Vicente Todolí y el tiempo de los árboles
Libros
El ex director de museos como el Serralves o la Tate Modern describe en ‘Quisiera crear un jardín (y verlo crecer)’ el huerto de cítricos que ha montado con variedades de todo el mundo
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En el prólogo de Quisiera crear un jardín (y verlo crecer), el libro que Vicente Todolí ha publicado en Espasa, el especialista recuerda que el poeta Francisco Brines lo comparaba con Hermes, “mensajero de los dioses que con sus sandalias aladas solo tocaba tierra para tomar impulso”. La referencia al hijo de Zeus tenía un motivo: en su gestión al frente del Museu Serralves de Oporto (1996-2002) y la Tate Modern de Londres (2003-2010), era habitual que Todolí volviese a sus raíces, a Palmera, en Valencia, su localidad natal, donde los naranjos que cuidaba su familia le otorgaban la certeza de tener un lugar en el mundo. En esta tierra, el historiador del arte levantaría después su particular y emocionante obra maestra, un huerto con cerca de quinientas variedades de cítricos de todo el mundo, un vergel en el que este soñador que asocia las ciudades al trabajo e identifica en la sombra de los árboles el paraíso cuida pummelos, kumquats, clementinas, cidras y sanguinas.
Todolí siempre encontró en la naturaleza “un refugio contra los estragos del mundo. Cuando estaba en el IVAM[el Instituto Valenciano de Arte Moderno, en el que trabajó desde 1985 a 1995] me escapaba al Botánico. En Serralves teníamos un jardín enorme y yo decía: Voy a pensar, no me pongáis citas. En esos paseos venían las ideas. Y en Londres la inspiración me llegaba en St James’ Park. Pero plantar un jardín tuyo es otra cosa: una forma de luchar contra la mortalidad, algo que trasciende en el tiempo”, asegura el autor en uno de los bancales de Todolí Citrus, un proyecto que concibe como “una especie de legado” y por el que asegura que “los árboles serán mi descendencia”.
El experto, que continúa vinculado al arte a través del museo Pirelli HangarBicocca de Milán y el asesoramiento de varias colecciones y entidades, regresó a las labores del campo –empezó en la producción de aceite– y la preservación del paisaje como una respuesta a la “depredación urbanística” que transformaba Valencia. “Habría que analizar si todo progreso no lleva a la destrucción”, reflexiona en el libro, donde asegura que “cuando hay dinero, cuando hay codicia, es muy difícil salvar nada”.
Todolí admira el respeto con el que Japón se preocupa por sus cítricos y promueve variedades en peligro para que no desaparezcan, mientras que “aquí, en cambio, hay desidia, desprecio e ignorancia”. En España, lamenta, los frutales sólo parecen interesar para la explotación comercial. “Odio cuando en el informativo alguien protesta porque ese año no se han pagado bien las naranjas, y se ve al hombre cogiendo una motosierra y empezando a cortar los naranjos”, señala Todolí. En sus terrenos “hacemos una poda mínima a los árboles, dejamos que se expresen, dialogamos con ellos en todo su esplendor. Cada árbol es distinto, como los artistas: los que trascienden son únicos, tú no le dices a un pintor: Oye, hazme esto pero con menos rojo”.
El experto detecta un “nuevo populismo que solo se interesa por las cifras en los museos”
Todolí ha extraído de sus cítricos lecciones para la vida, ha tenido revelaciones “sobre los tiempos interiores”, dice, en la contemplación de su huerto. “Cuando plantaba los árboles, era un misterio. A lo mejor plantaba varios pinos, algunos más grandes que otros, y con el tiempo el pequeño superaba al grande. Resulta curioso, pero el pequeño se adapta mejor por su menor tamaño, tiene más tiempo para hacerlo, mientras que al grande le cuesta más porque ya está formado. Es una metáfora”.
En Quisiera crear un jardín (y verlo crecer), Todolí también relata su experiencia en la escena artística, desde aquella epifanía que vivió en la Bienal de Venecia siendo un jovencito y una sala con obras de Picasso, Miró y Duchamp le regaló de improviso su vocación: quería montar exposiciones. “La idea del curator no existía en España. Pero lo tuve clarísimo: Sea lo que sea esto, es lo que quiero hacer”. Entre otros episodios, el autor evoca su paso por Yale, donde tuvo de profesor a Umberto Eco, quien enseñaba “lecturas alternativas, más profundas” que no estaban reñidas con “un gran sentido del humor”, como revela que apareciera vestido de Superman en una fiesta de disfraces de Halloween.
Todolí se remonta a la creación del IVAM, donde procuró “dar un enfoque internacional a la colección”, porque “nacionalismo y arte no casan bien”, y una etapa en la que acabó sufriendo injerencias políticas cuando el museo se convirtió en “moneda de intercambio electoral”. “No sé por qué los museos atraen a los políticos, porque votos no dan. Estoy convencido de ello, porque cuando nos referimos a la gente que acude a los museos, hablamos de una minoría”, considera.
También rememora sus años en la Tate Modern con distancia y escepticismo: “Los ingleses adoran las reuniones. Yo, en general, no las soporto. (...) Utilizábamos el mismo lenguaje que los directivos de la City, nuestros vecinos de enfrente, cruzando el río. (...) La palabra arte no aparecía por ningún lado, y eso me parecía extremadamente peligroso”, cuenta. Aquello fue el preámbulo de ciertas dinámicas que detecta ahora, un “nuevo populismo que solo se preocupa por las cifras, cuando lo que te enseñan el arte o la literatura de calidad es que los visionarios siempre generan rechazo al principio”, escribe en su libro.
“No se puede calificar a una exposición de éxito por los números”, declara en persona, en la charla que mantuvo con este periódico en Palmera. “Es como si un hospital dijera que va a investigar únicamente la gripe porque es lo que tiene más gente y se despreocupa de otras enfermedades. La misión de los museos es servir al arte, no servirse del arte”, concluye con esa intuición certera que ha guiado su trayectoria. Todolí, que creció fascinado por las aventuras que narraban Homero y Julio Verne, se describe a sí mismo como “un lector. Leo situaciones. Pero no solo en el arte. En la vida”, afirma un profesional que ha sabido, en las exposiciones pero también en la tierra cultivada, “leer donde otros no ven”.
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