Un cierre entre la opacidad institucional y un equipo sin alma

La Ley de Murphy forma parte de la estructura del Decano como principio: “Si algo puede salir mal, probablemente saldrá mal”. Y en sus entrañas pasa de sumamente malo hasta que no puede ser peor. Desde su origen como partida de nacimiento del fútbol español no disfruta de etapas prolongadas de sosiego y cumplimiento de confianza. Y desde la trascendencia de la sentencia del TSJA, a principio del año 2024, devolviendo la propiedad del club a Gildoy España, el recreativismo volvió a temblar de pies a cabeza con el retorno de Pablo Comas, que lleva consigo la tempestad con estrépito, si antes removió los cimientos ahora con su retorno no presencial reactivó el desangre de la distribución y el orden de las partes básicas de una SAD.

El efecto y las sensaciones es que el Recreativo sigue bajo la alteración de confusión y desorden. A las incógnitas de lo institucional en el proceso de cierre de la operación de compra del grupo inversor TS Capital Partners y el previsible acuerdo con Gildoy España, de momento a expensas de la ratificación del CSD, también se une la crispación de una afición desencantada y desilusionada, que solo recibe frustraciones, y todo se remata con la incapacidad, impotencia y el desmadre de un equipo a la deriva, el ejemplo de Marbella con cinco tarjetas rojas.

El grupo inversor no acierta en sus decisiones ni cuando rectifica, que termina por hundir en la depresión profunda a una afición sin límites en su pasión y amor. La despedida de la desoladora y calamitosa temporada tendrá las consecuencias lógicas de desahogo de la grada. El presidente Adrián Fernández, tras su “espantá” de Marbella, y la plantilla se exponen al juicio severo del Nuevo Colombino. Un Mérida agarrado al playoff con una victoria en los postreros cinco partidos (solo una derrota en los últimos ocho) frente a un Recreativo sin alma con el enrojecimiento de su rostro provocado por la vergüenza y la falta de autoestima.