los gitanos, compartiendo la interrogante formulada por Blas Infante sobre su uso: ¿cómo es que se les llamó “flamencos” asociándolos a los belgas que vinieron con el rey Carlos I y esa palabra permaneció después tres siglos silenciada, hasta que a mediados del siglo XIX se les volvió a aplicar a los gitanos cantaores? [2].
En su libro de letras flamencas Cante hondo (1912), Manuel Machado [3] titula un epígrafe Elogio de la solear, empleando esta palabra –solear– en vez de “soleá”, para justificar el plural “soleares”. Por esto, De Luna publicó en 1938, una carta abierta en la que le llamó “goloso del cante hondo”, recordándole que “usted vivió la Andalucía de los Madriles, tan pintoresca que en ella eran voceros representativos más manchegos y riojanos que gaditanos o cordobeses”, para preguntarle seguidamente si se acordaba de los ambientes andaluces, poniendo en irónica duda sus conocimientos del flamenco.
“Usted tal vez diga que no pueden ampararse seriamente los trucos filológicos de esta tierra, que se come lo que le viene en gana o acomoda a la sal de su cháchara; pero piense en que son marcas de fábrica, que así las registró el tiempo y las inscribió en el folclor y no hay autoridad que las conmueva… La soleá es y será siempre la soleá, y el plural –el cante– lo hizo por soleares, porque si entonces se le ocurre a un artista anunciar un cante por soledades, le tiran un ladrillo a la cabeza que le juntan los tufos por los reveses. Ahora, ya lo sabe usted, ahora que los divos meten por fandanguillos hasta los artículos de la ley hipotecaria, bien pueden cantar por soledades o hipar una solear para hacer boca”.
Lo que sí hizo siempre José Carlos de Luna fue defender la dignidad de lo andaluz y del arte flamenco, como en una ocasión, en 1946, en la que circuló la “ocurrencia” de organizar un “campeonato de cante flamenco” [4].
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