José Antonio Gómez Marín

Un ministro macarra

Tribuna

20 de septiembre 2024 - 03:05

Nada puede sorprender ya en ese ministro macarra cuya sugestión musteriense ilustra el talante más agresivo de que haya noticia en nuestra vida pública. Ahí está su rotundo fracaso en la gestión de nuestros transportes compitiendo con su fama de matón, de chulo amparado por el fuero, culminando ya el lamentable chafarrinón del tardosanchismo. La última de las suyas ha sido el ataque chabacano lanzado en el Senado contra la alcaldesa de Huelva, que acudía a esa Cámara interesada en la novela por entregas que va siendo ya el AVE que Huelva reclama desde mediados de los 90, sin recibir, tanto de los Gobiernos de izquierda como de los conservadores, más que excusas y aplazamientos. Lo que resultó revelador en la ocasión fue el silencio, y hasta los aplausos, de las senadoras del PSOE ante el agravio a una mujer por parte ese neandertal cuya única habilidad política parece ser su impertinente zafiedad.

La alcaldesa agredida –hasta con la insolente broma sobre su apellido, que ya hay que ser borde– ha sido durante veinte años concejal destacada en aquel Ayuntamiento sostenido sistemáticamente por las mayorías absolutas de sus vecinos. El bravucón, en cambio, no debía tener tanto apoyo ciudadano en su ciudad porque salió de naja del Consistorio, y si fue rescatado de la Nada por Sánchez, los hechos sugieren cada vez más que lo sería, sin duda, sólo por su garantizada agresividad.

Desde luego, no podía caer más bajo un partido de Gobierno como el que Sánchez anda poniendo en almoneda, que echando mano de un bronquista sin mejor recurso que la provocación. Ni el feminismo de sus “miembras” puede quedar más en evidencia que tras respaldar con su aprobación entusiasta la despectiva embestida del chorbo, como ya viene siendo habitual en la izquierda cuando la hembra ultrajada vivaquea en la acera de enfrente.

La verdad es que la presencia de este ministro tan inútil, contra el que claman día tras día los ciudadanos en estaciones y aeropuertos, no parece que pueda ser otra que su acreditada condición de camorrista al servicio de un régimen autoritario y coraza protectora de quien él mismo califica bellacamente como “puto amo”.

Pues lo será suyo, pero a la vista está que no de la actual mayoría se españoles, que, por no dejar, no lo dejan ni legislar sino que lo mantienen en necesidad tan extrema que ha llegado a proclamar su propósito de mantenerse en el poder “con o sin Parlamento”.

No es nuevo en la política española ni en su Congreso esta figura que los cronistas parlamentarios del siglo pasado llamaban castizamente los “jabalíes”. Lo que sí parece serlo es la bronca entre alcaldes, por lo general contenida cuerdamente por el respeto cívico de sus vecinos. Es raro escuchar a uno de ellos, incluidos los “monterillas”, faltarle al colega. Y eso explica la indignación que ha generado –y no sólo en Huelva– la frustrada agresión del deslenguado dóberman de este precario Gobierno.

A la alcaldesa, plín: ni la ha rozado. Pero a ella y a una inmensa mayoría nos sigue pareciendo indecoroso que un Gobierno necesite un gañán para excusar sus fracasos a base de broncas y escandaleras. Porque no fue a la alcaldesa sino a ese Gobierno a quien el bárbaro, a base de desprecios imposibles y de tristes pullas, le descubrió su profunda debilidad. Si de verdad al sanchismo le fuera tan desahogado como pretende, no necesitaría tirar de un zopenco semejante para fingir siquiera la dignidad y el vigor que le falta.

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