El próspero abrazo del arte

Martirio, Raúl Rodríguez y Juan Cobos Wilkins celebran junto a Buly la ventura del talento en el encuentro ‘Cuadros que cantan y tocan’

Elena Llompart

31 de marzo 2019 - 06:00

Lo de ayer fue lujo ibérico. De ese que aúna regusto y placer. El que remueve las emociones desde la verdad, el riesgo, la coherencia y la fidelidad a uno mismo para proyectarlas a los demás en una celebrada ceremonia de arte.

Porque el insólito y pasional cosmos de Martirio, la abierta y profunda galaxia musical de Raúl Rodríguez y el luminoso firmamento poético de Juan Cobos Wilkins se fundieron en un vivo abrazo en el que arroparon a Aurelio Díaz Trillo, Buly.

Y es que los amigos del artista plástico, que hasta el 20 de abril exhibe en la sala de exposiciones de la Diputación la muestra Interiores, protagonizaron el encuentro Cuadros que cantan y tocan, en el que compartieron con el público y con el propio pintor onubense –al que les une un amor forjado con los años y una admiración recíproca– canciones y versos.

Rodeado por algunas de las obras del artista (bodegones de colores vívidos con sugerentes perspectivas, la serie dedicada a Fernando Pessoa y sus heterónimos o la escultura de una ‘ñ’ que, según el artista, “reivindica el humor en los tiempos que corren”) Cobos Wilkins recitó Carnalidad, un poema incluido en el catálogo de la exposición y en el que el escritor se adentra en “la obra y el hombre, que son inseparables e indivisibles”.

Y es que el poeta, tal y como explicó, quiso ser más ambicioso al trascender la propia exposición para ofrecer una mirada más amplia sobre la obra de un artista que bien conoce y disfruta. No en vano, recordó que Buly creó una de las mejores portadas de la revista Con Dados de Niebla, dirigida por el escritor.

Antes de ponerse las gafas para presentar a Martirio y a Raúl, Rodríguez, Cobos Wilkins ofreció los últimos versos de un poema que alumbró la sala: “... la sangre de los besos que tiñe aún más roja la sandía y el corazón del mundo compartido. Porque no es menos luz, la luz de una bombilla solitaria”.

Tras interpretar el bolero de Álvaro Carrillo Luz de luna, Martirio festejó la amistad de su “hermano del alma”. “Cincuenta años nos contemplan, querido Buly, en los mismos soportales donde nunca me sacabas a bailar”, le dijo. Interpretó, acompañada por su hijo, María, la portuguesa; le dedicó Volver a Cobos Wilkins, “un amigo imprescindible en mi vida personal y artística”; y ofreció una versión de Soy lo prohibido para compartir con Buly el entusiasmo por Roberto Cantoral.

No faltó su particular versión en inglés de La bien pagá. Pero antes, brindó a su familia el tema Mi Huelva, con el que dejó claro de nuevo, que sólo quiere volverse niña, salir corriendo del colegio al quiosco del Barrio Obrero a por un polo de nieve, así como estar con su madre en su casa o pasear por la playa.

De este modo, Cuadros que cantan y tocan se convirtió en una invitación excepcional para disfrutar de las creaciones de Buly, cuya obra, en palabras de Martirio, “tiene voz y toques propios, y sintetiza la fuerza y la expresión con una gracia y falta de modismos y modernismos al uso que hacen inconfundible su mano personalísima”. Irreverencia de la auténtica.

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