Entre la pérdida y el paso del tiempo
Poesía
Juan Cobos Wilkins vuelve a la colección Vandalia con su poemario 'El mundo se derrumba y tú escribes poemas, en el que la desolación y la orfandad marcan sus versos de los últimos cinco años
Madrid/Como una visión. A través de la ventanilla del tren que lleva al poeta. Una gran torre rompe el cielo y araña las nubes como en un mundo de ensoñación. El mismo al que transporta ese cuadro enigmático de Faustino Rodríguez con esa construcción de tonos rojizos y brillos dorados que desafía al tiempo desde las alturas. Es esa imagen reveladora en la portada de un libro, testigo de dos mundos que se vienen abajo mientras Juan Cobos Wilkins vuelve a escribir poemas.
El poeta onubense se encontró ese guiño en el camino a su encuentro con el público en Madrid, donde ayer se desprendió con pena de la obra que le ha acompañado en los últimos cinco años. Cuenta que en este tiempo muchas cosas le han marcado. Las más lejanas y las más próximas. "Un tiempo lacerante para mí", asegura, en el que ha sentido desamparo y mucha desazón, orfandad, desolación y asedio aunque sin rendición. Y lo ha reflejado en un poemario de título elocuente: El mundo se derrumba y tú escribes poemas.
El libro, editado por Fundación José Manuel Lara, es el regreso de Cobos Wilkins (Riotinto, 1957) a la prestigiosa colección Vandalia, en la que ya se estrenó con su celebrada Biografía impura. Cuenta su editor, Ignacio Garmendia, que esta obra es una suerte de continuidad biográfica "pero hecha desde la desposesión más absoluta", "llena de melancolía, que no implica desistimiento". Y enlaza con aquellos versos a través de ese "funambulista que pierde el equilibrio entre la pasión y la armonía", que rescata en el poema que abre y titula el libro. Toda una declaración de intenciones del autor, sumergiéndose en su creación más oscura, herido por la pérdida y el paso del tiempo.
Confiesa Juan Cobos que el propio título fue la génesis de la creación. Más que unas palabras que llaman la atención del lector, es "la esencia" de la obra. "Ha sido el molde de mis poemas. Fue muy clarificador cuando lo vi", apunta, aportando más luz: de asistir a "un mundo que creíamos habitado y habitable" pasó a ver cómo "se caían estructuras en las que nos sentíamos ingenuamente firmes y nos quedábamos flotando en un vacío".
Y ese desmoronamiento social y económico -que "no esperaba que iba a ser un espejo tan ajustado a la realidad conforme pasaron los años"- se unió en paralelo al personal. Las nuevas ausencias muestran "la vida ya en despiece", en la que "una monstruosa excavadora viva" avanza "extrayendo de ti cuanto te hizo ser y recordarte", mientras surge una mirada al espejo en el que "apenas ya te reconoces", en el que irrumpe "ese ajeno de ahora".
En ese derrumbe global hay voz también para los desfavorecidos, para la injusticia que la otra parte del mundo contempla impasible. Es el recuerdo de la pequeña Omaira, que aspiraba a salir "triunfante" del lodo, de la que aún sus "grandes ojos abiertos, brunos ojos abiertos, nos miran fijos, siempre". Como entonces, las cámaras, "igual que una cobra de cuello desplegado, hipnótica", graban, y el mundo no se detiene.
Pero también, advierte Juan Cobos, hay otros poemas "no llevados por la devastación". Son los que beben del amor, con su dignidad, salvando todos los escollos. De la niñez y los recuerdos del sol de invierno, de "aquellas noches en las que te ponías el pijama recién planchado tras un baño caliente", o de aquel poema alemán, recitado en la radio por un joven José Luis Gómez, que le acercó la nieve (schnee) para que hoy resista "tan pura, sin macularse con las sucias pisadas del asedio".
"No creía que iban a entrar esos poemas. Ni los del amor. Pero estaban ahí", confiesa. Porque "igual que hay un mundo derruyéndose, hay otro construyéndose. Porque hay otras cosas que reconfortan", explica con un halo de esperanza.
"Son los poemas los que hablan", recuerda el poeta onubense. "Un libro de poemas se explica en sí mismo" y para ello lo cede al público. Primero, ayer, en la librería Rafael Alberti de Madrid, con preludio matinal para la prensa en plena calle Hortaleza, con extraordinario poder de convocatoria en estos tiempos que, dicen, no son buenos para la lírica.
Aún habrá oportunidad de escuchar los versos de su boca, en Sevilla y en Huelva, en febrero próximo, más tarde en Málaga, cuando deje el libro en manos de sus lectores andaluces. Lo hará en casa acompañado por la música de Planeta Jondo, poniendo ritmo de flamenco, jazz y bolero al hiriente existir de ese niño que soñaba con ser gusano de seda, de esa "sombra que vaga como un hijo por la casa vacía".
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