Balón: activos y pasivos

el poliedro

22 de febrero 2025 - 03:06

Apie de césped, el tipejo gritaba, como si su abuso fuera divertido: “¡Chino!, ¡abre los ojos, estreñido! ¡Cabrón!”. A su alrededor había gente de toda edad; muchas mujeres, y bastantes niños con sus padres, abuelos o tíos. El futbolista visitante calentaba en la banda en la segunda parte. Aquel fino interior japonés se mostraba ajeno al tóxico de turno. Los que asistíamos a su numerito callábamos. “¡Chino, etarra!”, le espetó también, con ese altavoz invasivo con que algunos comparten lo suyo con propios y extraños. Detrás de una portería, los concesionarios de la llamada “grada de animación” entonaban sus cánticos, la mayoría de compromiso y amor, y, ya de paso, uno en el que no caben más insultos del peor gusto dirigidos a la “madre” de los aficionados del eterno rival, quienes allí ni estaban ni se los esperaba. Regüeldos a coro.

Conozco también la belleza y la ilusión tribal, familiar y privada de antes de cada partido y desde hace años. Ese día es verdaderamente democrático, y disculpen el manido adjetivo, dicho aquí como sinónimo de otro manoseado término, transversalidad: en las jornadas de fútbol se concita gente de toda laya; mayores, pequeños y medianos; rojos, fachas o ateos; pobres y ricos, gordos de amplio espectro, por su pie o en sillita, eternos inocentes de la mano de su papá; de todos los pueblos, guiris futboleros, aficionados visitantes sus símbolos de color. Se come y se bebe, y se trabaja en concreto la semilla de girasol, la cerveza, el bocata brusco y el combinado en las rocas, se habla con desconocidos porque llevan tu misma bufanda o justo la del rival de turno. La hostelería del barrio hace unos dineros periódicos sin los que en aquel vecindario pocos bares y cafés habría. Un espectáculo. (Arriba constan pasivos, en este párrafo, activos: la vida es un balance de situación mutante, un match de pros y contras.)

Son las cosas del fútbol, el mejor y el peor de los deportes. El mejor, porque el juego del balón con los pies es difícil de practicar, en una hectárea y once contra once, y eso le otorga una universalidad arrolladora a lo largo y ancho del planeta. Y el peor, porque tal universalidad hace del balompié una pocilga de frustraciones y odios, algo completamente ajeno al deporte, si es que por tal denominamos al recreo físico sujeto a unas normas. El fútbol aglutina a tantos que acoge, entre la emoción de la afición sincera, a las peores expresiones inherentes a las cosas masivas: los complejos, las extremidades políticas y sus odios, la mala leche y la demagogia, el negocio y el medre de los listos a costa del afán gregario de muchos. Ningún deporte ha alcanzado tales cotas de degradación... ni de gloria. Millones de federados, miles de millones de PIF (Producto Interior Futbolero).

Hace unos días, unos criminales en jauría agredieron brutalmente a dos inocentes menores del otro equipo (qué más dan los detalles). Digo inocentes porque, para colmo de ascos, ambas víctimas tenían una minusvalía. En la misma semana, en un partido de fútbol sala femenino, unos padres y madres en la grada decían a chavalillas de once o doce años “marimacho”, “esa tiene pirula”. Las propias hijas de las alimañas jugaban en el conjunto que jugaba contra las criaturas objeto de sus despiadados ataques. No merecen tener descendencia.

El fútbol es el deporte más popular del mundo. Es un artefacto socioeconómico y cultural que reúne a localidades y países. Yo nunca he disfrutado tanto como jugando a la pelota. Imagino la insondable tristeza de los padres que penarán siempre la condena de las fracturas óseas infligidas a sus vulnerables chiquillos, o la huella indeleble que a sus pequeñas causó la crueldad de otros padres, que las llamaban cosas terribles. Paremos esto, para disfrutar del fútbol sin caer en cómplices.

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