La voz de caramelo
Historias del fandango
Manolo Fregenal fue un artista destacado de la ópera flamenca, que vivió las épocas más intensas del flamenco en el siglo XX
Historias del fandango: Un perro colgao dentro del corazón…
Manuel Infante Martínez, Manolo Fregenal (Fregenal de la Sierra, 1911- Sevilla 1986), pequeño de cuerpo, enjuto y moreno (“El menuíto”, le decían), hijo de campesinos del agro extremeño. De niño escuchaba cantiñear a su padre por fandangos, y de su progenitor y de los discos que oía le vino la afición por el flamenco. Su primera experiencia fue participar en un concurso en Higuera de la Sierra, a cuya feria asistió cuando tenía doce años. Lo escuchó cantar Estrellita Castro, que actuaba allí y le animó para que se fuera a Sevilla y hablara con un representante que le daría trabajo. De manera que el chaval le dijo a sus padres que iba a correr la aventura y se fue andando, carretera adelante durante dos días, los más de 120 kilómetros que le separaban de la capital hispalense (así lo contó él).
En el teatro Pavón de Madrid
En Sevilla consiguió hacerse notar en fiestas y reuniones, y con quince años lo contrataron para actuar en el local de moda, el Teatro Pavón de Madrid. Allí cobraba unos pocos duros diarios, en uno de los más importantes escenarios del flamenco de entonces, en el que Manuel Centeno había ganado la Copa Pavón y Manuel Vallejo la segunda Llave de Oro del cante; el escenario en el que actuaba la gran figura Niña de los Peines. Pero lo cierto es que el chaval llegó a aquel templo del flamenco como un príncipe del cante: la publicidad lo situaba en lo más alto del escalafón, afirmando que era –nada menos– que el sustituto de Juan Breva [1].
El chiquillo causaba expectación cantando por fandangos, a los que imprimía un genuino encanto. Le pusieron de nombre artístico el Niño de la Sierra, y al mes de estar actuando en Madrid lo escuchó Antonio Chacón, que se lo llevó a Valencia. Pero allí duró poco; parece ser que él hacía los cantes del maestro y un día, actuando en la plaza de toros, le dijo: “¿Es que no vas a dejarme cantar mis cantes? Tú dedícate a los fandanguillos y no cantes otras cosas”. No le gustó aquello y decidió regresar a Sevilla con la cuadrilla de un torero que volvía. Aunque lo abandonó pronto, Fregenal siempre reconoció la enorme talla artística del maestro Chacón, que le dejó una huella profunda por su cante y su personalidad.
En Sevilla para siempre
A su vuelta, fijó su puerto base en Sevilla, donde viviría el resto de su vida y le rebautizaron de nuevo como el Niño de Fregenal o Manolo Fregenal. Sevilla era la capital del flamenco; en su ambiente se relacionó con la Niña de los Peines, Pepe Pinto, Pepe Marchena, Vallejo, Manuel Torre, Manolo de Huelva, Niño Ricardo… Aquel ambiente de la Alameda de Hércules… A lo largo de sus sesenta años de carrera, compartió escenario con los más grandes del mundillo flamenco.
Cantaor de la ‘ópera flamenca’
Años 20 y 30 del siglo pasado… Tiempos de cantar para señoritos en reservados, de asistir a fiestas privadas donde rebañar unas pesetas más, muy necesarias para ir tirando. De mostrarse en la Alameda, a ver qué caía. En el Olimpia ganaba 18 pesetas, y cuando salía de troupe ganaban 30. Un buen dinero. “Unos zapatos valían dos duros; un traje a medida costaba 90 pesetas. Cuando me casé, le daba a mi mujer tres pesetas y tenía pa ponerme gloria. ¡Coño, valía un kilo de jamón 4,50”, contaba a Manuel Herrera en una entrevista en la revista Sevilla Flamenca.
Fregenal vivió todas las épocas intensas del flamenco: la de las ventas y los tablaos, la de los teatros, la de aventurarse de gira por los pueblos con un guitarrista, un par de bailaoras y un humorista, muchas veces desplazándose a lomos de burros y mulas. Y la de los tiempos de ópera flamenca, cuando los públicos demandaban un flamenco menos jondo. A dos reales la entrada. En cierta ocasión, reclamaba Pepe Marchena desde un escenario que él sabía cantar por seguiriyas, por soleares, por tonás..., pero que quería cantar lo que le pidiera el público, y el público le pidió “¡Los cuatro muleros, Los cuatro muleros!”. Lecciones como aquella las aprendió muy bien Fregenal; por eso cantaba sobre todo milongas, cantes de Levante, palos livianos... También cantes de compás para acompañar a las bailaoras. Y fandangos, muchos fandangos.
Viviendo en Sevilla se hizo comerciante de chacinas y más tarde empresario de espectáculos flamencos, organizando giras con artistas como la de Antonio y Rosario, cuando todavía eran los Chavalillos Sevillanos, en los años de la Expo de Sevilla de 1929, y más tarde con otros artistas de buen cartel de los años 70 y 80.
Fregenal recorrió toda España y ciudades del norte de África, como Ceuta y Tánger, con compañías de espectáculos flamencos. Él se adaptó a lo que iba saliendo: lo mismo actuó en escenarios de mucho relieve que en montaje portátiles, pero su importancia como cantaor la ganó, sobre todo, en los espectáculos de ópera flamenca de Vedrines y Montserrat.
La magia de sus fandangos
Con su voz cristalina, como certeramente la define Francisco Zambrano en la biografía que escribió de Fregenal, se hizo famoso, sobre todo, por su estilo personal de cantar el fandango, algunos de ellos muy cercanos melódicamente a los de José Cepero, El Carbonerillo, Jesús Perosanz y otros cantaores de los años 20 y 30 del siglo pasado. Sus primeros discos de pizarra fueron siete grabados en Gramófono en 1932, todos de fandangos y una milonga [3].
Le acompañó a la guitarra el cordobés Antonio Moreno, con un toque sencillo, no siempre brillante pero bien ceñido al cante de Fregenal, generando entre ambos el espacio musical más acertado para construir una obra de sentimiento. “Porque tengo sello propio / mi fandango es el mejor./ Donde yo vaya a cantar / que no me tomen por otro, / que soy el de Fregenal”, cantaba Manuel Infantes. Aquella voz melodiosa y delicada, que pedía cercanía para paladear sus melismas… Quizás no tuvieron estos discos, en aquellos tiempos de tantos fandangueros, el éxito que merecían, pero constituyen su obra de referencia más importante.
(Continuará).
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