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Estamos en verano y la Tierra atraviesa la cola del cometa Swift-Tuttle proporcionándonos el deleite de contemplar el espectáculo de las Perseidas, una lluvia de estrellas que ilumina nuestros cielos nocturnos. Sin embargo, este año, y en los venideros, este fenómeno celestial se verá compartido con otro protagonista: los satélites Starlink, un proyecto que desarrolla desde 2015 la empresa SpaceX, propiedad de Elon Musk. Todo un encuentro cósmico entre lo natural y lo artificial.
Starlink es un proyecto ambicioso que busca proporcionar internet de alta velocidad a todo el planeta a través de una constelación de miles de pequeños satélites en órbita baja. A principios de este año ya estaban 6.000 orbitando. Los satélites se lanzan por lotes, entre 15 y 56 cada vez. Como todos los del lote viajan a la misma altitud y velocidad, aparecen como un tren de luces varios días después del lanzamiento, siendo fácil reconocerlos a simple vista. Cuando alcanzan una distancia determinada se separan y son más difíciles de distinguir en el cielo.
Aunque esta iniciativa tiene el potencial de revolucionar las comunicaciones globales, también ha generado cierta controversia debido a su impacto en la observación astronómica. Los paneles solares que utilizan los satélites Starlink reflejan la luz y esta contaminación lumínica artificial dificulta la observación de objetos celestes más débiles, como las estrellas fugaces de las Perseidas. Los astrónomos y aficionados a la astronomía han expresado su preocupación por este fenómeno, ya que amenaza con oscurecer uno de los espectáculos más bellos y antiguos de la humanidad.
La coexistencia entre la observación astronómica y las megaconstelaciones de satélites es un desafío que requiere una colaboración estrecha entre las empresas espaciales, las agencias reguladoras y la comunidad científica. Algunas de las posibles soluciones son avanzar en el oscurecimiento de los satélites, como ya viene trabajando en Space X con prototipos de superficies oscurecidas, modificar el diseño de los satélites para reducir su reflectividad, situarlos en órbitas más altas o programar los lanzamientos para para evitar períodos de alta actividad astronómica, como en estos días con las lluvias de estrellas.
Desde luego, resulta fundamental encontrar un equilibrio entre el progreso tecnológico y la protección de nuestro entorno natural y cultural. Pero esto viene de largo, el problema ya existía antes de Elon Musk. Por ejemplo, la contaminación lumínica hace que el 80% de los habitantes de la Tierra vivan bajo cielos oscurecidos. En Europa y en Estados Unidos este porcentaje se eleva hasta el 99%. Alicia Pelegrina, coordinadora de la Oficina de la Calidad del Cielo, advertía hace unos días de las graves consecuencias de esto, mucho más allá de privarnos del hermoso espectáculo de la contemplación de las estrellas.
Cazalla de la Sierra, donde veraneo, está en una de las zonas más oscuras de Europa. Aquí vemos el cielo con todo su esplendor. Disfrutamos de las estrellas cada noche. Y también de ver los trenes de Elon Musk: un placer tomar conciencia de lo que el hombre es capaz de alcanzar con la tecnología.
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