Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
Hay que crecer en lo bueno
Tribuna Económica
El Consejo General de Economistas publica un informe sobre la competitividad de las autonomías tomando siete grupos de indicadores; el primero, entorno económico, recoge el producto por habitante, la apertura al exterior, tasa de ahorro, y el factor trabajo. El segundo son las estadísticas de paro. Tercero, el capital humano, educación, y presencia de técnicos, científicos e intelectuales. Cuarto, el entorno institucional, desde delitos, al déficit y deuda pública, esfuerzo fiscal, gasto por habitante, y desigualdad en la distribución de la renta. Quinto las infraestructuras, y stock de capital físico. Sexto, la eficiencia empresarial medida por el tamaño de la empresa, la exportación regular. Y séptimo, innovación: patentes, gasto en I+D, e informatización.
Andalucía está entre el puesto 13 y 16 de las 17 autonomías en los siete indicadores, y en el de síntesis ocupa el penúltimo lugar; sin embargo, es la que más dinamismo muestra, lo cual es razonable, pues aunque no hay en los últimos años una política significativa que la saque de estos puestos, hay más margen, por ejemplo, para que se reduzca el paro cuando estás en el 20% que si tienes el 10%. En cuanto al PIB por habitante respecto al 100 nacional, Madrid, es 131,7, Cataluña 111,6 y Andalucía 73,0, pero en productividad por empleado la diferencia entre Madrid y Cataluña es de sólo 5 puntos, y Andalucía mejora. Madrid es la zona donde más invierte el Estado en infraestructuras y gasta más en funcionarios, y aunque desaparecieron las entidades financieras madrileñas, allí sigue el Banco de España, la Comisión Nacional del Mercado de Valores, y la Dirección General de Seguros; un ejemplo simple de la repercusión económica de la centralidad es que para ir de Málaga a Alicante en avión o tren hay que pasar por Madrid, con lo que en un viaje de ida y vuelta se utilizan cuatro veces sus instalaciones, frente a dos de las ciudades de origen y destino. Sin embargo, el paro en Cataluña es menor que en Madrid, y se distribuye más equitativamente la renta, desigualdad que es alta en Andalucía, debido al paro.
Se añade al Informe una parte sobre la calidad de vida, que es endeble y da resultados incongruentes, el principal, que no hay relación entre el índice de competitividad y el de calidad de vida; y sin embargo se excluyen variables como el acceso a la vivienda, y la demografía y papel de la inmigración en comunidades como Andalucía, donde 1 de cada 4 trabajadores en el sector turismo son inmigrantes.
Recogemos tres ideas de síntesis. Primera, que una buena receta para el progreso se compone de inversión pública y privada en investigación y desarrollo; universidades públicas con alto nivel de estudios técnicos y científicos; infraestructuras relacionadas con lo anterior; y empresas que exporten con regularidad, y sean grandes. Segundo, la utilidad de estos informes no es que cada uno coja el dato que le interese, sino estimular la exigencia propia y servir como referencia para la mejora. Y, en fin, en un mundo que se mueve por el crecimiento, recordar cómo el economista de economistas Robert Solow defendía crecer, pero en lo bueno: viviendas, energías limpias, salud, hacer buen pan –decía–, y crecer en fin, en conocimiento e inteligencia.
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