La vida de los objetos

Cerca de cumplir sus primeros quince años, el Museo de la Inocencia en Estambul, ideado por el escritor Orhan Pamuk, consolida un nuevo concepto museístico

Una visitante contempla uno de los expositores del Museo de la Inocencia.
Una visitante contempla uno de los expositores del Museo de la Inocencia. / D. S.

En pocos meses el peculiar Museo de la Inocencia, concebido por el Nobel turco Orhan Pamuk, cumplirá quince años desde su apertura en Çukurcuma, un viejo barrio de anticuarios y chamarilerías de Estambul. Si antaño se caía a trozos, hoy por hoy, para disgusto de los gruñones, muestra su lado cool según las empobrecedoras tendencias.

Si el tiempo adquiere su cualidad como objeto, es aquí donde halla su espacio, en un museo donde una novela y toda una época sentimental se exponen en pequeñas unidades físicas. Inaugurado en 2012, en 2014 fue elegido Museo Europeo del Año, a lo que sin duda contribuyó su concepto dentro y fuera del propio espacio, su ubicación y sus coquetas hechuras (tres plantas con sótano bajo un exterior rojizo). Esquinero y modesto, aún así llama la atención desde fuera, con el efecto llamada de un cartelón alusivo y de una bandera del Fenerbahçe, que ondea en un edificio próximo (el club de fútbol del que es hincha el propio Pamuk).

Visitar el museo es casi una cita obligada. El visitante se adentra en ese Estambul literario, prácticamente extinto, que se refleja en los innúmeros objetos que se citan con obsesiva compulsión en El Museo de la Inocencia, la novela homónima del escritor turco. Todos y cada uno de los objetos contienen un fragmento de esa gran historia de amor –648 páginas– que protagonizan el pudiente Kemal Basmaci y la joven Füsun Keskin, su pariente lejana, de clase social inferior, y que sueña en vano con convertirse en actriz de cine.

Si primero es el museo y luego la novela (o al revés), el visitante no tiene por qué haber leído la novela para disfrutar de semejante colectánea sobre el Estambul del ayer. Sus 83 vitrinas con objetos (83 capítulos tiene la novela), van más allá de la mera casquería melancólica por una ciudad que acaso ya no existe.

Una de las vitrinas que forman parte de la colección.
Una de las vitrinas que forman parte de la colección. / D. S.

El Kemal de la ficción no es exactamente un calco del propio Pamuk, criado, como su personaje, en una familia de posibles, secularizada y con usos y costumbres occidentalizados. Pero sí hay similitudes. Al final de la novela, el propio Kemal conocerá al Pamuk real y le sugiere que escriba una novela a partir de su historia de amor y de los objetos que ha ido coleccionando y atesorando en Estambul y en sus viajes a tantos y tantos museos del mundo. Que Pamuk aparezca en sus propias ficciones lo convierte en un Hitchcock literario, igual que el cineasta de profusa papada se marcaba sus cameos en sus propias películas.

Feliz pero tristón a la par, Kemal explica que cada objeto relacionado con Füsun revela como una línea de puntos que traza no la felicidad, sino una idea de la felicidad, para que sea compartida por lectores y visitantes al museo. “¿Acaso no es el objetivo de la novela y el museo narrar con toda sinceridad nuestros recuerdos para convertir nuestra felicidad en la de otros?”

El Museo de la Inocencia traspasa toda idealización por la añoranza (o la acordanza, esa palabra, tan en desuso hoy, y que parece haber tomado su propia cualidad de antigualla). Cada cosa expuesta es como un guiño por dentro y por fuera de los relojes, donde se materializa cierta idea aristotélica sobre el tiempo o esa línea de puntos de la temporalidad, de la que hablaba Bergson, y que recae sobre la conciencia individual. Escribe Kemal-Pamuk que “los recuerdos flotan en nuestras mentes, como objetos que se ciernen en el espacio, desprovistos de gravedad. Algunas veces, algunos de estos objetos se deslizan uno hacia el otro y de repente vuelve a la memoria un momento olvidado. Tan pronto como entendemos que cada objeto de nuestra vida corresponde a un momento preciso, que podemos recodar, también entendemos una verdad muy simple: si la línea que une los momentos crea el tiempo, la que une los objetos crea historias”.

El Museo de la Inocencia es una de las joyas de Estambul.
El Museo de la Inocencia es una de las joyas de Estambul. / D. S.

Esto mismo es El Museo de la Inocencia. No importa saber si es antes una novela y luego una idea de museo o bien un museo mental que dio lugar a una ficción física. Fotos personales, souvenirs, maquetas, vestidos, peines, pasadores y broches de Füsun, carteles de películas, postales, bovinas y dedales, billetes de lotería, botellas de gaseosa, perritos decorativos, potingues de aseo, mapas, vasitos con raki, básculas, ceniceros… La fruslería aparente es otra forma de la felicidad individual, pero que ha de revertir, como decía Kemal, en quienes visiten el museo y lo contemplen con el respeto debido. Y hay de todo, según la experiencia de cada cual. Se ven visitantes, lectores fervorosos de Pamuk y espectadores curiosos (como una mujer policía con velo que lee y observa todo con fruición). Se ven adolescentes y damiselas de Tik Tok, que imitan a Füsun y se hacen fotos con su novela. Y hay, también, mucho turista asiático (la obra de Pamuk es muy leída en Corea del Sur y Japón).

En un panel acristalado se exponen una por una, datadas por fechas, hasta 4.213 colillas de cigarros. Se dice en la novela que Füsun solía fumar un cigarrillo de la marca Samsun cada nueve minutos de media. Cada forma de la colilla, con su dejo de carmín, evoca el sosiego, la ira o la desazón con la que la amada apagaba su cigarro en función del ánimo y los días. Por ejemplo, tres colillas atesoradas por Kemal son la muestra de aquel 17 de mayo de 1981, en el que Füsun supo que no tenía futuro como actriz (de ahí las colillas retorcidas hacia arriba). Como todo en el museo, cada cigarrillo alberga su propia vida. “Amo tanto a los objetos porque la gente los trata como si no tuvieran vida”. Lo decía el poeta checo Jaroslav Seifert.

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