Aquellas tardes en San Sebastián 37

arte

La Fundación Caja Rural del Sur expone desde ayer 'El mito de las sombras' a través de los cuadros de Faustino Rodríguez

Luces del ocaso para reflejar puro y eterno existencialismo

Aquellas tardes en San Sebastián 37
Aquellas tardes en San Sebastián 37
Javier Ronchel

31 de octubre 2017 - 02:08

Huelva/Diez años se ha llevado Faustino Rodríguez preparando la exposición que ayer abrió sus puertas en la Fundación Caja Rural del Sur. Es parte de su obra más reciente, la que ha realizado desde su recordada Galería de sueños, que pasó en 2007 por el Museo de Huelva. Ahora lleva al público su producción más reciente, aunque realmente exhibe toda su vida. Es El mito de las sombras, con óleos de muy reconocible y personalísimo estilo, en esa búsqueda suya, constante, de respuestas a los grandes misterios, que le ha acompañado casi desde que tiene uso de razón. Esa formulación, onírica en sus cuadros, está iluminada por sus recuerdos de niñez, resguardados en la intimidad de esa luz anaranjada, mágica en su hogar familiar, en la calle San Sebastián.

La pintura de Faustino Rodríguez (Huelva, 1957) es esencia pura de su persona. Su amigo Juan Cobos Wilkins dice de él que hace poesía con su pintura. Cabría ampliar esa visión del escritor y apuntar que también tras esos colores y esa arquitectura geométrica hay mucho de filosofía. Él añade que quizá le deba parte también a la ciencia, esencia vital siempre.

Las referencias son variadas, aunque todas ellas orbitan ante la eterna pregunta existencial que le remonta a esa casa familiar y la caída de la tarde, su momento del día, el que le cobija y le protege, como ya mostró hace diez años en el Museo, en ese Dominio de la tarde sobre la calle San Sebastián 37, de título tan revelador como la propia génesis de su obra.

Son aquellos recuerdos, reconoce, "no de congoja ni de tristeza destructiva ni desazón, son la saudade, que dicen los portugueses". Realmente esos ocasos de la infancia son más el regocijo de un tiempo y una felicidad pasadas.

Toda esa obra que ahora expone en la sala de Mora Claros es evocación continua. Es mundo propio del pintor y también una invitación a abrir la mente, sumergirse en escenarios remotos, tan asentados en la mitología clásica como en lo más terrenal, en su significado más rojizo y mineral, que se hace corpóreo en texturas excepcionales sobre el óleo y en el brillo cómplice del pan de oro, aliado con la luz de la tarde, sustrato del paisaje onírico al que se llega por esas pasarelas de La torre del poeta o de La morada de los ángeles caídos.

Si hay un elemento que trascienda la luz es el tiempo. No el que refleja su efecto en él, sino en las cosas, en el mundo. En el todo. El misterio del tiempo entre la luz proyectada, las sombras y esas líneas geométricas que se fugan en el infinito. Como cuestionaba Sagan en aquellos libros que van y vuelven a su mesilla de noche. Todo se reduce a la reflexión de "ser polvo de estrellas, carbono, como materia inerte que tiene conciencia de sí mismo". Pero es más que eso. Las eternas preguntas que acompañarán al hombre siempre.

Todo en la obra de Faustino Rodríguez es Faustino Rodríguez. Se desnuda como hizo hace poco posando para el fotógrafo Adolfo Morales, convencido de que "el artista no debe tener pudor". Y lo dice otro grande de la pintura onubense, Juan Manuel Seisdedos, en su texto para introducir al público en la exposición: "En las artes plásticas, una obra sincera es aquella que cuenta cosas del artista; que ayuda a conocerle. No siempre una obra sincera es a la vez buena. Ni una obra buena tiene porqué ser sincera. Aunque en el caso de mi amigo Faustino Rodríguez se aúnan la sinceridad y la bondad creativa". También la personal.

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