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La prensa italiana se rendía ante la exhibición futbolística de España, mientras su “primer ministro” Georgia Meloni seguía muy molesta con sus colegas de la UE porque no la tuvieron en cuenta a la hora de repartir cargos comunitarios relevantes. Sí, “primer ministro” porque ese es el tratamiento que exige. En un comunicado a todos los ministerios lo expresa claramente. “L’ appellativo è Il Signor Presidente del Consiglio dei Ministri, Onorèvole Giorgia Meloni”. Lo que se puede haber reído esta señora con lo de “todos, todas, todes”.
En un reciente trabajo de la alumna de Next Educacion Federica di Pietro, se advierte de dos elementos que tienen similitud: “Mussolini creyó que con Franco en el poder, y en agradecimiento a la ayuda prestada en la guerra civil, España se convertiría en satélite de Italia. Y en poco tiempo, sin saber por qué, comprobó que estaba equivocado”. La razón se conoció años después: un grupo de oficiales de la Armada, comandados por el que llegaría a presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, redactó un informe avisando, ya en 1941, de que Hitler y Mussolini perderían la Segunda Guerra Mundial. Italia, ciao, y Carrero Blanco pasó a ser imprescindible para el dictador.
El segundo elemento habla también de una decepción: la que sintió el primer ministro Meloni al comprobar el resultado de Vox en las europeas. No se sabe si la Meloni quiere a Vox como satélite, pero sí como un aliado potente para imponer criterios propios en las instituciones europeas. Sus excelentes resultados en Italia necesitan colaboración. Sola no puede. Vox avanzó significativamente el 9 de junio, pasando de tres a seis eurodiputados; pero otra fuerza de extrema derecha, Se acabó la fiesta, irrumpió con tres actas, limitando su crecimiento. La cara de Abascal aquella noche reflejaba esa decepción.
Más allá de este lance electoral y de las expectativas, la cuestión de fondo es la que plantea en El País Ignacio Peyró, director del Instituto Cervantes en Roma. “Vox ha durado más de lo que nadie esperaba”. Sugiere que los fundadores de Vox concedieron importancia a dotarse de un sustrato teórico, mientras que el PP no tiene un centro de estudios que le suministre munición ideológica, más allá de la FAES de José María Aznar. FAES y PP coinciden a veces, pero han pasado por temporadas de distanciamiento.
Las siete elecciones celebradas en España en el último año –desde la municipales y autonómicas a las europeas, pasando por generales, gallegas, vascas y catalanas– han demostrado que el PP ha sido capaz de absorber a Cs hasta borrarlo. Pero no de ganarle terreno a Vox, con lo que lo necesitará para gobernar, salvo mayoría absoluta, hoy imprevista.
Especialmente doloroso fue para Feijóo el episodio valenciano con un pacto precipitado y no comunicado por su organización regional con Vox antes de las generales que Sánchez había convocado para el 23 de julio. “Allí perdimos la posibilidad de gobernar España en aquel momento”, confió Feijóo a su círculo íntimo. Porque, además, cuando Vox pacta, sitúa a sus personajes más estrambóticos en el lugar más visible con lo que ahuyenta al votante centrista del PP. Vean la semana pasada en el Parlamento balear donde su presidente rompió fotografías de mujeres fusiladas por los franquistas. Entre esto y el turista Milei hay combustible para rato.
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