Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
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Entre el 4D y el 28F, la inoculación escolar del sentimiento regional se basa, entre otros, en tres elementos destacados, la blanca y verde, el himno y el mollete con aceite. Cultura y economía, dónde el último acerca a la siguiente generación a nuestra competitiva industria agroalimentaria, motor de nuestra positiva balanza comercial y, últimamente, bajo la constante zozobra de un mundo que vuelve a girar hacia un mayor proteccionismo.
El éxito de la triada bandera-himno-mollete parte de su fácil asimilación para nuestros niños y niñas. Pero probablemente, como a mí me pasó en su día, no serán pocos los que, al memorizar las estrofas del himno, se pregunten qué quiso decir Blas Infante en los versos “los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos”. Las referencias a tiempos pasados gloriosos son una constante en los himnos regionales más modernos, como el gallego, el valenciano o el extremeño. Pero también las encontramos en el que fue, posiblemente, el himno más influyente al inicio de los tumultuosos años treinta del siglo pasado, cuando Infante compuso el andaluz. Concretamente, el catalán de Els Segadors, que precisamente empieza con el “Cataluña, triunfante, ¡volverá a ser rica y plena!”.
Pero, por desconocimiento, estos matices a mí se me escaparon en la niñez y no podía parar de elucubrar sobre qué tiempo concreto de esplendor tendría en su cabeza Blas Infante, quien, lamentablemente, ya vivió en una Andalucía con una renta per cápita significativamente inferior a la media nacional. ¿Sería el Tartessos bíblico?, ¿el Gádir púnico?, ¿la floreciente Baetica romana?, ¿el Califato de Córdoba?, ¿las prósperas Taifas?, ¿el reino Nazarí de Granada o la época comercial de la Carrera de Indias? De hecho, si la métrica del verso lo hubiera permitido, sería más correcto que hubiera escrito “los andaluces queremos volver a ser lo que siempre fuimos”. Ya que la historia económica nos dice que el sur peninsular generalmente ha disfrutado de mayores niveles de desarrollo relativo que el resto de la misma, hasta comenzar un declive económico relativo, constante e inmisericorde, a mediados del siglo XIX. Sin ánimo de eludir nuestras propias responsabilidades, lo cierto es que, en no pocas ocasiones, esta decadencia ha venido condicionada por nefastas decisiones económicas “singulares” para nuestra tierra, aunque provechosas para otras regiones hermanas, tomadas en la Villa y Corte, y que van desde la antigua política arancelaria hasta el actual modelo de financiación autonómica.
Curiosamente, también en el segundo tercio del XIX, comenzó la decadencia del país que, durante milenios, más tiempo había estado en la cúspide de la riqueza mundial relativa, China. Decadencia que le llevó a entrar en el siglo XX, igual que Andalucía, en una situación de pobreza relativa, pero también absoluta. Andalucía y China nos muestran que no existe el determinismo social y económico a muy largo plazo. Ni para que un territorio se mantenga indefinidamente en la cúspide, pero tampoco nada nos ata para siempre al infradesarrollo, como el empuje chino actual demuestra. Implementar una exitosa política económica regional, que favorezca la convergencia, debe ser y sigue siendo el anhelo del paciente pueblo andaluz, especialmente desde el inicio del periodo autonómico. Al fin y al cabo, gracias a Blas Infante, nos lo enseñan desde la escuela.
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